Después del jolgorio del Dia Internacional de la Mujer, con tarjetitas rosa, flores y eventos en los que se realza a la mujer dominicana, aunque los de mayor crónica social sean aquellos que destacan a las mujeres con dinero, poder, y de piel clara, elijo retener del artículo de mi amiga y colega Elisa Veras https://acento.com.do/opinion/de-barbies-y-voluntarias-9313148.html, el recuerdo de las tías, esas mujeres fabulosas, cuyas historias nos importaba poco en la niñez, pero que valoramos ahora que somos de la edad de ellas cuando fuimos niños.

Madeleine-Albright.
Madeleine Albright. Fuente: https://en.wikipedia.org/wiki/Madeleine_Albright

Ayer reproduje una publicación en el Instagram de Margrethe Vestager, vicepresidente ejecutiva de la Comisión Europea para Una Europa Lista para la Era Digital desde el 2019 y Comisionada Europea de Competencia desde el 2014, su mención de una frase de Madeleine Albright, la 64ª, de1997 a 2001: “Hay un espacio especial en el infiero para mujeres que no ayudan a otras mujeres" (2006). Y hay un espacio especial en el cielo para las tías …

Margrethe-Vestager
Margrethe Vestager. Fuente: https://en.wikipedia.org/wiki/Margrethe_Vestager

Siempre he admirado a mi madre, su fuerza de carácter, valor, su fé, esperanza, ejemplo de dignidad y labor, así como su amor inmenso, nos forjaron a mis hermanos y a mí en las personas que somos hoy, especialmente después de la partida de mi padre cuando contábamos con apenas 10, 8 y 7 años mis hermanos y yo.  Quiero pensar que le salió bien la obra.

A su lado, y por todos lados estuvieron sus hermanas, mis tías.  Ellas formaron una red de cuidado, apoyo y afecto, cada una con su sello muy particular.  Fueron parte importante de las vidas de cada una.  A diario se llamaban para saber cómo habían pasado su día.

Tías y mujeres memorables y originales por: el sentido del humor y el carácter indomable de Perla; la vocación de servicio y laboriosidad de Amparo; la imaginación, feminidad, e inteligencia de Hulda; el sentido práctico y la lealtad de Elma, el acompañamiento y competitividad de Angela, el sentido de humor y vocación de servicio de Olga.

Todas y cada una brindaron su apoyo a nuestra madre, pusieron sus recursos personales y materiales para ello.  Sus historias como mujeres sin embargo fueron fascinantes.

Amparo y Hulda, tomaron un vuelo de Panam desde el aeropuerto en la capital, hacia New York, Estado Unidos, contando con su capacidad y esfuerzo para avanzar; eran los años 60s, cuando estalló la lucha de los derechos civiles de las personas de color en todo ese país.  Las dificultades no fueron obstáculo.

En New York, se racializaba a las personas por muchos motivos, incluyendo darles acceso a la vivienda.  Sin embargo, el racismo no detendría dos dominicanas jóvenes, de carácter decidido y soñadoras.

Mi abuela les inculcó mantenerse siempre unidas, ayudarse entre sí, nunca dejar a ninguna sola.  Y lo cumplieron.  Recuerdo cuando tía Olga enfermó de cáncer.  Todas a una formaron un bloque de cuidado y protección, sin ser millonarias, garantizaron que mi tía recibiera los mejores cuidados en el Mount Sinaí, uno de los mejores hospitales de los Estados Unidos, y la acompañaron sin reserva.

Mis tías sabían divertirse también, les gustaban las reuniones familiares, escuchar el Bolero de Ravel, la Sonora Matancera o Chabela Vargas. Se reunían para preparar habichuelas con dulce, pasteles en hoja, y competir a ver quién hacía el bizcocho de frutas más rico.  La cocina de cada una era tan individual como cada una.  Desde olores de especias y sazones hasta ollas quemadas con una carcajada de fondo.

En las charlas con mi hermana y conmigo nos inculcaron independencia, audacia y seguridad.  Siempre advertidas de la sociedad en que vivimos.

A veces cuando pienso en mis tías, me pregunto si yo habría tenido igual arrojo. Por ejemplo, cuando se supo que ajusticiaron a Trujillo, ellas se vistieron de colores y pasearon con sus faldas y pelo al viento por el malecón de San Pedro de Macorís.  Era un claro desafío al duelo nacional cuando Ramfis Trujillo aún estaba a la cacería de los héroes.

Su fé en Dios era inquebrantable.  Y así lo recibimos como tesoro de enseñanza, aunque no vivían demostrando cercanías a iglesias y curas.

El discurso patriarcal y predominante intenta convencernos de que ya el feminismo pasó de moda, que las feministas son mujeres frustradas de la vida y radicales, y en el peor de los casos son tildadas de “feminazi”, o “defensoras de la ideología de género”; con ello cual el discurso patriarcal más radical pretende descalificar a las mujeres que ponen su trabajo para vindicar los derechos de todas.  Con razón la escritora africana Chimanada Ngozi Adichie afirma y razona que “todos debemos ser feministas”, y con ello se refiere a mujeres y hombres.

Se ha generalizado recientemente la palabra del inglés “sororidad”, para distinguirla de la predominante fraternidad.  Es un uso intencional admitido, para reconocer la acción de las mujeres que no solo apoyan y defienden a otras mujeres, sino que las elevan y promueven su avance.  Sin embargo, el feminismo es el mejor ejemplo de sororidad que conozco.

Tejer, actividad tradicionalmente femenina, alude a la necesaria acción intencional de las mujeres de este tiempo para tejer redes de cuidado y confianza entre nosotras, al margen de nuestras diferencias, desacuerdos y creencias.  Mis tías tejían joyas, en sentido estricto y metafórico.

De hecho, tejer una red nos ofrece una metáfora sumamente apropiada.  Una red con espacios entre hilos para fluir con la riqueza individual de cada mujer, una red de hilos flexibles que acoje, y une, pero si hace falta deja libres.

Aunque sea sólo por hoy, recuerda a una tía o a todas, agradece su presencia en tu vida, incluso con las diferencias.  Atesora los momentos con ellas, y si ya no están contigo, escríbeles como si estuvieran.