El día me amaneció con el “pie izquierdo” (aunque preferiría mejor decir “con el pie derecho”). El cúmulo de información que a diario se recibe por todas partes y medios, en que los intereses personales y corporativos las hacen medias verdades o verdades ocultas, otras veces rumores con tal de despertar determinados ánimos, como incluso, decires y mentís con propósitos casi más que malévolos, en ocasiones me llevan a cobijarme bajo una concha que me preserve en mi integridad cognitiva, como incluso, en mi propia salud mental.

Y aunque no es el tema central que me ocupa hoy, insistiré en la necesidad de que impere una ética de la comunicación, como una ética del comunicador, que nos brinde un marco axiológico para el debate serio y sosegado que permita considerar el dilema ético que supone la función de informar y comunicar.

En medio de todo esto, me vino a la mente la figura de Juan Pablo Duarte, sus grandes esfuerzos, sus ideas, su sacrificio por construir una Patria libre, independiente, triunfante, centrada en el bien común, la justicia y donde impere fundamentalmente la ley. Duarte y quienes le siguieron, definitivamente eran soñadores. Solo que él, por su sueño, entregó sus bienes y ofrendó su propia vida, sufriendo a final de cuentas la peor de las desgracias, el abandono por parte de algunos de sus propios seguidores. Francisco del Rosario Sánchez prefirió aceptar el fusilamiento antes que abandonar su fe y compromiso por la patria soñada.

Muy a pesar de los desalientos me recuperé y decidí de nuevo soñar retomando aquel mandato bíblico: “y vi un cielo nuevo y una nueva tierra”.

Entonces vi una República Dominicana nueva, como la soñó el patricio, con ciudadanos y ciudadanas dominicanas nuevas. Un país centrado en el bienestar común y la justicia social. Un territorio de hombres y mujeres con altos niveles de vida y equidad, preocupados todos por el medio ambiente, sintiéndose parte de la exuberante vegetación que nos rodea por doquier. Empeñados en cuidar sus bosques, sus ríos y sus playas para el disfrute de todos. Un país que decidió tener como norte de su desarrollo social y económico la igualdad y la inclusión de todos. El respeto a la vida, sobre todo la de la mujer. Un país con una niñez saludable, toda incorporada a la escuela y centros especializados para los más pequeños. Adolescentes que cuidan y desarrollan su cuerpo y su mente. Centros educativos hermosos, con espacios para correr y jugar, con aulas repletas de materiales didácticos y muchos libros, pero también con instrumentos de música, oleos, acuarelas, lienzos y pinceles, laboratorios y todo tipo de espacios para practicar deportes, así como gimnasia. Instituciones de Educación Superior para la generación de hombres y mujeres que aprecian tanto el conocimiento de las ciencias, como las habilidades prácticas con las cuales ofrecer sus servicios y vivir honradamente. Bibliotecas comunitarias repletas de niños, niñas, jóvenes y adultos leyendo o participando en talleres donde desarrollar habilidades para la vida. Familias integradas y responsables de la educación en valores de sus hijos e hijas, que le impregnan el valor por su cuerpo y su vida, y la vida de las y los demás.

Hombres y mujeres de bien, educados, productivos y trabajadores, apegados a principios fundamentales de una ética por la vida, por el bien común. Enfrascados en promover en las nuevas generaciones procesos integrales de desarrollo y aprendizajes para el disfrute pleno de la vida. Centrados en el aprendizaje de virtudes fundamentales, tales como la sabiduría y el conocimiento, el coraje, un profundo sentido de humanidad, la justicia, la templanza y la transcendencia. Virtudes éstas producto de lo mejor que la humanidad ha construido a lo largo de su historia. Personas guiadas por un alto sentido del servicio para el bien colectivo.

Un pueblo, además, conocedor de su historia y con plena conciencia de sus deberes y derechos ciudadanos. Que de manera consciente delega en otros y otras ciudadanas su poder de representación y decisión, pues se trata de hombres y mujeres que se ofrecen sin fines pecuniarios al trabajo colectivo, a las políticas públicas, guiados por un alto nivel de conciencia como servidores públicos. Estos hombres y mujeres gestionan las instituciones del estado de manera transparente, guiados por un plan de desarrollo construido y desarrollado colectivamente. Además, otros hombres y mujeres que invierten sus recursos financieros para producir riquezas, pero con alto sentido de justicia social y bienestar colectivo.

Sigo soñando con un pueblo que acoge y le brinda al visitante oportunidades para saborear y disfrutar su espléndida naturaleza. Un pueblo alegre, que canta y baila, que celebra la vida como un bien sagrado.

Seguí viendo un cielo nuevo y una nueva tierra quisqueyana, “en el mismo trayecto del sol”, como nos decía nuestro poeta nacional, Don Pedro Mir, pero con hombres y mujeres que trabajan la tierra y gestionan los recursos ofrecidos por la naturaleza con inteligencia y compromiso por su preservación.

Prefiero seguir soñando con la esperanza que el proyecto duartiano, en algún momento, será una realidad.