Si es cierto aquello de que un dios supremo e inapelable, llamado Jahvé, Alá o Jehová, fue el mágico creador de este mundo redondo de cinco continentes, más de doscientos países y no sé cuántas contradicciones (incluyendo la creencia en ese mismo Dios definitivamente único), estoy seguro que ya debe estar arrepentido de su ocurrencia, pues no imaginó ni por asomo que el larguísimo debate por su hegemonía entre cristianos, judíos y musulmanes costaría (sumando ahora los de Gaza y Jerusalén) centenares de millones de muertos sin otro destino que no sea el olvido…(¡Cuánta estupidez!).