Los tres espacios conceptuales que abarcan el título de este ensayo, no ocultan ni por intención ni extensión la vastedad del pensamiento hostosiano en sus textos, que son la suma de sus escritos convertidos en el corpus hostosiano, pero tampoco olvida, el peso de una exegética cultural, educativa y orientadora que conlleva su trayectoria como pensador y maestro hispanoamericano. Su obra no sólo es un propósito o proyecto, sino también un universo de ideas y prácticas de pensamiento que se extiende en el mapa de las ideas liberales, patrióticas, emancipadoras y revolucionarias de América Latina y la Antillanidad cultural.
Eugenio María de Hostos y Bonilla nació en Mayagüez, Puerto Rico, el 11 de agosto de 1839 y falleció en Santo Domingo, República Dominicana el 11 de agosto de 1903. Considerado uno de los más sensibles latinoamericanistas, liberal y positivista motivó una memoria también ligada a una consciencia antillana que activó desde la Moral Social y la Sociología teórica, expositiva, inductiva, intuitiva, deductiva y sistemática. La conceptografía que abrazó en la Moral Social y en la Sociología positiva generó todo un cuerpo definicional y funcional ligado a la naturaleza misma de lo social.
Así, en el caso de la Sociología hostosiana se definía como “… la ciencia primaria, abstracta, intuitivo-inductivo-deductiva, que estudia las leyes naturales en que se funda el orden de la realidad social.” De ahí la división de la sociología que “se divide en Socionomía, Sociografía, Sociorganología, y Sociopatía. La Socionomía o sociología propiamente dicha, es ciencia general: las demás partes del estudio, son ciencias de aplicación”. (Ver, Eugenio María de Hostos: Moral Social y Sociología, Eds. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982, p. 34).
Hostos entendía que los enunciados de las leyes sociales inciden en el orden preestablecido y propiamente establecido por las relaciones sociales entre los hombres y que por lo tanto existe un “Enunciado de la Ley de Sociabilidad, de la Ley del trabajo, de la ley de la libertad, de la ley de Progreso, de la ley de ideal, de la Ley de Conservación y de la Ley de los Medios (ver, op. cit. pp. 39-45).
Todo el enmarque de la Sociología dialoga entonces con la Moral Social, o sea con las “Relaciones y deberes del sujeto social, la sociedad y sus órganos, el objeto de la moral social, las relaciones sociales y su clasificación; las relaciones de necesidad, gratitud, utilidad, derecho y deber, así como de otras regiones de lo social, su ética y su moral.
Dentro de los deberes de la Moral Social objetiva tenemos:
- El deber de trabajo, Cap. 1
- El deber de contribución, Cap. 2
- El deber de fomento, Cap. 3
- El deber de patriotismo, Cap. 4
- El deber confraternidad, Cap. 5
- El deber de obediencia, Cap. 6
- El deber de sumisión, Cap. 7
- El deber de adhesión, Cap. 8
- El deber de acatamiento de la luz, Cap. 9
- El deber de filantropía, Cap. 10
- El deber de sacrificio, Cap. 11
- El deber cooperación, Cap. 12
- El deber de unión, Cap. 13
- El deber de abnegación, Cap. 14
- El deber de cosmopolitismo, Cap. 15
- El deber de educación doméstica, Cap. 16
- El deber de educación fundamental, Cap. 17
- El deber de educación profesional, Cap. 18
- El deber de civilización, Cap. 19
Por razones obvias nos vamos a detener en tres deberes donde el pensamiento dirige la vida del sujeto en condiciones de cultura-educación. Nos referimos a la Educación doméstica (pp. 342-344); Deber de Educación fundamental (pp. 344-345); y Deber de Educación profesional (pp. 345-348). Estos tres deberes fortalecen el concepto de sujeto público o sujeto de determinación cultural.
De tal manera que tres filósofos-pedagogos instruyeron por intuición, razón y experiencia una práctica que no fue solamente escolar, sino de aplicación a la instrucción educativa, donde lo que se tenía como sostén cultural y social era el pensamiento orientacional y el principio fundamental de desarrollo educativo. Cultura, educación y trabajo moral estaban en el centro de una formación teórica y práctica … debido a la intuición, la razón y la praxis cultural.
Según Hostos:
“Pestalozzi no es propiamente del siglo XIX porque ya una parte de sus esfuerzos y sacrificios por la educación de los hombres se habían hecho a final de siglo XVIII; pero en él, en la parte de la obra civilizadora que corresponde a la educación, instrucción y enseñanza, Pestalozzi es el primero y el último es el primero, porque toda la obra de reorganización educativa del siglo XIX está inspirada en el principio fundamental de Pestalozzi. Es el último, porque después de pasado el siglo XIX todavía es la obra de Pestalozzi la que se está tratando de afirmar la realidad.” (Op. cit. p. 344)
En cuanto al deber de Educación, A.A. Francke es un pensador que en la historia de la pedagogía conjuga la diferencia y la idea de un desarrollo intelectual. Las instrucciones a los maestros y “profesores” de los establecimientos de enseñanza que creó y relacionó las costumbres de los profesores de la época.
Según Hostos:
“Aun cuando no se puede colocar a Francke entre los grandes teóricos de la Pedagogía, no se puede tampoco decir que la asombrosa cantidad con que practicó sus deseos no contengan reformas muy considerables con respecto a los planes de estudio que estaban en boga a la sazón. Esos planes de estudio indicado… pero cuando Francke siguió en sus establecimientos ese plan aumentó la extensión general de los estudios y en cada uno de los grados de organización hizo adiciones muy considerables”. (Op. cit. 347)
La crítica al Deber de Civilización la encarna como fuerza devastadora Cristóbal Colón, porque el navegante genovés confundió el concepto de civilización con el de humanidad. El mismo Diario de Colón y los textos de indias posteriores acuñaron la civilización como sustitución del hombre avasallado y colonizado; confinado y explotado; lo que hizo necesario un grito, un clamor a favor de un mejor tratamiento del indio esclavizado y extinguido por la fuerza avasallante del colonizador.