“Respeto significa, literalmente, mirar hacia atrás. Es un mirar de nuevo. En el contacto respetuoso con los otros nos guardamos del mirar curioso. El respeto presupone una mirada distanciada, un pathos de la distancia…”. (Byung-Chul Han: En el enjambre).

Esta era donde concurren de manera simultánea un cambio de época y una época de cambio, atraviesa al mismo tiempo, un tránsito desde la sociedad moderna a la posmodernidad, en los últimos 25 años. Todo ello se expresa en un volcán telúrico desde la perspectiva social-tecnológica-económica y cultural. El eje de dominación blando es la Psicopolítica, derivando en todo el mundo en una crisis de representación.

En los países como el nuestro, donde la modernidad solo alcanza a un 30% de la población, parecería que la sociedad tradicional, cuasi precapitalista, se instaló como el infierno perpetuo para tener cuatro ciudadanos en un mismo territorio. Somos de los países con la mayor tasa estratificacional. En nuestra sociedad se viene dando una rigidez del mundo social para los sectores más pobres y vulnerables (23% de pobres, 6% de indigentes y 40% vulnerables).

Ello traerá más dificultades de integración y cooperación, vía el consenso. La conformidad es un comportamiento donde, en tanto que proceso, se va incubando la frustración como ancla de una expectativa económica y de estatus que no alcanza a otear en el horizonte. El sistema social y con ello, la estructura económica y la estructura social, desencadenan ora favorablemente o negativamente las acciones y decisiones de los individuos, pues ellos no existen en el vacío. Están decantados, diferenciados, a lo largo de su historia por un espacio precedente que lo determina en gran medida.

La clase subalterna, enormemente estratificada en la pirámide social de la composición social dominicana, se achica en su materialidad, en sus condiciones materiales de existencia; y, esto trae consigo, contiene como dinámica social, el germen gravitante de una gran hondura social que puede derivar en grandes movimientos sociales, de profundos cambios. Hay en nuestra sociedad una vehemente incapacidad de las elites política – empresarial, para con mirada firme, en la perspectiva de corto, mediano y largo plazo, ir desmadejando esa compleja y apabullante desigualdad que corroe todo el tejido social del cuerpo social dominicano.

La clase dominante, lejos de saber incorporar sabiamente para tratar de lograr una mejor armonía social, propicia por su miopía y ceguera mayor fragmentación social, lo que deviene en un pesaroso capital social y menos cohesión social: coctel explosivo para estallidos sociales. Tenemos que subrayar, como ya lo hicieron otros eminentes sociólogos (Carlos Marx, Tocqueville), que no es la pobreza en sí misma lo que desencadena los grandes movimientos sociales, las revoluciones y los comportamientos colectivos, sino, el signo ignominioso de iniquidad e inequidad que genera la desigualdad social.

La sociedad dominicana quedó entrampada en una sociedad tradicional que no encontró cambio significativo a través de la modernización. La mudanza social ha quedado rezagada para un componente muy alto de los 10.7 millones que habitamos en esta parte de la isla. Entonces, como tendencia y corolario, si la modernización dejó atrás a más del 50% de la población, ¿cómo derivarían aquellos en seres humanos del Siglo XXI? El cuadrante con su centro dibujando todo el escenario solo ve el conflicto social como motor del cambio, pues las elites cierran los huecos para incorporar una gran parte del segmento social excluido.

Problemas sociales coyunturales se convirtieron en estructurales con el tiempo por no tocar intereses, elemento cardinal de todo verdadero estadista. La posposición de los alcances medulares ha sido la estratagema odiosa y perversa de los que han conducido el país desde 1996 a la fecha. El fantasma transaccional ha corrido por todas las ventanas del Palacio. La comodidad del poder y sus fuentes “de la historia” es lo que importa, con todo lo que trae consigo en una sociedad diezmada por la corrupción y las falencias institucionales.

¿Por qué nos ahoga y acogota tanto la desigualdad como nación? La estratificación es el proceso mediante el cual el individuo o los grupos son jerarquizados de un escalón a otro. Es ahí donde entra el campo de la desigualdad como parte de la esfera estructurada, que se rige, en gran medida, por pautas, está condicionada por la posición que se ocupa en la estructura social y esto decanta, delimita, de manera determinante las oportunidades y problemas de la vida a lo largo de nuestro ciclo vital.

Para Giddens la clase es “La posición económica relativa de grandes grupos sociales, que se define a partir de la ocupación, la propiedad, la riqueza o las elecciones de estilos de vida”. Existe hoy en día, lo que se denomina intersección de la desigualdad, que es la manera “como se entrecruzan las distintas desigualdades sociales en la vida social”. La desigualdad, es pues, para decirlo en un lenguaje coloquial, la situación económica y social de distancia entre los distintos seres humanos en un determinado territorio. La desigualdad conlleva el peso que genera la distribución desigual de la renta, de la riqueza y, por lo tanto, de los conflictos que pueden originarse entre las diferentes clases y estratos sociales.

La desigualdad como antesala ancha que se produce en sociedades como la nuestra, su grado de complejidad (dinero, estatus, posición social, educación, ocupación, iglesias, universidades) siempre lleva en su vientre la bidimensionalidad, lo que implica su heterogeneidad y contrastes. Sin embargo, es lo que solidifica, en el proceso de alienación, la normalización de la reproducción social. Existe, pues, una multidimensionalidad de la desigualdad social, más allá de lo natural operan las fuerzas sociales que se anidan e incuban en las estructuras económicas y social (gobierno, división del trabajo y de cómo se reparte la propiedad).

Como se expresa en nuestra sociedad esa dinámica entre clase, movilidad y las elites es cuasi demencial el abismo y por lo tanto, la posibilidad del ritmo de nuevos conflictos sociales, pues la posposición de reformas en los últimos 26 años ha ido impulsando nuevos actores sociales, nuevas disfunciones que traerán consigo más violencia y delincuencia, el tener cada vez más a ciudadanos y ciudadanas fuera de la esfera de la vida social. Desigualdad, pobreza, exclusión y marginalidad, no pueden visualizarse más “como signos y simbologías distintivas de la llamada del Señor”. Es una asimetría social construida que dificulta la realización humana:

  1. 15% no termina la primaria.
  2. 28 de cada 100 pobres termina el bachillerato.
  3. El 58.2% de los puestos ocupados son informales.
  4. El Quintil No. 1 del Banco Central categoriza la Canasta en $28,000.00. El salario mínimo mayor del Sector no sectorizado es de RD$21,000.00.
  5. La brecha entre el 10% más pobre y el 10% más rico, de acuerdo al Ingreso per cápita, es de 55 veces mayor para los sectores más privilegiados.
  6. El 94% de los sectores más ricos termina el bachillerato, en cambio, en los más pobres solo el 28%.
  7. El salario promedio en el Sector privado es de RD$28,000.00 según la Tesorería de la Seguridad Social; sin embargo, en los jóvenes es de R$15,000.00, con 31% que no trabaja.
  8. 6% de la población no sabe leer ni escribir. Analfabetos abiertos.
  9. Según Rosa Cañete del Ministerio de Economía, el trabajo doméstico es el tercer empleador de mujeres en el país con 245,000, más del doble que la zona franca. Sin embargo, el salario promedio de éstas es de RD$8,415.00 pesos al mes, un 57% menos que los ingresos laborales promedio de las personas ocupadas.

¡Desigualdades de género, de renta, de riqueza, de educación, de embarazos, de tecnologías, de territorios, de poder, de oportunidades, de servicios públicos, etc., etc., impiden como espina dorsal, la necesidad de la movilidad y con ello, el clima impostergable de hacer una sociedad más justa, más humana y más abierta! Como nos diría Manuel Castells en su libro Ruptura, estamos frente a una democracia cansada, de signos prematuros de envejecimiento. Aquí no conocimos la democracia plena y nos ahogamos en una democracia defectuosa que impregna una crisis del Estado permanente.