La pandemia de la COVID-19 no es un acontecimiento del pasado. No ha terminado. Mucho de ella todavía está cerca de nosotros. Entró en el futuro como un peligro latente que esconde sobresaltos que requieren explicar la crisis pandémica y elucidar sus significados y consecuencias.

Pero la pandemia también despierta nuevos imaginarios colectivos y llama  a retomar el debate sobre un futuro que se presenta más como amenaza que como promesa y que bien pudiera explicarse con  una sabia frase de la filósofa Hannah Arendt: “Toda vez que el pasado dejó de arrojar su luz sobre el futuro, la mente del hombre vaga en la oscuridad”. (Entre el pasado y el Futuro).

Una de las características del coronavirus es la aparición de una multiplicidad   de intérpretes y vaticinios,  nadie parece  haberse quedado sin algo que decir y todavía seguimos diciendo.

Sin embargo, muchos que deberían hablar guardan silencio por ignorancia o por incumplimiento de las obligaciones morales derivadas de los desempeños cívicos e intelectuales.

Frente a un amplio menú de pareceres, muchos de ellos compuestos por narrativas confusas e incompletas, se torna imperativo recurrir a  fuentes bien reflexionadas y documentadas para no confundir a los ciudadanos que claman por la verdad para vencer incertidumbres y miedos.

En este escenario, llama la atención el libro “Desde las ruinas del Futuro. Teoría política de la pandemia” de Manuel Arias Maldonado (2020),  filósofo político de la Universidad de Málaga, España.

La obra constituye una indagación bien fundamentada sobre tres preguntas fundamentales: ¿qué herramientas fundamentales pueden ayudarnos a comprender la pandemia?, ¿qué significados podemos atribuir a la misma? Y ¿qué implicaciones normativas, es decir, qué prescripciones se derivan de ella?

El libro presenta el esbozo de una teoría política y social de la pandemia. Se ocupa del virus que está en el origen de la pandemia.  Recurre a la literatura del riesgo y el papel jugado por las epidemias en el curso de la globalización. Desplaza la atención  hacia la democracia, el uso de poderes excepcionales, la fundamentación normativa de las medidas de emergencia  y la posibilidad del autoritarismo biopolítico.

La obra también provoca el debate normativo sobre las implicaciones de la pandemia considerando la misma como un “acontecimiento sublime” susceptible de generar nuevos horizontes de sentido, al tiempo que analiza los nuevos imaginarios colectivos más pertinentes para el caso.

En el último capítulo se propone recuperar la noción biológica de la “especie humana”, empleándola como categoría política capaz de soportar las políticas inmunológicas globales con la convicción de hacer las reformas necesarias que ayuden a gestionar catástrofes futuras a nivel nacional.

A modo de epílogo propone la conveniencia de elaborar una “lectura pesimista” de la Ilustración que sea capaz de ajustar nuestras expectativas sobre la modernidad sin renunciar a ella. “El antónimo de una Ilustración pesimista no es exactamente una Ilustración optimista, sino una Ilustración ingenua que renuncia a hacerse cargo en sus propios desengaños”. (Pág. 252).

Siguiendo lo sostenido por el filósofo alemán Peter Sloterdijk, el autor entiende “que las sociedades se pueden considerar comunidades de estrés, o sea, sistemas de preocupaciones que ejercen presión sobre sí mismo debido a la autoconservación, entonces no cabe duda de que las sociedades contemporáneas se han encontrado sometidas a un apremio inhabitual como consecuencia de la pandemia global de la COVID-19”. (pág. 25).

Las personas y las comunidades llevan al futuro sus propias lesiones emocionales y la de otros generadas por la pandemia.  Por tanto, los peligros derivados de la COVID-19 no podrán comprenderse sin tomar en consideración la influencia de las emociones y los estados de ánimo; estos influyen sobre las respuestas políticas de los ciudadanos. (Pág. 103).

En términos políticos, el autor llama a abordar la emergencia sanitaria desde los límites de la democracia liberal evitando la imposición de limitaciones a las libertades civiles y la puesta en práctica de medidas propias  del tiempo de guerra. (Pág. 129).

Para que la pandemia de la COVID-19 no conduzca al derrotismo, citando a Derek Walcott, el autor nos deja un aliento de esperanza: “El ser humano tiene la capacidad de reconfigurar el sentido de lo que ha sucedido y, con ello, dirigirse hacia un horizonte nuevo”. (Pág. 169).