El 18 de febrero de 2024 ya tiene un espacio en la historia de la democracia y de las elecciones en la República Dominicana. Este día era esperado por muchos con alegría y ansiedad. Unos, por considerar que su triunfo era inminente; los otros, por la incertidumbre que les producía la inseguridad de su éxito electoral. Pero, pasada la fecha del escrutinio, todo ha quedado despejado. Hay quienes tienen sobradas razones para festejar; los hay, también, que lamentan el gasto y el desgaste, sin alcanzar los propósitos que se trazaron. Esto forma parte de las experiencias en las que se compite con otros y en las que intervienen factores favorables para determinados sectores y frustrantes para otros.

Hoy, 19 de febrero, se inicia una experiencia nueva. Ya finalizaron las promesas, los discursos floridos y los abrazos cosméticos. Llegó la hora de trabajar con fundamento para concretar el paraíso dibujado durante la campaña electoral. Arriba el tiempo en el que las sonrisas tiernas se han de mantener, pero sostenidas por la coherencia entre lo que se prometió y lo que a partir de ahora se va a realizar. Sí. Se hace presente el período en el que la acción pensada y creadora ha de sustituir al ruido y a las poses fotográficas más virales. Además, vino la época en la que los seguidores van a pasar factura. Optan por rechazar más cuentos y buscan respuestas efectivas a todo lo prometido.

Los partidos políticos ganadores de las elecciones enfrentan ahora una gran responsabilidad: presentar y poner en ejecución el programa que definieron oralmente y que nunca se atrevieron a presentar de forma explícita. Están frente a una sociedad que, si se respeta, sabrá exigir con firmeza y valentía el aterrizaje de todos los castillos que los partidos construyeron en el aire. Ahora es el tiempo, no es otro. Por tal motivo, habrá partidos y políticos con una preocupación alta. En la base de esta inquietud está el no haber previsto un plan de acción real, orientado a la superación de, al menos, algunas de las vulnerabilidades de la mayoría de la gente.

El tiempo de la verdad rige ahora. Por esto, los partidos y los líderes ganadores tienen que pasar de las palabras a los hechos. Se necesitan acciones creíbles. Ya no valen los eslóganes. Ahora valen las acciones dirigidas a mejorar la vida de la gente, a cambiar el desorden institucionalizado por una organización que garantice empleos decentes, higiene y salud integrales en ciudades, sectores periféricos y zonas rurales.  Ahora hay que poner en práctica políticas y procedimientos que reduzcan la corrupción municipal a la mínima expresión. Asimismo, se debe propiciar la participación de los munícipes y de las organizaciones en un proyecto municipal que transforme la rutina y el clientelismo.

La situación se torna difícil para los partidos políticos por la rendición de cuentas que deben hacer. Tienen dificultad para gestionar los recursos económicos con la transparencia debida; pero necesitan apelar a la coherencia y proceder a informarle a la sociedad sobre ingresos, gastos y balance. Es una experiencia tensa para los partidos y líderes políticos. Prefieren continuar con prácticas que niegan la ética y la justicia en la sociedad. No hay vuelta atrás, la demanda es palabras transformadas en hechos que cambien la calidad de vida y de trabajo de las personas y de las comunidades.

El cambio que se ha de producir en el poder municipal se impulsa con una veeduría permanente de la diversidad de actores sociales de La República Dominicana. Esto implica el seguimiento sistemático al trabajo de los líderes triunfantes en las elecciones municipales recientes. El programa que nunca presentaron debe aparecer ahora. Se espera que este programa se traduzca en políticas, proyectos y acciones congruentes con las promesas. Por respeto a las personas, por su dignidad, la prioridad ha de ser una acción sostenida, una respuesta eficiente. Ante todo, debe haber hechos, no palabras que se las lleva el viento. Al actuar así, fortalecen el poder municipal y el desarrollo nacional.