Me incorporé en la directiva de la Asociación de Empresas Industriales de Herrera a medianos del año 1987, como director de la Comisión Económica, una instancia que se había creado para canalizar las inquietudes de una nueva dirigencia empresarial interesada en hacer propuestas de políticas públicas.

En 1989 la República Dominicana atravesó una de las crisis más grandes de su historia económica y financiera. Quebraron los bancos Caribe, Panamericano, Antillano y otros. Existía un gran déficit comercial, inflación altísima, desempleo rampante, escasez de combustible y crisis energética. En ese contexto, Balaguer convocó al liderazgo empresarial del país para presentarle un programa de ajustes que contemplaba, entre otras medidas, un recargo cambiario a la producción nacional. En esa reunión, y a contrapelo de la cúpula empresarial, objeté la propuesta en mi condición de presidente de la Asociación de Empresas Industriales de Herrera, frente a los medios de comunicación presentes, y lo hice con firmeza.

Nunca dirigente empresarial alguno se había parado frente al presidente Balaguer para expresarle su desacuerdo. Toda la cúpula empresarial y los pequeños y medianos empresarios regularmente no tenían el arrojo para enfrentar a un gobernante autócrata que, como Joaquín Balaguer, violaba todas las leyes y normas democráticas y no tenía reparo en “pisar la cola” de cualquiera de ellos.

Balaguer utilizaba el chantaje contra una parte del empresariado y a otra la compraba con facilidades y concesiones. Enfrenté a Balaguer con firmeza, pero con educación y tacto. Al principio trató de convencerme y hasta llegó al extremo de ofrecerme una posición en su gobierno para dar seguimiento al programa de ajustes, actitud que me pareció un intento de comprarme. Lo rechacé de plano y esto hizo que perdiera la paciencia.

Balaguer se levantó y golpeó sobre la mesa mientras yo permanecía firme, sereno. La reunión se suspendió y el presidente se marchó, evidentemente airado. La cúpula empresarial me acosó fuertemente pretendiendo vencer mi resistencia y para que cambiara de posición. Me convocaron a una reunión en el Edificio La Cumbre en Plaza Naco, donde debía acudir solo, e hicieron lo imposible para lograrlo.

Mi planteamiento era que ese recargo cambiario resultaba sumamente nefasto, tremendamente inflacionario, ya que como cualquier impuesto o carga que se impusiera al sector productivo al inicio del proceso se multiplicaba en cada eslabón de la cadena hasta llegar al consumidor a unos niveles altos. Cuando al inicio de la producción se aplica una carga tributaria de 30%, el industrial la traslada al minorista y este al consumidor final, que además debe pagar el margen de ganancia de ambos. Eso, sencillamente, era insostenible para los consumidores y altamente negativo para la producción nacional y el sector exportador.

La mayoría de las grandes empresas pertenecientes a la cúpula empresarial no estaban gravadas por ese impuesto, como los productores de aceite, de alimentos balanceados, incluso los de fertilizantes, negocio que yo representaba. La diferencia era que el Grupo Najri, al que pertenecía Fertilizantes Químicos Dominicanos (Ferquido), donde yo trabajaba, tenía una visión distinta de las cosas y apoyaba mi posición.

Tratando de congraciarse con Balaguer, representantes de sectores no afectados por el recargo quisieron persuadirme para que cambiara de posición, pero yo advertí que tarde o temprano esa carga fiscal caería sobre sus empresas y efectivamente así ocurrió. Eso provocó un deterioro mayor de las relaciones con la cúpula empresarial, tanto mías como de la directiva de la Asociación de Empresas Industriales de Herrera.

En esa época, el Consejo Nacional de Hombres de Empresas, que era como se llamaba lo que es hoy el CONEP, estaba dirigido por Luis Augusto Ginebra Hernández (Don Payo Ginebra), amigo cercano de mi tío Rafael y hombre de derecha ligado a Balaguer por lazos íntimos hasta el último día de su vida, y no lo disimulaba. Estuvo entre los más destacados recolectores de fondos para las campañas de Balaguer. Don Payo, al igual que la mayoría de esa cúpula, fue de los que instigaron el golpe de Estado contra el gobierno de Juan Bosch. Ellos, al igual que la élite de la iglesia, eran sectores recalcitrantes aliados a los peores intereses del país, que enfrentaron al presidente Antonio Guzmán. Es famoso el discurso de Ginebra en una cena para la juramentación de la nueva directiva del consejo empresarial, encabezada por Hugh Brache Bernard, y a la que asistió el presidente Guzmán. No tuvo ni la más mínima cortesía con su invitado, y se pronunció en términos severos contra decisiones adoptadas por el gobierno.

Extractos editados de mi libro “Relatos de la vida de un desmemoriado”.