La libertad de expresión es fundamental en toda democracia y el rol de una prensa responsable que pueda libremente expresar sus opiniones sin temor a represalias políticas habla del nivel de calidad de esta, ya que no solo se necesita respeto a este derecho, sino coraje para ejercerlo pues, aunque exista el respeto a la palabra y no se contemplen consecuencias directas, decir verdades incómodas a líderes es siempre una tarea ingrata, que los egos humanos generalmente rechazan.
Y no se trata solo de la arena política, pues muchos ciudadanos desde sus ámbitos empresariales, académicos, profesionales, gremiales, sociales, etc. son muy dados a criticar las ejecutorias de gobernantes y su tendencia a aferrarse al poder, pero son poco proclives a recibir cuestionamientos y fomentan directa o indirectamente que la conducta en sus espacios de liderazgo sea acatar sus posiciones y, peor aún, que se corten las alas de aquellos que sí se atreven a emitir sus opiniones.
En nuestro país es común escuchar declaraciones de directores de medios y periodistas defendiendo con ahínco la libertad de prensa y justificadamente rechazando de plano cualquier asunto que entiendan representa un asomo de coartarla, sin embargo, muy excepcionalmente se hace el énfasis en la verdad y en la responsabilidad, y eso de alguna manera ha creado una distorsión, pues algunos se escudan en este derecho no para expresar libre y responsablemente lo que piensan, sino para poner al servicio de intereses, muchas veces a cambio de pagos o por otros motivos su voz y su pluma, sin apego a la verdad y con la intención aviesa de confundir con mentiras.
Aunque no debería ser ninguna proeza decir la verdad, hay que admitir que en nuestra sociedad y muchas otras hacerlo respecto a determinadas personas se convierte en un acto de valentía, pues en nuestra cultura hay poca tolerancia al debate y demasiada pleitesía a quienes ostentan una posición de mando. La expresión quizás más simple y serena, la de atreverse a decir que no, se convierte en un ejercicio de heroísmo cuando se trata de disentir u oponerse a determinada intención de un líder o jefe de realizar alguna acción carente de sentido o que puede ser lesiva o riesgosa para el país o la institución que preside, o ya sea de aferrarse al poder más allá de lo legal, o de lo razonable.
Saber poner fin a una carrera es tan importante como haber demostrado el empeño por hacerla bien, y es lamentable que en ocasiones una luminosa trayectoria pueda verse opacada por la tozudez en aceptar que si bien no se está obligado a ponerle un término, determinadas circunstancias pueden estar por encima de ese legítimo derecho. Quizás la admirable Ruth Bader Ginsburg subestimó el perjuicio que provocaría por no finalizar voluntariamente su mandato como juez de la Suprema Corte de Estados Unidos cuando ya estaba en una avanzada edad y deteriorada condición de salud, imposibilitando así que el presidente Obama eligiera su sustituto, y causando que fuera el presidente Trump quien lo hiciera luego de su fallecimiento, lo que contribuyó a cambiar la configuración de este tribunal y su línea de pensamiento, que está marcando un preocupante retroceso en muchas de sus decisiones emblemáticas.
Y esto es precisamente lo que con mucho coraje el consejo editorial del New York Times le ha expresado nada más y nada menos que al presidente de los Estados Unidos Joe Biden, que debe poner fin a su candidatura porque reprobó la prueba del debate que el mismo anticipó para acallar los rumores sobre sus capacidades, lo que entienden debería hacer por el bien de la democracia de dicho país, la cual está en juego.
Sin dejar de reconocer su obra, responsablemente le han dicho una verdad incómoda que muchos susurran desde hace tiempo, que el mayor servicio que puede brindar a su país es realizar ese anuncio, lo que unos cuantos dentro de su partido se han atrevido a expresar, a pesar de que otros no desean o no pueden hacerlo, porque están tan aferrados como él a sus asientos en el Congreso a pesar de su avanzada edad.
Como del lado de los republicanos hay una incapacidad para reconocer y enfrentar las mentiras de su candidato Trump, la suerte de Estados Unidos depende de que el partido demócrata sea capaz de expresarle la verdad al presidente Biden, y de que este tenga la capacidad de aceptarla.