En McKinsey & Company hemos examinado los desafíos actuales de los sistemas educativos a nivel global, proponiendo mejoras escalables para elevar la calidad y equidad educativa. La firma llevó a cabo investigaciones exhaustivas, analizando datos globales y entrevistando a más de 200 líderes educativos, donantes y filántropos para comprender cómo los sistemas educativos pueden recuperarse y crecer tras los impactos de la COVID-19.
En el actual contexto global, la mejora de la calidad y equidad de los sistemas educativos se presenta como una necesidad imperante. Con la automatización en aumento, se anticipa una demanda creciente de trabajadores altamente calificados, exigiendo habilidades tecnológicas, socioemocionales y cognitivas. El impacto de la inteligencia artificial generativa acelera estas transiciones en la fuerza laboral. Además de preparar a los estudiantes para el ámbito laboral, los sistemas educativos pueden abordar problemas sociales más amplios, desde desafíos de salud mental hasta la respuesta al cambio climático.
Sin embargo, las mejoras en el aprendizaje no han estado a la altura de estas demandas. A pesar de los niveles históricos de escolaridad, muchos alumnos no logran dominar habilidades básicas. El Banco Mundial revela que siete de cada diez estudiantes en países de ingreso medio a bajo viven en "pobreza educativa", incapaces de leer un texto simple al finalizar la primaria. Este fenómeno se manifiesta en la falta de correlación entre los incrementos en la matrícula y los resultados de aprendizaje en América Latina.
La discusión global sobre el desempeño escolar tiende a centrarse en países de ingresos altos, ignorando que más del 90% de los niños viven en países donde los resultados educativos son regulares o muy malos. La pandemia ha exacerbado estos desafíos, ampliando brechas de equidad entre y dentro de las naciones. La pérdida de tiempo de aprendizaje, sumada al giro hacia el trabajo remoto y el comercio electrónico, ha creado un escenario desafiante donde las pérdidas en los niveles educativos chocan con la creciente demanda de habilidades avanzadas.
Ante estos desafíos, el panorama futuro es sombrío. Si las tendencias actuales persisten, más de 700 millones de niños estarán en situación de "pobreza educativa" para 2050. La pandemia ha revertido décadas de progreso educativo, y la urgencia de abordar estos problemas es innegable. La población mundial crece más rápidamente en las regiones más rezagadas en términos de aprendizaje, y la inacción tendrá consecuencias enormes para el crecimiento económico y la estabilidad política global. No obstante, existe una luz al final del túnel, ya que, si todos los sistemas mejoraran al ritmo de los más eficaces, 350 millones de alumnos podrían salir de la "pobreza educativa" en las próximas décadas.
Para comprender cómo los sistemas educativos pueden retomar el crecimiento y recuperarse del atraso generado por la pandemia, McKinsey analizó la década anterior al COVID-19. La investigación incluyó sistemas en crecimiento y en decadencia, análisis de datos globales y entrevistas con más de 200 líderes educativos. Estas entrevistas resaltaron la complejidad de los desafíos de implementación, señalando que no basta con conocer las intervenciones correctas; es necesario comprender cómo implementarlas correctamente y a gran escala.
Los sistemas educativos enfrentan modos de falla comunes, como intereses contrapuestos, discontinuidad en el liderazgo, rechazo de la comunidad, coordinación insuficiente, la capacidad de implementación limitada, entre otros. Estos desafíos han llevado a que muchas mejoras se diluyan rápidamente o no alcancen la escala necesaria. Sin embargo, el fracaso puede evitarse, y que algunos sistemas puedan lograr superar los pronósticos, produciendo mejoras sostenidas en el aprendizaje.
La clave radica en estrategias de refuerzo que creen un ciclo virtuoso para mejoras sustanciales y a largo plazo en el aprendizaje. Los sistemas exitosos anclan en la evidencia, forman coaliciones duraderas, crean capacidad de ejecución para escalar y adaptan constantemente con datos. Estos sistemas no solo mejoran los resultados estudiantiles, sino que también cultivan liderazgo más allá de una sola figura, involucran auténticamente a educadores y familias, y expanden lo que ya funciona mientras dejan espacio para la innovación.
En el contexto latinoamericano, podemos observar iniciativas destacadas que ilustran la efectividad de enfoques innovadores en la gestión educativa. Un ejemplo palpable se evidencia en Perú bajo el liderazgo de Jaime Saavedra. En este caso, el Ministerio de Educación contrató gerentes experimentados, tanto internos como externos al gobierno, con el objetivo claro de impulsar mejoras en la gestión y acelerar el ritmo del cambio.
Simultáneamente, Perú llevó a cabo reformas en el proceso de selección de los directores de escuelas, con la finalidad de asegurar la presencia de talento gerencial de alto calibre en las instituciones educativas. Esta estrategia apunta a fortalecer la calidad de la administración, un aspecto fundamental para el éxito de cualquier sistema educativo.
En otro ejemplo inspirador, en Ceará, Brasil, se implementó una iniciativa innovadora donde las 150 escuelas de mejor desempeño colaboraron activamente con las 150 escuelas de menor rendimiento. En este modelo, si la escuela de menor rendimiento lograba mejoras, ambas escuelas del par eran recompensadas económicamente. Este enfoque no solo fomenta la colaboración y el intercambio de mejores prácticas, sino que también establece un sistema de incentivos que motiva la mejora continua en todas las instituciones educativas involucradas. Estas experiencias demuestran que estrategias creativas y centradas en la gestión pueden ser clave para transformar positivamente el panorama educativo en la región.
Para aplicar estas lecciones en el resto de los países de Latinoamérica, es crucial comenzar por el aula, adaptando las intervenciones según el nivel de desempeño actual de los alumnos y considerando los recursos disponibles. La continuidad en las políticas educativas también es esencial, construyendo un banco de talentos sólido que trascienda los ciclos políticos. La participación auténtica de educadores y familias es ineludible, creando un compromiso real desde el inicio hasta la implementación. Además, medir rigurosamente los resultados y adaptar las intervenciones con datos transparentes garantizará una mejora continua y sostenible.
El progreso educativo en América Latina es posible si se aprende de los sistemas exitosos y se adapta a la realidad local. Con estrategias fundamentadas en evidencia, liderazgo duradero y una auténtica participación de la comunidad, la región puede lograr mejoras significativas en el aprendizaje y garantizar un futuro educativo más prometedor para las generaciones venideras.