Maduro y un variopinto sector de la izquierda, repiten que la oposición preparaba “un golpe de Estado, nuevamente, de carácter fascista contrarrevolucionario”.  Una historia vieja, la de estigmatizar la disidencia colectiva o al disidente con el calificativo de fascista cuando el gobierno se reclama o es de izquierda. Y, sobre todo en el pasado, cuando es o se reclama “democrático”, a quien disiente con el sello de comunista. En la historia política, en nombre de causas o ideas se han cometido los más aterradores abusos, crímenes masivos y selectivos, justificados mediante abyectas falacias, complicidades y silencios. El presente caso de Venezuela es propicio para reflexionar sobre estas cuestiones y sobre el complotismo y del origen del uso y abuso del término fascista para descalificar al adversario.

La capitulación del fascismo hitleriano se logró en la esfera militar, pero determinó el curso de la historia política moderna, siendo la ex URSS la que mayor cuota de vida humana y material puso en ese hito. Por eso el antifascismo fue consustancial a ese país, a la democracia y a la izquierda.  El fascismo fue una amenaza real para la ex URSS, pero con el final del conflicto bélico dejó de serlo, no sin dejar de ser una referencia clave para su identidad nacional. Pero, la mentalidad complotista de sus dirigentes hizo del fascismo un mito/fantasma de uso permanente e inclemente contra la disidencia. Las grandes purgas fueron justificada como lucha contra la “amenaza fascista”.

Como anteriormente fue el caso de León Trotsky, primer presidente del soviet de Petrogrado (Leningrado), fundador del Ejército Rojo, comisario del pueblo para la Guerra del 1918 al 24 y artífice de la derrota de la resistencia armada contra la revolución. A pesar de eso, por sus ideas sobre la revolución, fue acusado de “agente imperialista”. Exiliado en México, fue asesinado por orden de Stalin. El mito de las conspiraciones internacionales contra la ex URSS sirvió para justificar fusilamientos, encarcelamientos e invadir a Hungría y Checoeslovaquia. Sectores minoritarios de la izquierda y de la intelectualidad condenaron esas barbaridades, pero el grueso de esa tendencia las apoyó militantemente, otra fue cómplice con su silencio. La historia les pasó factura y su dictamen fue: condena inapelable a la irrelevancia política.   

El recurso al mito del “complot” para mantener un determinado poder es una constante en la historia política, a ese mito ha apelado el régimen venezolano para justificar su negativa de respetar las reglas básicas que rigen los procesos electorales y de la democracia misma. También, para justificar su colapso y su negativa a someterse a una auditoria transparente de las actas de votación. De ahí la firme posición de los sectores de izquierda que en esencia representan los gobernantes, Petro, Lula, López Obrador, Boric y un amplio espectro de izquierda, incluyendo la venezolana y la disidencia chavista, que se niegan a suicidarse políticamente apoyando el delirio de la dirección de un régimen esencialmente incompetente, chapucera y acusada de delitos políticos y de corrupción.

Es innegable que todos los procesos de cambios que se ha intentado desde el siglo pasado hasta ahora han sido hostigados y agredidos por el gran capital a internacional, pero en última instancia han sido factores internos las principales causas de sus fracasos. Venezuela no ha sido una excepción Lo asombroso es que todavía muchos no lo han entendido y, a pesar de que a algunos le sobra talento para entenderlo, persisten en el error. No logran concebir la inapelable sentencia de la historia. Si los dirigentes del régimen terminan haciendo de ese país una cárcel, el éxodo o fuga de talentos se duplicará y seguirán en picada la economía y la quiebra de su tejido social. Eso no lo detiene el apoyo de regímenes totalitarios y sin legitimad alguna, anti-modelos de sociedad.

No se requiere una particular inteligencia para entender que mientras más se prolongue la crisis, más se alejan las posibilidades de que en la región se instalen gobiernos como los de los presidentes que se baten por una salida negociada, sin retaliación pero que exprese la voluntad realmente expresada en las urnas. El régimen venezolano constituye una retranca para los sectores progresistas, pero quienes lo apoyan no logran comprender el drama de esa sociedad, la dimensión de una fractura social, que se agravará con la permanencia del régimen. Hacia ahí es que hay que dirigir la mirada para tener una posición correcta sobre lo que pasa en ese país, no buscando justificaciones basadas en viejos mitos.

Finalmente, en la búsqueda de la explicación de por qué en la esfera de la política gente de reconocido talento apoya lo absurdo, François Furet, toma una frase de Saul Bellow cuando este dijo: “algunos tesoros de la inteligencia pueden dedicarse al servicio de la ignorancia cuando es profunda la necesidad de una ilusión”. La ilusión constituye un elemento importante para cualquier proyecto, personal/existencial, colectivo, político de negocio, etc., pero esta es inútil si se confunde realidad con deseos, si no se tiene la voluntad de explorar nuevos caminos cuando en el andar no reflexionamos sobre los hechos que nos dicen que el camino recorrido ha sido inconducente.