Los intelectuales y la política se necesitan mutuamente. A lo largo de la historia se ha visto que por lo general los intelectuales han buscado asumir una actitud política, es decir, actuar y participar políticamente, llegando a ser un factor político de legitimación o de cambio.
La democracia genera nuevas relaciones intelectuales y políticas. Los intelectuales vienen a suministrar una dosis de legitimidad a unas democracias cada vez más debilitadas respecto a la función de los partidos políticos.
La crítica y el debate generados por los intelectuales contribuyen a la calidad de la democracia. El intelectual puede renunciar a todo menos al espíritu crítico y a la universalidad de los valores: esto es lo que lo define. Al decir de Friedrich Katz: “Un intelectual sin crítica no es un verdadero intelectual”.
Sin embargo, los intelectuales no tienen privilegios, sino deberes y funciones. En este sentido a los intelectuales les corresponde la función múltiple de “incitar, exaltar, fomentar, persuadir, aconsejar, convencer, educar, liberar, estimular, alabar y hacer reflexionar”.
El intelectual es un actor social y político no domesticado e importante en la sociedad. Su poder le viene del conocimiento y la capacidad de enjuiciar la realidad y realizar esfuerzos individuales y colectivos para cambiarla.
En este sentido, Bobbio (1996) sostiene que “cada vez que la escena política es atravesada por una acción política que sale de los esquemas habituales, se discute con particular fuerza la relación que existen entre los intelectuales y la política, y viene a colación con renovada insistencia la pregunta: ¿y los intelectuales qué piensan?”.
El mismo Bobbio postula la vinculación intelectuales-política cuando sostiene: “Si tuviese que designar un modelo ideal de conducta del intelectual diría que debería estar marcada por una fuerte voluntad de participar en las luchas políticas y sociales de su tiempo que no permita volverse ajenos a estas”.
El autor resalta esta responsabilidad cuando sostiene que en democracia nadie es –o debería– ser irresponsable. En este sentido, hablar de responsabilidad de los intelectuales significa que, también ellos deben responder como todos ante alguien, siendo que forman parte de la esfera política, lo quieran o no. (Bobbio 1996).
Este mismo énfasis lo observamos en Chomsky (1999), quien sostiene que “la responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la verdad y denunciar la mentira. Se hayan en la situación de denunciar las mentiras de los gobiernos, de analizar las acciones políticas según las causas y los motivos y, a menudo según sus intenciones ocultas”.
A su vez Gramsci (1949) sostiene que el modo de ser del nuevo intelectual ya no puede consistir en la elocuencia, motora exterior y momentánea de los afectos y de las pasiones, sino en su participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador y "persuasivo permanentemente".
En tanto, Vaclav Havel (1999), intelectual y político que fuera dos veces presidente de la República Checa, sostiene que “en el terreno de la política, los intelectuales deberían hacer sentir su presencia de dos formas: podrían -sin considerarlo vergonzoso o degradante- aceptar un cargo político y utilizarlo para hacer lo que estiman correcto, no sólo aferrarse al poder”.
Dirá también que podrían convertirse en espejo de aquellos que ocupan cargos de autoridad, cerciorándose de que estos últimos sirven a una causa justa e impidiéndoles emplear buenas palabras para encubrir actos viles, como sucedió con muchos políticos intelectuales en tiempos anteriores.
En nuestro país los intelectuales suman miles. Por su cantidad y calidad política y social muchos partidos quisieran tenerlos en sus dominios. No es exagerado afirmar que serían decisivos para ganar las contiendas electorales y llegar al poder.
Pero lamentablemente, de los 50 partidos y 50 movimientos políticos que hay en el país son escasos los que llenan las condiciones para acogerlos como espacio libertario para sus luchas y sus contribuciones democráticas. ¡Simplemente no califican!
Resulta de gran valor para la democracia dominicana el que los intelectuales se acerquen a la política. No pueden ser neutrales. Para quienes pretendan serlo por cobardía o por indiferencia bien le viene lo expresado por Gramsci: “Odio a los indiferentes. Vivir significa tomar partido […] La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes”.