Siempre me he batido por el libre ejercicio de la libertad de expresar y difundir lo que se entiende correcto o deseable, el derecho al trabajo independientemente de lo que uno sea o crea, a la investigación y publicación objetiva de los resultados que esta arroje. Paradójicamente, no pocas veces esa perspectiva de la libertad es rechazada por sectores con posiciones ideológicas/políticas aparentemente opuestas. En todos ellos, por razones esencialmente iguales, opera ese histórico e irrefrenable instinto que Eric Fromm llama: el miedo a la libertad. A ese propósito, me animo a compartir algunas experiencias personalmente vividas de intolerancia y de sospecha, relativas a algunas de mis posiciones políticas o de actividades profesionales.
Durante mi estadía en Praga como delegado en la Revista Internacional del Partido Comunista Dominicano (PCD), recibía y distribuía el periódico de ese partido, donde escribía artículos sobre diversos temas. Uno que traté algunas veces fue el del Sindicato Solidarnosc, que combatía al régimen polaco del entonces bloque soviético y agrupaba la mayoría de la clase trabajadora. El jefe de la seguridad de la Revista, soviético, naturalmente, me convocó a la oficina del delegado polaco y allí fui sometido a un interrogatorio sobre el contenido de mis artículos. La primera pregunta fue sobre la fuente de dónde obtenía las informaciones para escribirlos. Le respondí: entre otras fuentes, en los periódicos El País, Le Monde y L´Unitá que recibía la biblioteca de la Revista.
Teniendo la Revista varios traductores de lengua castellana y dos de italiano, quizás por paranoica desconfianza hacia traductores de esas lenguas me interrogaron en francés. Entonces hablaba corrientemente el italiano, no así el francés. Nunca entendí el objetivo del interrogatorio, pensé que posiblemente fue otra de las recurrentes manifestación de intolerancia y torpeza de los aparatos represivos de los regímenes de fuerza. Si la intención era hacerme una advertencia esta fue inútil, pues seguí distribuyendo el periódico del partido. En la entonces República Democrática Alemana, en el marco de una conferencia internacional de partidos comunistas, fui convocado a una reunión y me dijeron que era cierto lo que decía sobre Solidarnosc, pero que no convenía difundirse. Solo dije: mi partido permite la libertad de opinión…
En el campo profesional viví otro episodio de intolerancia. Siendo coordinador del Equipo de Investigación Social, Equis/Intec, del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, una empresa extractiva de oro nos pidió que le hiciésemos una investigación sobre el área donde esta operaba. Le presenté el diseño y presupuesto de varios millones de pesos y estuvieron de acuerdo, pero en un medio, no recuerdo cuál, di unas declaraciones apoyando la posición del gobierno de Danilo Medina que planteaba una renegociación del convenio del Estado con la empresa. De esta me convocaron a una reunión para decirme que me abstuviese de expresar opiniones como esa. Le dije que al derecho de opinar no renunciaba jamás. Echaron hacia atrás el preacuerdo sobre la investigación. Como siempre, el Intec me apoyó.
El recuerdo de estas experiencias me lo provocan algunas reacciones sobre mi artículo de la semana pasada, en el cual, basado en datos cuantitativos arrojados por 20 encuestas y del análisis cualitativo del contexto en que discurre el presente contexto electoral, concluía que todo apunta hacia una reelección del presidente Abinader. Para algunos fue una suerte de delito de opinión y por razones totalmente opuesta a aquellos, para otros fue una indeseable verdad que debió ser dicha de otra manera (como la piensan ellos), sin que faltasen quienes expresaron satisfacción por mi conclusión. Y es que las conclusiones o resultados de un análisis de una determinada coyuntura pueden coincidir con las posiciones y/o expectativas de quien hace el análisis y eso no invalida el análisis.
Estas cuestiones plantean temas de la libertad y de esa malhadada idea de que los profesionales o intelectuales deben ser neutrales, algo que conduce o induce a que renuncien o limiten su derecho a la libertad opinión, sean estas contrarias o a favor del poder. Generalmente, quienes son decididamente parciales acuden al mito de la neutralidad solo para exigírsela a quienes tienen una idea que no es la suya. Es una forma velada del pensamiento único y autoritario del cual, en la práctica, son partidarios individuos de signos ideológico/político aparentemente contrarios. En ese sentido, jamás renunciaré a la lucha por el respeto a la diversidad y al derecho de cada uno a tener pensamiento propio y sacar conclusiones de sus análisis, sin importar ser percibido como sospechoso.