Juan Pablo Duarte llevaba 20 años en las selvas de Venezuela, alejado de República Dominicana y de las luchas por el poder entre santanistas y baecistas, cuando supo que el país había sido anexado a España por diligencias del hatero Pedro Santana. A Duarte nunca le agradó participar en las luchas fratricidas entre dominicanos. Lo que siempre movió su alma fue el amor a la libertad y el interés de ver la nación libre de toda potencia extranjera.
También supo que su amigo, el patricio Francisco del Rosario Sánchez, había sido fusilado el 4 de julio de 1861 en San Juan de la Maguana, y que el 16 de agosto de 1863 había sido proclamada en Capotillo la Restauración de la República, por lo cual se había desatado una guerra popular contra el dominio español. Fue entonces cuando nació en él la idea de volver al país a luchar por restaurar la independencia suprimida con la Anexión.
Tras algunas diligencias, todas infructuosas, con el gobierno venezolano, para conseguir armas y traerlas con él, emprendió el viaje de regreso a Quisqueya, de donde había salido, expulsado por Pedro Santana, el mismo año de la independencia.
Acompañado por su hermano Vicente Celestino, del general Mariano Díez, del coronel Manuel Rodríguez Objío, a quién meses atrás había conocido, el 16 de febrero de 1864 salieron rumbo a Curazao donde adquirieron una goleta, la“Gold Munster”. En esa goleta, tras una larga travesía en la que volvieron a la Guaira y pasaron por Islas Turcas, y donde hubieron de burlar la intensa persecución de un barco de guerra español, al fin arribaron al puerto de Montecristi el 25 de marzo. Fueron recibidos con alegría por el general Benito Monción, jefe militar de la zona y uno de los iniciadores de la Restauración.
Al otro día, salieron hacia Guayubín, donde vio a su viejo amigo, el general Matías Ramón Mella, designado pocos días antes como Vicepresidente del Gobierno Provisional. El héroe del 27 de febrero estaba postrado en cama en estado de gravedad, lo que destrozó el alma de Duarte. A Mella, Duarte siempre le tuvo una confianza especial, además de una estrecha amistad. Fue a Mella que Duarte envió a Haití a concretizar la alianza política con los haitianos reformistas que luchaban contra Boyer, y fue Mella, conseguida la independencia nacional, quien proclamó en el Cibao a Duarte presidente de la República, hechos que prueban la amistad y la confianza que había entre ellos. En el emotivo encuentro estuvo presente el general José María Cabral, héroe de la batalla de Santomé.
El 28 escribió una carta al gobierno restaurador de Santiago expresando su disposición de consagrar lo que le queda de fuerza y vida al servicio de la Restauración Dominicana. El 1 de abril, el presidente en funciones, el repúblico Ulises Francisco Espaillat, le respondió diciendo que el Gobierno “ve con indecible jubilo” su vuelta al seno de la Patria. En Guayubín lo atacó una fiebre palúdica, por lo que debió detenerse hasta el 2 de abril postrado en cama. Ese día, enfermo aún, salió hacia Santiago, y para hacer más desgraciada la ocasión, llevaban cargado al general Mella gravemente enfermo.
Llegaron a Santiago el 4 y al otro día se presentó ante las autoridades restauradoras, a las que les reiteró los conceptos de su carta del 28. Su salud iba de mal en peor, por lo que por una semana tuvo que permanecer inmovilizado en cama. No pudo ver al general presidente José Antonio Salcedo porque se encontraba en campaña por el Sur. El 14 recibió una carta del ministro de Hacienda Alfredo Deetjen en la que le comunicaba esto: “Habiendo aceptado mi gobierno los servicios que de una manera espontánea se ha servido V. ofrecernos ha resuelto utilizarlos encomendándole a la República de Venezuela una misión de cuyo objeto se le informará oportunamente. En esta virtud mi gobierno espera que V. se servirá alistarse para emprender viaje mientras tanto se preparan las credenciales y pliegos de instrucciones del caso”.
Esa carta consternó a Duarte. Se sintió triste y decepcionado. Fue sacudido por los más variados pensamientos, al extremo de que llegó a pensar que su presencia no era grata para determinados círculos del gobierno. Esa misión, no deseada ni solicitada por él, contradecía el esfuerzo hecho por regresar a la patria y su deseo de permanecer en el país luchando por la Restauración. En realidad, era una manera diplomática de reembarcarlo, y eso causaba una profunda herida en su corazón, golpeado ya por mil visicitudes.
En carta dirigida al ministro Alfredo Deetjen rechazó en forma categórica la misión que se le encomendaba sólo veinte días después de pisar tierras dominicanas tras una ausencia de veinte años. Pero un hecho inesperado le hizo cambiar de actitud. Dos días después recibió un periódico al servicio de España, en uno de cuyos artículos, además de atacarlo de manera maliciosa al afirmar que, proclamada la independencia había abandonado el país por espacio de veinte años, hablaba también de supuestas rivalidades y contradicciones surgidas con los jefes de la Restauración que veían con recelo su presencia en el país.
Afectado por esos ataques, se apresuró a escribir el 21 de abril al vicepresidente Espaillat una carta que decía: “ …al ver el modo de expresarse con respecto a mi vuelta al país del Diario de la Marina se han modificado completamente mis ideas y estoy dispuesto a recibir vuestras órdenes si aún me juzgareis aparente para la consabida comisión, pues si he vuelto a mi Patria después de tantos años de ausencia ha sido a servirla con alma, vida y corazón, siendo cual siempre fui motivo de amor entre todos los verdaderos dominicanos, y jamás piedra de escándalo, ni manzana de la discordia”.
Y para que no haya una mala interpretación de su nueva actitud agregó: “No tomo esta resolución porque tema que el falaz articulista logre el objeto de desunirnos, pues hartas pruebas de estimación y aprecio me han dado el Gobierno y cuantos jefes y oficiales he tenido la dicha de conocer, sino porque es necesario parar con tiempo los golpes que pueda dirigirnos el enemigo y neutralizar sus efectos”.
A principios de junio, investido como Ministro Plenipotenciario, salió hacia Haití, y a finales de mes, el 28, llegó a Saint Thomas. Luego siguió a Curazao, donde permaneció casi dos meses haciendo ingentes esfuerzos diplomáticos. En agosto retornó a Caracas. Sus ojos jamás volvieron a ver a su República Dominicana, la tierra que siempre amó y por la cual aceptó resignado los mayores sacrificios.