La aparición del fenómeno urbano significó la emergencia del valor de la libertad, en sentido lato. “El aire de la ciudad hace libre” fue un aforismo muy difundido durante el periodo de disolución de las corporaciones de productores que dio paso a la ciudad comercial. Como ironía de la historia, ha sido la sociedad de masas, producida por la gran revolución urbana, el factor fundamental para que se produzca la pérdida del valor de la libertad individual que, en sus inicios, produjo la vida en ciudad, la vida urbana. Hoy, la gente cree encontrar sentido a su existencia diluyendo su individualidad dentro y para un grupo, imponiéndose el borreguismo… y el cinismo en la generalidad de los casos. Momentos como la presente guerra de la Rusia de Putin contra Ucrania, acentúa esa tendencia.

Pienso que la propensión a la renuncia a la capacidad de pensar de manera no binaria (lo uno o lo otro) posiblemente tenga su origen, en Occidente, en eso que Erich Fromm llamó el miedo a la libertad, o al deseo irrefrenable de ser como todos, del que nos habla Piccolo. Esa actitud, también nos dice de la complejidad de la inteligencia humana, porque resulta desconcertante ver cómo gente de reconocido talento para analizar circunstancias y para tomar partida de manera razonable en su escogencia de grupos o militancia política, en determinados momentos y frente algunas cuestiones toman partido de manera maniquea, como es el caso de sus posiciones sobre el conflicto bélico arriba mencionado.

Cierto, la verdad, a veces, no está en ninguna parte, como respondiera Guillermo de Baskerville de Baskeville a Adso da Melk en la novela “El nombre de la rosa”, pero siempre hay una mejor forma de establecerla. En este caso, la verdad sobre las causas que han originado la referida guerra no puede establecerse limitándose a los aspectos fenomenales del problema, sino a través del conocimiento de sus causas últimas. Muchos repitan como un mantra, que la invasión del clan Putin a Ucrania fue en legítima defensa de su territorio ante la intención de la OTAN de expandirse en Ucrania. Un decepcionante y absurdo reduccionismo.

Indudablemente, la provocación de la OTAN es parte importante del conflicto. Pero la invasión no se hubiese producido sin la existencia del tipo de poder entronizado en la Rusia post soviética, sin su paranoico miedo ancestral al peligro cultural, político, militar y al eterno fantasma del “complot” de Europa occidental contra ese país. La justificada actitud de desconfianza y condena a la OTAN obnubila a muchos, pero por borreguismo o desconocimiento ignoran los costes de esta catástrofe y sus reales causantes: el clan Putin y el militarismo europeo. Entre las muchas reflexiones que se puede y es necesario hacer sobre el colapso del socialismo tipo soviético, es conocer la naturaleza del poder que lo sucedió.

Es necesario conocer la fragilidad de todo poder que se sostiene mediante el despotismo, en la negación de libertades básicas e inherentes al ser humano, justificada en nombre de supuestos complots de los “enemigos” internos y sobre todo externos, y en el establecimiento de un núcleo duro al servicio de una figura que se erige en indispensable, despótico y que no observa ley alguna, sólo en aquellas que decreta para sostener su despotismo.  Ese déspota establece un orden social que es altamente valorado por la gente, en tanto ofrece “seguridad” y “evita” el peligro contra la nación. Es lo que provoca la adhesión a ese líder, por miedo al “peligro” la gente renuncia, hasta con algarabía, al ejercicio de la libertad. En eso, generalmente, se basa el poder despótico.

Es la experiencia vivida en gobiernos tiránicos, sin importar color o signo ideológico o político. Lo vivimos con Trujillo, lo vivieron Chile, España, etc., con sus tiranos y lo vive Rusia con Putin. Allí, según Françoise Thom, a pesar de que el peso de sector privado sobrepasa el 65 %, del PBI, de los 132 millones de rusos, más de 100 no están empleados en el sector productivo y son redistribuido por el Estado. Si no hacemos conciencia de estas cuestiones seguiremos repitiendo medias verdades y falacias por el deseo de tener una referencia a que aferrarnos. Una de las características de ese tipo de poder es que hace que la gente dependa del gobierno, convirtiéndose en rehenes, en feligreses, no en ciudadanos. A discreción, los recursos los reparte el poder a cambio de adhesión.

Leer el conflicto bélico que ha puesto en vilo al mundo en clave de quien es o no el culpable de que este se produjera, de quien será o no el vencedor es banalizar un problema que es más complejo, es caer en el reduccionismo/borreguismo que tanto gusta a la gente y que tanto alimentan los diferentes medios y redes al servicio de los poderosos o de las partes envueltas. Es seguir como borregos las posiciones de grupos en el poder que son financiados, tanto por una como por otra de las partes envueltas, es renunciar a la libertad de opción en un conflicto entre dos bloques sin sustanciales diferencias. En última instancia.