Íñigo López de Loyola, mejor conocido como San Ignacio de Loyola,  nació en  España en  1491. Provenía de una familia, noble, propietaria de tierra y de fundiciones de metales. De  sus primeros años dijo: “’hasta los veintiséis años de  edad era un hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en ejercicios de armas, con un gran y vano deseo de ganar honras”. Ese hinchado ego probablemente influyó para que participara en la  batalla de Pamplona en 1521, donde un cañonazo le destruyó una pierna. Y sin anestesia, los médicos se la entablillaron como en una carnicería, y, para que quedara pareja, y no afectara su vida mundana, pidió que le cortaran huesos y la operaran dos veces.

En ese dolorosísimo y largo proceso de curación, experimentó un cambio real y sostenido;  una conversión interior donde comenzó a sentir la fuerza para servir al Señor, ayudar a las almas y  aversión por su vida pasada, principalmente por los placeres carnales; proceso que relata en su  libro llamado Ejercicios Espirituales, muy importante para el catolicismo; por lo que algunos lo consideran  el español más influyente en los últimos 500 años.

Posiblemente su aporte más importante fue la fundación de la Sociedad o Compañía de Jesús en 1540, con el objetivo de predicar y usar  los demás medios posibles, en tierra de creyentes o no,  para ayudar a las almas. Una entidad formada por hombres, la  mayoría con   alto nivel intelectual, muy adaptables y disciplinados; con mentes lúcidas y eficaces para alcanzar sus objetivos;  dedicados a educar, cristianizar y servir, que viven en comunidad; y practican votos de pobreza, castidad y obediencia. Cuyas  obras y hechos han dejado huellas imborrables en la educación, la cultura y lo pastoral en el planeta, convirtiéndose en voces críticas y defensoras de los valores democráticos.

Sin embargo, en El Salvador, los padres jesuitas abogaban por el diálogo y la paz como solución para poner fin a la guerra civil.  Pero en noviembre de 1989, unos militares asesinaron al cura jesuita español Ignacio Ellacuría, teólogo de la liberación y rector de la Universidad Centroamericana, junto con cinco compañeros curas y dos empleadas, algunos españoles, por lo que la Audiencia Nacional española condenó al principal responsable a mas de 130 años de cárcel.

El pasado mes, en  Nicaragua, aquel gobierno autoritario disolvió la Compañía de Jesús y ordenó la confiscación de todos sus bienes, incluyendo la Universidad Centroamericana, a la que acusaron de ser un centro del terrorismo y de organizar grupos delincuenciales. Una grave ofensa para la Iglesia Católica y el papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y, entonces,  jesuita.

A República Dominicana, los padres jesuitas llegaron en 1946, y fieles a su historia de emprender tareas difíciles; fundaron el  Colegio de Loyola, en Dajabón, precisamente en la frontera domínico haitiana. Actualmente, dirigen parroquias, universidades, colegios, politécnicos y escuelas, así emisoras educativas, entre otros. Y, conocen bien la mentalidad y la cultura de los haitianos, principalmente su idioma, el creole, y  su religión vudú; mientras los dominicanos hablamos español y practicamos el cristianismo.

Finalmente,  nuestros  padres  jesuitas, frente al conflicto que libran los gobiernos haitianos y dominicanos, por la construcción de un canal y el cierre de la frontera, en base a su   experiencia y sabiduría,  sostienen que el  "el diálogo es la forma de promover la paz y la reconciliación entre las personas y las comunidades”.

A escuchar las voces de los  jesuitas. Que acabe ya la represión y la violencia contra ellos, gentes al servicio del bien. Y respeto y gratitud por los jesuitas y demás religiosos.

A respaldar las medidas patrióticas del gobierno dominicano. Que viva nuestra patria soberana.

** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.