Los temas migración y nacionalismo no solo están al centro de la política de la generalidad de los países más influyentes del mundo, sino que por diversas razones hoy día jalonan el futuro de la humanidad. Este aserto es una constatación objetiva de un fenómeno que cobra amplitud, al tiempo de tornarse tan complejo que nadie hasta el momento puede decir cuál será exactamente su desenlace. Por tanto, en su tratamiento es importante despojarnos de la pasión y la sinrazón, dos actitudes que surgen automáticamente cuanto se tocan esos temas. Cierto es que el tema migratorio tiene una particularidad para nuestro país que no lo identifico en ningún otro y precisamente por eso debemos tratar de abordarlo con estricta objetividad.

 

Y es evidente que esta nos ha faltado en los últimos meses, sobre todo en las últimas semanas y las razones son múltiples. Entre otras, está el hecho de que aquí, el tema migratorio tiene la particularidad de que somos una isla separada políticamente por dos naciones en extremo diferentes. Una con un sostenido proceso de crecimiento económico que dura ya casi seis décadas y la otra una arritmia histórica que en términos económico institucional lleva casi dos siglos con todas las secuelas quede eso se derivan y que nadie en sano juicio lo niega. Pero, si no situamos los temas migratorios y nacionalismo en su justa dimensión, esa diferencia se acentuará con peores consecuencias para nuestro país, porque es el que más tiene que perder.

 

Desafortunadamente, en la generalidad de nuestra clase política (de todo signo), de importantes sectores sociales (de todo nivel económico) gente instruida (a todo nivel) y fundamentalmente en los más altos niveles del presente gobierno, en el tratamiento de la cuestión haitiana y migratoria no han podido sustraerse de la pasión y la sinrazón con que muchos suelen tratar estos temas aquí y en todo el mundo. Y es que, al decir de historiadores de reconocida autoridad intelectual y personal, como Eric Hobsbawm “las teorías y creencias del nacionalismo son especialmente difíciles de reconciliar con una comprensión racional de los asuntos humanos”. En esta época de incertidumbre se acentúa ese ineludible carácter emocional en que se funda la pertenencia a un grupo.

 

La irracionalidad influye fuertemente a que se mezcle migración con nacionalismo y se obvien cuestiones humanas de valor universal como son los derechos que en esta materia están consignados acuerdos tomados en organismos internacionales del cual éste y casi todos los países del mundo son signatarios. Sólo la pasión y la sinrazón pueden llevar a que se cometan yerros en el tratamiento de nuestro particular problema migratorio, por ejemplo: el gobierno pide a la ONU que contribuya a una solución de crisis haitiana apelando a una acción que, esencialmente, implique el uso la fuerza militar de parte de algunos países.

 

Pero al tiempo de hacer ese pedido, recrudece las acciones de expulsión de nacionales haitianos indocumentados hacia un país abocado a una intervención esencialmente de fuerza. Un contrasentido político y humano. Además de la brutalidad de cómo son apresados miles de migrantes por una policía esencialmente educada en la brutalidad, no se ha publicado ningún protocolo explicativo de esas acciones. Es contra esa brutalidad y negación de derechos que muchos protestamos y es contra ella que organismos internacionales llaman a la prudencia, la misma que hacen en otros países, basados en protocolos de tratamiento del tema de las expulsiones de migrantes que, reitero, están firmados por nuestro país.

 

Nadie reitero, cuestiona el derecho soberano del país a darse una política migratoria, pero no le asiste ningún derecho a ejercerla violando principios universales derechos humanos que, en nuestro caso, están debidamente documentados y conocidos en lacerantes videos que circulan en las redes sociales. Muchos minimizan y hasta niegan esos hechos y sin razón, movidos por la pasión cegadora de toda racionalidad, repiten en estridente coro que esos organismos violan nuestra soberanía. Un dislate. Pero hay algo peor en esta cruzada fuera de época, se comete el yerro jurídico político de evacuar un decreto, donde el presidente de la República atribuye una potestad a una institución del Estado que, según dice un destacado jurista, no le corresponde.

 

Según él, el presidente no puede, mediante decreto, ordenar la persecución y sometimiento a la justica de aquellos extranjeros que participen en ocupaciones ilegales de terrenos de propiedad privada o del Estado, ya que conforme a los artículos 29 y 32 del Código Procesal Penal: “la acción penal es pública o privada. Cuando es pública su ejercicio corresponde al ministerio público (no a Migración que no tiene facultad para juzgar ni condenar) sin perjuicio de la participación que este código concede a la víctima. Cuando es privada, su ejercicio únicamente corresponde a la víctima”, vale decir, el propietario del bien, único facultado a solicitar la fuerza pública. En un contexto como el presente, además de la brutalidad policial se suma la pasión tornada en odio que lleva a algunos a expulsar arbitrariamente de su comunidad a reales y percibidos extranjeros.

 

Vivimos una situación delicada, no un estado de excepción ni tampoco ante una amenaza militar que pueda socavar la soberanía nacional. En ese sentido, apelar a la razón/prudencia y no a las pasiones es lo más conveniente para la salud de la nación.