A nadie le gusta que le hablen de pagar impuestos; por tanto, cuando se trata de buscar una justificación para oponerse a ellos no hay cosa más fácil como encontrarla: todos los impuestos son malos. Algunas son muy populares y simpáticas, pero el diseño de la política económica no puede simular un concurso de simpatía.

Y en eso de encontrar razones, el que quiere oponerse siempre tratará de presentar su interés como sinónimo del interés público, difundiendo ideas que lucen convincentes, pero que al ser contrastadas con las estadísticas o la historia no resisten el análisis empírico; sin embargo, de tanto ser repetidas y divulgadas, el común de la gente las termina creyendo sin detenerse a averiguar si son ciertas o falsas; y muchos, probablemente de la mejor buena fe, las sostienen y divulgan, contribuyendo a defender el interés del que las sustenta, en contra del interés social.

Aunque ningún impuesto es popular, la realidad es que la ausencia del mismo puede tener consecuencias peores que su existencia, no exactamente para el que lo paga, sino para la sociedad en su conjunto.

A continuación, voy a enumerar las principales tesis equivocadas o mentiras disfrazadas más comunes y, para que nadie se llame a engaños, si a alguien se le ocurre pensar que estoy justificando la corrupción o el despilfarro, le reto a que me demuestre haber sacrificado más tiempo, esfuerzos y recursos que yo en la lucha contra esos vicios.

A todos nos escandalizan las barbaridades de que son capaces nuestros políticos, pero no voy a usar eso como una excusa más, puesto que, si de golpe pudiéramos extirpar esos casos, el problema fiscal dominicano seguiría casi intacto desde la perspectiva macroeconómica y social.

No pretendo ser dueño de la verdad absoluta, y a muchos les parecerá que mis afirmaciones son muy categóricas, pero entiéndanlo como exageraciones. Exagerar no es mentir, es agrandar las verdades para que se puedan ver mejor, lo mismo que hace el microscopio.

Primera. Para solucionar el déficit fiscal lo que hay es que bajar el gasto público. ¿Pero es que nos estamos volviendo locos? Si todas las estadísticas internacionales muestran que la República Dominicana es el segundo país con más bajo nivel de gasto público de América y, exceptuando algunos de África, uno de los más bajos del mundo, ¿es razonable pensar que todos los demás son idiotas y los únicos cuerdos somos nosotros? Podrá decirse que el Gobierno gasta mal, pero no que gasta mucho.

Segunda. El país está saturado de impuestos. Falso, hay múltiples fuentes de recursos fiscales que usan otros países que no se cobran en nuestro país, o que si bien se cobran no es más que como un mecanismo que usan los gobiernos para cierto control, como armas, permisos, circulación de vehículos, uso de vías, migración, etc., pero que desde el punto de vista fiscal no revisten mayor interés.

Tercera. En la República Dominicana los impuestos son muy altos. Mentira, nuestro país tiene un régimen impositivo que se asemeja al promedio de América Latina, con algunos ligeramente por debajo y otros por encima de los de otros países. Y mucho más bajos que los prevalecientes en otros continentes, particularmente, los de países con los cuales deberíamos aspirar a compararnos.

Cuarto. Los pobres pagan más impuestos que los ricos y aumentarlos afecta negativamente a los pobres. Tremenda mentira, pues es todo lo contrario. Lo que afecta mucho a los pobres es que no se cobren. Diversos estudios realizados desde hace décadas, por economistas nacionales y organismos internacionales, demuestran que el sistema tributario dominicano es progresivo, aunque ciertamente los ricos pagan menos de lo que deberían. Y como los principales beneficiarios del gasto público son los pobres, al final son ellos los que más sufren cuando se cobran pocos impuestos.

Quinto. Los altos impuestos no permiten competir. Mentira, las estadísticas internacionales muestran que los países donde más impuestos se pagan son justamente los más competitivos del mundo, porque la competitividad deviene de la capacidad que tiene el Estado para proveer al aparato productivo bienes públicos, como infraestructura, tecnologías, capital humano y servicios. Y si por impuestos fuera, cualquier provincia fronteriza dominicana sería una potencia económica, en comparación con Suecia o Dinamarca, donde estarían pasando hambre.

Sexto. Bajando los impuestos el gobierno recauda más. Muy gracioso; esa fue la idea prevaleciente durante los años ochenta, la que alimentó el consenso neoliberal impulsado por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y en vez de aumentar recaudaciones, el primero metió a EE UU en una carrera de endeudamiento de la cual no encuentra forma de salir. Muchos países que siguieron sus dictados después tuvieron que rectificar y, en la medida en que no lo hicieron suficiente, convirtieron el capitalismo en profundamente más injusto, con todas las secuelas que están aflorando ahora.