Debo reconocer que, de buenas a primera, me llevé tremenda sorpresa con el impresionante despliegue militar que la República Dominicana ofreció a su población el pasado viernes. Nunca hubiera imaginado que nuestro pequeño país se había dotado de tan importante armamento, de tantos vehículos blindados.

Una cosa es presenciar un tradicional desfile militar una vez al año o leer reseñas de compras de armas en la prensa, la otra es ver nuestras tropas desplazarse hacia un posible lugar de confrontación con toda la parafernalia requerida.

Debo agregar que, junto a la sorpresa, me entró un cierto nervosismo. Soy un producto de la Segunda Guerra Mundial, a la cual he dedicado recientemente un libro publicado en Francia. Armamentos, manifestaciones de fuerza, posibles escaladas y sus consecuencias imprevisibles me causan estrés y, podría decir, un cierto pánico.

Los movimientos de tropas hacia la frontera me asombraron aún más porque somos una sonriente y soleada isla del Caribe que se vende como un paraíso turístico que nuestros visitantes no asocian a un panorama de guerra y violencia.

Pensé entonces, de repente, en los cursos de derecho internacional que seguí en mi juventud en la facultad de Derecho de París, dictados por la profesora Suzanne Bastid, una autoridad en la materia. Rememoré, de manera específica, sus enseñanzas acerca del tema de la resolución de conflictos.

Decía la profesora Bastid que, en caso de desacuerdos, cuando se decide acudir a medidas de presión estas deben ser de carácter gradual y proporcional.

Primero se recurre a los medios pacíficos diplomáticos (negociación, buenos oficios, mediación, investigación y conciliación); luego a los medios pacíficos jurídicos (arbitraje y arreglo judicial) y, en último recurso, cuando los anteriores no han funcionado, se apela a los medios coactivos (retorsión, ruptura de relaciones diplomáticas, represalia, bloqueo, ultimátum y guerra).

En nuestro caso recordé la Comisión mixta bilateral, que realizó en su tiempo tan excelente trabajo siempre por la vía del entendimiento y del respeto mutuo.

El despliegue actual y la amenaza silente de tropas ha sido acompañado por el cierre total de la frontera, en medio del conflicto por la construcción de un canal que pretende servirse de las aguas del río Masacre del lado haitiano.

Frente a la medida, este fin de semana miles de haitianos han salido voluntariamente del país por la frontera y en aviones hacia los más variados destinos internacionales, cumpliendo con el sueño de nuestros “patriotas” que desean vaciar el país de su presencia. Esto, sin contar con los efectos que esta situación acarrea sobre la economía, afectando en cadena los productores de los dos lados de la frontera, las industrias de zona franca y una variada gama de actividades de la producción y los servicios.

¿Y ahora qué? Si bien estamos tranquilos y agradecidos a nuestros sucesivos gobiernos por haber comprado aviones súper tucanos unos y vehículos blindados otros para nuestra defensa, comienza una nueva etapa compleja e intensa de interacciones que nos obliga a plantearnos interrogantes sobre el curso que habrán de tomar los acontecimientos. Esperamos se impongan la prudencia y el buen juicio.