Rafael Chaljub ha sido sistemático en la crítica a las actitudes de los sectores progresistas y de izquierda que, en momentos cruciales del proceso político, han adoptado lo que llama posiciones abstencionistas. Con razón, señala que no han sabido elaborar una táctica con posibilidad de incidir en esos momentos, optando por una suerte de retraimiento político cuyos resultados, agregó, han sido no solamente el triunfo de las posiciones del conservadurismo ancestral, sino un sistemático debilitamiento de esos sectores en todas las esferas del debate y la práctica política. Esto queda evidenciado en los pobres resultados electorales ininterrumpidamente por ellos cosechados en casi seis décadas.

El origen de ese abstencionismo podría encontrarse en el proceso electoral de 1962, del cual Bosch salió victorioso por su aguda interpretación de la sociedad dominicana en esa particular coyuntura. Sin ser gramsciano, creo, su olfato político lo llevó a plantear que en ese momento lo fundamental era desarrollar un proceso hacia la democratización del país, situando en primer plano la cuestión de clases. En ese sentido, para él, la contradicción básica en la superestructura del Estado era entre los pobres, hijos de Machepa y los ricos, los tutumpotes, no entre trujillistas y antitrujillistas. El escenario de esa lucha no era otro que el de la democracia, apostando a ella en las elecciones del referido año ganándolas convincentemente.

La izquierda de entonces se abstuvo. No entendió el momento y, cuando se dio cuenta, el camino para enmendarlo fue trágicamente erróneo. Tampoco entendió la coyuntura. Se produce la de Abril del 65 y algunos sectores de izquierda no la entendieron, pero el grueso sí y se insertó de manera clara y contundente como una de las partes hegemónica en la conducción del proceso. Pero, una vez terminadas las acciones insurreccionales llegó el momento de la política y no lo supo calibrar; un error que, junto a la represión y matanza selectiva de los organismos de seguridad nacionales y de EEUU a diversos militantes de izquierda (del entonces PRD), quizá haya sido la principal causa de la crónica debilidad de ese sector. No se entendió que la democracia, más que un principio o un concepto, es un método.

Siempre lo ha sido y más hoy, porque el territorio, las calles, se han convertido en escenario fundamental de la política y no las fábricas como lo fue hasta los años 70. En el ágora, las calles, nació esta actividad y es allí donde se desarrollan las principales luchas por la inclusión social, el derecho a los servicios básicos es como se forjan las identidades colectivas. El espacio es el lugar de las interacciones, de la comunidad de intereses que forjan acuerdos entre pluralidades de actores, no de UNO preconstruido. Por consiguiente, la unidad en la diversidad es algo que se construye en el fragor de la acción política y no en asambleas no siempre democráticamente constituidas.  En breve, una lucha por un cambio sustancial implica una lucha por la democracia.

Desafortunadamente, no ha sido esa la perspectiva de acción con que los sectores progresistas de nuestro país se confrontan con la política, siendo esa, una de las razones por lo cual éstos enfrentan los procesos electorales: con lastimosa división y hasta con cierto desparpajo, sin acciones previas que podrían evitar que sus candidatos a todas las instancias sean eternos 0…% o que cuando superen es margen no rebasen un nada honroso 1%. ¿cómo prepararse previamente para dichos procesos?, haciendo política en el territorio acompañando a las comunidades en sus demandas de derechos, incluyendo el derecho a ciudad. Por ejemplo, el barrio las Ciénagas lo bordea el río Ozama y en ese borde se construye una avenida como eje vial para recuperar el río en tanto atributo de la ciudad.

La idea era recuperar ese recurso natural y revalorizar el suelo, el paisaje, al tiempo de intentar desalojar a los pobladores del barrio y negarle su derecho a ese atributo. Las protestas de la población y de organizaciones comunitarias detuvieron el desalojo, pero el barrio vive una suerte de limbo sin que se defina su futuro. Ese espacio constituye un escenario clave, una oportunidad para la acción política, pero ese limbo se mantiene, las precariedades se multiplican y se erosiona su identidad sin que se registre una sostenida acción de las organizaciones políticas para evitarlo. Es la misma circunstancia que corren otras comunidades en ésta y otras ciudades del país. Se pierde una óptima oportunidad para insertarse en el país real.

Durante casi cuatro décadas el principal método de lucha la generalidad de esos sectores saca la gente de las calles. Un método tan equivocado como el estribillo/consigna: “revolución primero, elecciones después” que como acertada crítica recoge Chaljub en su libro: “He Aquí la Izquierda”. De las calles vacías como resultado de la violencia sin sentido no sale otra cosa que no sea miedo inmovilizador y dispersión. En nuestro país las elecciones son inicuas, pero en los países de la región generalmente son iguales, a veces peores, pero determinadas fuerzas progresistas participan en ellas a veces con éxitos, ampliando su derecho a la participación y representación, logrando conquistas sustancialmente democráticas.

En el contexto de la democracia ellos fortalecen las identidades locales y así construyen su caladero de votos. Cuestión de método.