No es un tema baladí, como tampoco, cualquier tema. Filósofos, neurocientíficos, psicólogos, historiadores como incluso poetas, han hecho de la conciencia un tema importante y de interés. Atributo fundamental de los seres humanos.
La psicología como rama de la filosofía hizo de ella el estudio del alma, el espíritu y, posteriormente, la conciencia. Desde esta última perspectiva, los trabajos de Wilhem Wundt y William James a finales del siglo XIX fueron importantes. Con el primero se desarrolló la escuela estructuralista, tratando de responder la pregunta acerca de los contenidos y la estructura de la conciencia y, con el segundo, la funcionalista, orientada a darnos cuenta sobre su función de adaptación. Ambas cuestiones importantes, sin duda, pero orientadas entonces desde una visión biológica del ser humano. En ambos casos la pretensión de subsumir el objeto de estudio de la psicología a la perspectiva metodológica de las ciencias naturales los condujo por el camino de lo que puede ser medido y observado, buscando establecer una ciencia de la mente compatible con las mismas, dejando de lado el mundo de la subjetividad y la llamada experiencia consciente.
Con el desarrollo de las ciencias cognitivas muy posteriormente, hay quienes incluso plantearon la conciencia como propiedad emergente (Roger Sperry), al considerarla como una parte integral de los procesos cerebrales pero también constituyente esencial de la acción humana.
La conciencia no obstante todas sus vicisitudes históricas como constructo, nos ha permitido vivir la vida con cierto sentido más allá a lo que la sobrevivencia nos obliga e impulsa. Es más, incluso en sobradas ocasiones ha sido capaz de poner ésta en juego cuando de principios fundamentales y valores se trata. Definitivamente no es cualquier tema.
En su funcionamiento consciente nos ha permitido que tengamos nociones del presente guiando nuestro comportamiento en un sentido u otro. Pero al mismo tiempo y en vínculo estrecho con lo vivido, nos hace consciente con la experiencia vivida, recuperando el pasado a fin de que nos sea útil en la vida presente. Como brújula que orienta, une pasado y presente en un sentido futuro, proporcionándonos sentidos y significados a lo por vivir.
La conciencia es pues, pasado, presente y futuro al mismo tiempo, unidos en una dialéctica inspiradora.
¿Cómo podríamos vivir el presente sin un pasado aleccionador y un futuro encaminador? Esta tríada de la conciencia es lo que nos ha impulsado a lo largo de la historia a proporcionarle sentido a la vida humana. Como seres humanos concretos al mismo tiempo que colectivo, ser consciente es reconocernos en el presente con un pasado vivido y ya inmutable, y un futuro por venir de aspiraciones nuevas posibles.
Atenerme a la evidencia empírica y sin sabor, solo me conduciría a la muerte de mi yo personal “en búsqueda de sentido”. Una vida sin sentido carecería de sabor a lo nuevo, a lo aspirado con propósitos. ¿Cómo sería vivir la vida de esa manera sin el influjo de lo gozoso que nos anima seguir hacia adelante en procura de lo nuevo, de aquello que nos puede proporcionar algo distinto a lo ya existido?
El bienestar y la felicidad plena se hace posible por un pasado recuperado con satisfacción, con esa sensación de “haber vivido bien” y, porque no, “haber vivido haciendo el bien”, o por el contrario, como referencia de que pueden haber otras maneras de vivir bien la vida en lo adelante; pero al mismo tiempo ser consciente de que el hoy puede estar guiado por valores y principios irrenunciables portadores de significados e intencionalidades buenas para mí y los demás; y como colofón, seguir trillando el camino de la vida con sentido personal y solidario, pues es posible un hombre nuevo y una nueva sociedad, en que priman las relaciones de respeto, solidaridad, compasión y amor. De esta manera pasado, presente y futuro en su unidad dialéctica sugerida, nos proporcionan oportunidades de recuperar o dar sentido nuevo a la vida.
La experiencia consciente del yo es guía pues está ahí para ello, para darnos y mantener el sentido de la existencia. Puedo perder un brazo o una pierna, incluso, puedo perder el ojo u otro órgano, y a pesar de ello continuar el camino que da vida y que proporciona sentido… lo que no debería perder, so pena de perderlo todo, es el sentido del yo, depositario del presente como del pasado y el futuro de una vida con propósito y sentido.
En medio mismo de esta reflexión que comparto contigo me llegó uno de esos mensajes que con independencia de su veracidad o no, viene a propósito y vinculada con una experiencia estrictamente humana, como es la amistad. Atribuyéndosela a Milan Kundera dice:
“La amistad le es indispensable al hombre para el buen funcionamiento de la memoria. Recordar el propio pasado, llevarlo siempre consigo, es tal vez la condición necesaria para conservar, como suele decirse, la integridad del propio yo. Para que el yo no se encoja, para que conserve su volumen, hay que regar los recuerdos como a las flores y, para regarlos, hay que mantener regularmente el contacto con los testigos del pasado, es decir, con los amigos. Son nuestro espejo, nuestra memoria: sólo se les exige que le saquen brillo de vez en cuando para poder mirarnos en él”.
Reconozco que el ser humano no es solo memoria, como nos recuerda Oliver Sacks en su extraordinario libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, sino que, además, como bien nos dice: “tiene también sentimiento, voluntad, sensibilidad y moral…”, medios que nos conmueven y nos cambian, que nos hacen ser lo que somos, seres humanos con pasado y presente, además, con una visión futura que nos encamina hacia lo nuevo. Solo que la amistad une misteriosamente todos esos elementos en un cóctel que le da sabor a la vida.