Entre la desigualdad, el medio ambiente y las nuevas tecnologías, la demagogia es uno de los retos fundamentales que enfrenta toda democracia constitucional. Un problema que ha existido desde la antigua Grecia, pero, que – de una manera u otra – se encontró la forma de romper con el ciclo demagogo que afectó o podría afectar ciertas sociedades.

El populismo no es demagogia, aunque la demagogia puede ser populista. Lamentablemente, dentro del confuso uso del vocablo “populismo”, se borran las fronteras entre la demagogia y la exacerbación de las democracias populares, pero, no son similares.

Entiendo por demagogia, entre otras cosas, como aquel conjunto de técnicas e ideas tanto impulsivas y reactivas, aunque planeadas, que incluyen conductas y simplificación de mensajes para provechar y maximizar un contexto político exacerbado o de emotividad colectiva ansiosa, que de manera deshonesta nos saca de la discusión pública y de autonomía política para alimentarnos de su realidad moral y política para su propio provecho o de sus prejuicios de intereses.

Una de las características de la demagogia es la monopolización o el intento captura política como supuesta “defensa” del “pueblo” en su “clamor” que solo sabe traducir o medir que entiende que no puede ser “politizado”. La demagogia tiene en sí un fanatismo, una incomodidad impulsiva reactiva constante y reaccionaria. Por alguna razón la buena voluntad pública, o la alegría de lo público, es nulo porque hay situaciones que hacen temblar o ponen en peligro la comunidad, quien se oponga es sencillamente parte del problema y debe ser sacado ya que traicionó lo que debe defender que solo el demagogo entiende.

En su incapacidad de captar la imaginación de las personas o del votante, apela a un temor colectivo y se sienten los portavoces de lo que indica el clamor. No es casual que siempre la demagogia se presta a ser algo “mesiánico” o “profético”. Forzar las situaciones claves para que su profecía o advertencia fatalista cumplida genere las formas para apropiarse de la democracia constitucional. La idea del demagogo es clara: todos contra mi o todos conmigo. Esto trae una consecuencia indeseable para la democracia constitucional y es que comenzamos a tildar de “bueno” aquello que “no es político”, el lenguaje de lo antipolítico libera espacios, lamentablemente, para sea blanqueada la demagogia y, como silbato para perros, solo sea captado por ese colectivo temeroso e intolerante a la política común y adversarial de la democracia

Ahora, un error que usualmente cometen los que critican a la demagogia, sumado a equipararlo con el populismo, es que no se toman en serio los demagogos y, por ende, el pueblo pierde un segmento colectivo secuestrado por el demagogo. No es que los que están en la esfera pública de cara o por delante de los demagogos no tienen preocupaciones similares al colectivo secuestrado, sino que tratan de tener políticas para que no seamos reactivos sino precavidos, pero, con el problema de no pensar en ese colectivo ya atrapado por el mensaje demagogo.

Dada la complejidad sociopolítica en República Dominicana y los temas de estos tiempos que afectan a todos y todas, no solo en el país, sino en el mundo, hay que cuidarse de la demagogia. Esta es una advertencia siempre incluida en la etiqueta de la democracia republicana constitucional, pero, hoy más se está mermando o desmontando la democracia para implementar autocracias e imponer un valor que solo la libertad económica vale, pero, no las demás libertades fundamentales. La mejor tradición que proteger es que no hay tradición sino la que nace y cambia por el ejercicio de las libertades de personas tratadas en igual consideración y respeto. Sin embargo, la demagogia se alimenta de la nostalgia por la incertidumbre que significa vivir hoy en día.

Por ello la nostalgia no es una virtud política sino un vicio que nos petrifica en un mundo que no conocimos o ya no conocemos, con personas que simplemente ignoramos. La demagogia es vivir en la realidad creada a igual y semejanza del demagogo, mientras el mundo – y sus individuos – nos necesitan. La demagogia pierde de vista esto porque no entiende el tiempo de las personas en una comunidad y sus particularidades, sus planes e intento de progresar, solo entiende de que el universo gira alrededor del demagogo y allí el nostálgico será salvado. Por ello, cuidar de nuestra democracia constitucional es importante, tener los espacios para equivocarnos y atinar en un mejor presente como futuro, poder ser bajo nuestro pacto político fundamental y no en la imaginación de la paranoia demagógica.