“Si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo”. (Albert Camus).
Varias crecientes olas están erosionando la democracia, en tanto que sistema que trae consigo una organización social, que lleva como corpus esencial la lucha por la igualdad, anexionada con la libertad. El populismo, de derecha o de izquierda, la fragmentación en la mirada colectiva del objetivo común y, con ello, la polarización social. Problemas sociales y políticos que emergen con ebullición, que a veces fraguan, como hipótesis, en una crisis del capitalismo cuyo centro gravita en la enorme desigualdad que campea por el mundo.
La democracia es igualdad, es libertad, representación, es descentralización en las decisiones y comporta una base de legalidad y legitimidad en el campo doctrinario constitucional, así como la síntesis de la razón humana: los derechos humanos. La definición de democracia y su nivel de controversia es tan prolija, como académicos y politólogos han querido conceptualizarla. Sin embargo, como señala Ben Ansell en su libro Por qué Fracasa La Política, la asunción definitoria más abarcadora es la de Joseph Schumpeter, quien dijo de la democracia “Consistía en ser un sistema en el que, a través de una lucha competitiva por el voto del pueblo, los individuos adquieren el poder de decidir”.
Pero, como nos dice el autor de referencia, esa definición se encuentra en el campo electoral. Se requiere la visión liberal de la democracia que comporta “los tribunales, la libertad de prensa”. Lo más trascendente, para neutralizar y mitigar la acelerada erosión de la democracia por las distintas disfunciones esbozadas, es readecuar, repensar y producir más democracia en la estela del equilibrio, que eviten lo más posible las tensiones que se expresan en las desigualdades, exclusiones, discriminaciones y pobreza.
Yuval Noah Harari nos habla en esta oportunidad de tres crisis que se ciernen sobre la especie humana y que concurren simultáneamente. Ellas son: crisis ecológica (cambio climático extremo), la amenaza de la inteligencia artificial (por primera vez una tecnología creada por el humano podrá funcionar fuera del poder de quien la creó. Podrá pensar y crear. Nunca ninguna tecnología a lo largo de la historia pudo haber accedido sin el aura decisional del ser humano) y las guerras. Las tres grandes crisis son una consecuencia de que el humano no ha sabido ni sabe cuándo parar, ha perdido la perspectiva y visión de que el poder del ser humano está en la sincronización de la capacidad de la cooperación. Es la colaboración lo que nos hace más poderoso que las demás especies en el planeta tierra. Individualmente somos criaturas frágiles en el universo.
La crisis de la democracia en el mundo, es la puesta en escena de la exacerbación del individualismo, la esfera fuera de los límites. Allí donde el lobo se come el lobo. Nunca antes habíamos asistido a tan desgarrante desigualdad en el mundo, sobre todo, a partir de los años 90 del siglo pasado, con la Globalización y el Neoliberalismo económico en su máxima expresión. Donde “el Dios mercado” lo configuraba todo y el Estado fuera un “simple observador” de la desgarradora e iconoclástica destrucción de la humanidad.
Nos preguntamos, con evidencias empíricas, ¿por qué América Latina y el Caribe poseen el ranking más alto en la tasa de homicidios y la más violenta como región, a pesar de solo tener un 8% de la población mundial? América Latina tiene el 36% de los homicidios del mundo. Sin embargo, Europa (27 países) tiene la misma población de la región latinoamericana y apenas tiene una tasa de homicidios de 3%. ¿Que explica esa diferencia tan descomunal? Sencillamente, la enorme desigualdad y la pobreza que acompañan a esta región. Desigualdad, violencia, homicidios, alta conflictividad, se encuentran generando crisis de gobernabilidad y de gobernanza concomitantemente.
Drama social que tiende a calcinar todo el tejido social e institucional en que descansa la débil y frágil democracia latinoamericana. Nos encontramos en muchos países en una verdadera recesión democrática. Lo que urge es, ahora, evitar que caigamos en una depresión democrática. Para ello, hay que hacer un esfuerzo para que la desigualdad no sea tan espantosa. Como entender que 2,756 personas conservan un patrimonio de más de US$1,000 millones de dólares. Si a esas 2,756 personas se les aplicara un impuesto de 2%, esto generaría alrededor de US$214,000 millones de dólares anuales, con lo que desaparecería el hambre de la tierra. En un planeta donde mueren más de 30,000 niños de inanición diariamente y, anualmente, millones de personas en el Continente Africano de la enfermedad del ébola y enfermedades infectocontagiosas.
2,000,000,000 millones de personas no consumen agua potable y todavía, en el Siglo XXI en su tercera década (donde emergen la robótica, la inteligencia artificial, la nanotecnología, la biotecnología) más de 1,000,000,000 de seres humanos no tienen energía eléctrica, en un planeta de 8,200 millones. En nuestra sociedad, que hemos ido avanzando, en los últimos 32 años. Sin embargo, merced a una inexcusable pésima distribución de la riqueza el Coeficiente de Gini se encuentra en 44.1. En el 2013 el Producto Bruto Per Cápita se encontraba en US$6,410.5 dólares. 10 años después arribó a US$11,200 dólares por habitantes; esto es 74.7% más en una década. Del 2020 a la fecha, el Ingreso per cápita ha crecido en un 48.4%. La desigualdad se expresa cuando encontramos que del promedio per cápita de US$11,200 dólares anuales, solo les llega a un 33% de los dominicanos y dominicanas. El 67% de la población no alcanza ese promedio.
De 4,800,000 empleos que existen actualmente, solo 2,276,684 se encuentran en la Tesorería de la Seguridad Social. 1,217,457 hombres para un 53.48% y 1,059,237 mujeres que representan un 46.52%. El salario promedio cotizable es de RD$33,740.71. ¿Qué nos indican estos datos? Que 2,523,316 trabajadores están fuera de la Seguridad Social, esto es 52.56%. ¡Una enorme asimetría social! Donde nos encontramos con ciudadanos viviendo en un pequeño territorio, la mayoría sin alcance desde el Estado, para su protección social. La Informalidad laboral sigue siendo muy alta: 56%. Esto relieva que solo un 4% de los que están en la informalidad laboral están de alguna manera institucionalizados en los mecanismos de la Seguridad Social.
La desigualdad social no se advierte de manera tan grotesca, tan humillante, en los países más avanzados como en los países como el nuestro, donde en 500 metros podemos asistir a dos mundos dramáticamente diferentes. Todo es abismal. Una democracia sin contenido para una población mayoritariamente joven, pero desafiliada institucionalmente por el Estado y por la sociedad misma, que con su nostalgia del ayer quiere explicar los valores de hoy y su cultura, en un maniqueísmo intolerante que no logra asimilar la postura contestataria de la marginación y la exclusión.
OXFAM comenzó su Informe sobre la Desigualdad señalando “Desde el 2020, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado. Durante el mismo periodo, la riqueza acumulada de 5,000 millones de personas a nivel global se ha reducido”. Nos encontramos ante un abismo caracterizado por la desigualdad en todos sus dimensiones e indicadores: ingresos, de renta, cambio tecnológico, del capital humano, de innovación, de calidad en el empleo, del acceso a la salud, de la desigualdad de género, del nivel y calidad de vida, de la esperanza de vida al nacer, de las muertes maternas (108), del número de niños muertos neonatales, en el 2023: 2,956, en el 2022: 3,341. La ostensible desigualdad en los privados de libertad.
Como nos plantean Olivier Blanchard y Dani Rodrik en la introducción de su libro Combatiendo la Desigualdad “La desigualdad va en aumento, plantando una serie de retos morales, sociales y políticos de primer orden ante los cuales los responsables de la elaboración de políticas deben reaccionar”. El 1% en los Estados Unidos en los años 70 del siglo pasado tenía el 25% de los ingresos y riquezas, para pasar al 40% de toda la riqueza en la actualidad.
En Latinoamérica, el 50% más pobre solo se lleva el 10% de los ingresos. En nuestro país el panorama social es más desolador desde la perspectiva de la desigualdad: El 1% más rico percibe ingresos de un 30.5%, el más alto de la región en ese umbral porcentual. El 10% de menores ingresos percibe solo un uno por ciento. El 10% de más ingresos percibe un 55%. Las mujeres tienen un desempleo de un 23%, en cambio, los hombres de un 9%. Ellas, haciendo el mismo trabajo, reciben un promedio de un 21 por ciento menos en sus ingresos laborales y sus trabajos son de mayor precariedad y la mayor tasa en la informalidad. Todo ello, a pesar de que estudian más que los hombres, en todas las escalas de la educación.
Nos encontramos en la trampa de la democracia (caos, polarización y subversión de los mecanismos institucionales) que viene generando como fuerza centrífuga una “democracia plutocratizada”, merced al abismo de la desigualdad. En nuestro país la procrastinación ya no es dable. Tenemos que acometer reformas estructurales. Ponernos de acuerdo (pacto o contrato político-social-institucional). Readecuar, remodelar las instituciones, coadyuvar a construir normas sociales que nos permitan más y mejor capital social, que gravite sobre una loable cohesión social. Es la manera, con visión, de evitar una profunda fractura social. ¡Es la ilusión de la esperanza!