“La Política no es una profesión. Es una pasión, un compromiso: No se compra ni se vende. Ella es, en su acción, sencillamente, honor y dignidad”.  (Pedro Escobar y Pepe Mujica).

La volatilidad de la incertidumbre, que viene caracterizando al mundo en general y a nuestro país en particular, suma al mismo tiempo el germen exponenciado de la fractura de la cotidianidad, envuelta en una covidianidad que nos destroza el grado de interactuación social que nos caracteriza como humanos. La soledad, no como reflexión, como conocimiento, nos atropella en lo urgente para excluir lo importante.

Nos encontramos en lo que Daniel Kahneman, psicólogo y Premio Nobel de Economía, en su libro Pensar Rápido, Pensar Despacio señalaba: “Descubrir que la aceleración permanente inhibe la vinculación entre hecho, causa y consecuencia”. Nos manejamos con lo instantáneo, donde el tacticismo, lo coyuntural, excluye y ahoga lo esencial, la visión, lo estratégico, lo fundamental. Nos olvidamos que el presente es solo el eslabón entre lo que fuimos y el puente que condensa lo que queremos ser. ¡Cotejamos nuestras acciones como si el futuro no existiera!

La Política y con ella, el poder, es el mayor espacio de relación. Relación de poder que es intereses, es determinación, es exclusión. Esta ciencia, al decir de Hannah Arendt “se basa en el hecho de la pluralidad de los hombres”. La Política tiene sentido porque ella es el contenido esencial de la organización de la sociedad. Es la que orquesta la dimensión social, la construcción del arco del devenir de las relaciones. Pone en juego el grado de grandeza más allá de los intereses y de las motivaciones de los actores políticos que han dirigido nuestro país.

Se puede decir que en los últimos 24 años la vida política y con ello, la sociedad política (el Estado y la dirección del mismo) no han tenido sentido. El sentido de la política es consustancial al grado en que se asumen los desafíos y las expectativas de una sociedad en cada época y contexto. De ahí que no hayamos tenido ESTADISTAS, en tanto el sentido de la política. El sentido de la política es la confianza y la legitimidad de las acciones de los gobernantes. Arendt nos refuerza “La política es una necesidad, ineludible para la vida humana, tanto individual como social. Misión y fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio”. La política es construcción de consenso en función de la dinámica del contexto y en la fase del desarrollo social e institucional por la que atraviesa una sociedad.

América Latina, una gran parte de los países, lo que tienen es una democracia aparente, una democracia de papel, sin mediación creíble, sin sustancia, sin sentido del contenido. Es una “democracia electoral, política” y, aun así, sumamente exigua, nimia y altamente pírrica por los factores que gravitan en contra de los ciudadanos. Una democracia recentista y resentida en el clamor de las necesidades vitales. Una democracia construida en la pobreza, la desigualdad y la discriminación. Como nos diría Latinobarómetro 2021 “La pandemia no define a la región, sino simplemente acentúa sus características”.

Sociológicamente, la sociedad dominicana se encontraba altamente transida. En lo institucional, en lo ético-moral, diezmada. Vilmente lacerada por aquellos que debieron protegernos. Nos dirigieron seres humanos postrados en la ignominia de la más execrable de la miseria: la espiritual. No crecieron. El enanismo constreñido no lo superaron ni aun con la jerarquía política y económica alcanzada. No basta la vastedad del alcance si no hay trascendencia, que solo se logra más allá de la materialidad alcanzada. El honor, la dignidad y la entereza encuentran cauce en el contenido verdadero de la legitimidad de las instituciones.

Nos encontramos en el salto dialéctico, la sociedad se ha empoderado. Acusa un protagonismo donde el eje transversal es el encuentro hacia una sociedad más decente, más institucionalizada. Es el primer plano de la confianza, de la credibilidad. Es la disrupción de la vieja política, en gran medida. La corrupción y la impunidad, sus secuelas, nos dejan en el olvido del estropicio de la historia. Borrón y cuenta nueva. No tirar piedra hacia atrás, configuran la prehistoria. Sintomatología de un nuevo escenario. ¡Es la consideración de que no podemos seguir armando los traumas de los paradigmas del pasado! Como nos decía Nicolás Guillen “Cualquier tiempo pasado, fue peor”.

República Dominicana puede y debe dejar atrás esta democracia aparente. Comenzar a cimentar la democracia efectiva, que es mejor distribución de la riqueza a través de mejor inversión en educación, salud, agua potable, servicios públicos y mayor rigor en los niveles de institucionalidad. Mejor calidad del gasto, mejor priorización y jerarquización de los mismos. No la agenda de los actores políticos per ser, si no de la ciudadanía. Es la búsqueda de una mayor y mejor cohesión social.

La cohesión social, muy poca evaluada en nuestra sociedad, nos ilustra de cómo andamos en el grado de interactuación social, los niveles de confianza, la posibilidad de construir proyectos colectivos, la singularidad del caudalado sinergético de la asociatividad y cooperación. Es la diversidad en medio del equilibrio y la prudencia, tamizado por la tolerancia en el encuentro de la discusión abierta, libre y transparente para lograr mejores niveles de verdadero desarrollo. Queremos crecimiento, situación sine qua non para el desarrollo. Sin embargo, ha de haber una política deliberada, audaz, emprendedora, para dejar como parte del pasado la desigualdad acompasada de terror horrido.

Realizaremos el rigor de un investigador, que ha de actuar con objetividad, con profesionalidad, con la mayor neutralidad ética, con validez, con confiabilidad. La necesidad de la búsqueda del hecho, de la causa y consecuencia. No de la secuencialidad, sino de la causalidad del fenómeno. En esa dimensión ética, es la búsqueda de la verdad y de develar todo lo que hay en ella, todo lo que podemos relievar y pautar para un ascenso de la sociedad. De plano, no mirar hacia atrás, nada de borrón y cuentas nuevas. Nada de la vieja política. Nada que implique una competencia y una dominación a través del clientelismo y la corrupción. Que las políticas públicas no contengan como soporte transversal a esas transgresiones abominables, aberrantes, execrables que nos hacen ser muy diferentes en los territorios públicos.

Es permear una democracia más efectiva en todo el tejido social-económico-institucional de nuestra formación social. Es la manera más expedita de truncar y neutralizar la fatiga democrática, sin contenido. Mientras más altos son los niveles de educación, más plausible es la valoración hacia la democracia. En cambio, aquellos que no han estudiado, el 27%, valora el autoritarismo como un blasón. Para ellos la dictadura es el camino. La democracia electoral, política, en miniatura conduce solo a una democracia aparente, de papel. Sin reformas estructurales se desvanece en el tiempo y gran parte de la ciudadanía llega a no importarle, si ella, no fragua respuestas en las condiciones materiales de existencia. En la calidad de vida de las personas. Allí donde no nos sintamos orgullosos por tener y que los demás no tengan lo mínimo vital para poder decir que son seres humanos.

Rupturar la fatiga democrática es el gran desafío por lo que abogamos por más y mejor democracia. El cambio de época nos exige un rompimiento con esta democracia de caja chica, con una democracia que, si sigue con los niveles de inequidad, corre al desfallecimiento. La fragilidad y fractura social se visibilizan con el tiempo en malestar social y con ello, múltiples expresiones del comportamiento colectivo.

Necesitamos de actores políticos y sociales que se caractericen por la coherencia entre pensar, decir y hacer. Como muy bien nos apunta Antoni Gutierrez-Rubi en su libro La Fatiga Democrática “Hemos dejado de recordar para buscar, hemos dejado de pensar para buscar, y estamos casi dejando de decidir para estar en la búsqueda permanente. La relación entre el bien abundante (la información) y el bien escaso (el tiempo para procesarla) está provocando que las reacciones desplacen a las reflexiones en nuestros procesos cognitivos”.

Se requiere de una nueva mirada de la política, con sentido, que desbroce como nos diría Byung Chul Han en su libro La desaparición de los rituales, la necesidad de dejar las patologías del presente, que no son más que contornos del pasado, que no nos permiten augurar el futuro. En nuestra sociedad esos rituales han constituido una nostalgia y añoranza del pasado, de exclusión para la inmensa mayoría.