“La verdadera integridad es hacer lo correcto, sabiendo que nadie sabrá si usted lo hizo o no”.  (Oprah Winfrey).

Es penoso como los actores públicos, mayormente políticos, actúan sin coherencia y menos aún, sin integridad, teniendo como norte la base esencial del verdadero desarrollo de un país: la institucionalidad. Coherencia, integridad e institucionalidad deberían ser los elementos esenciales de los objetivos comunes de todo aquel que quiera servir a su nación. De nada sirve el talento si no va asociado, acompañado al comportamiento.

La coherencia ha de ser el espacio original de todo actor político, pues es el cuerpo sustancial de la confianza y de la credibilidad. Es el sostén que mantiene a un ser humano en el tiempo. Es el activo que actúa en función de los intereses colectivos. Aquel que se mira en el espejo como testigo fiel de que sus decisiones no constituyen el corpóreo de los cálculos fríos, de los intereses personales y particulares, sino el eje transversal que ha de correlacionar sus decisiones.

La coherencia es la conjugación del hoy, del ayer, y del mañana. De aquel que otea el presente en una perspectiva conjugada de futuro. Pasa el tiempo, la circunstancia, el contexto, los actores, empero, sus raíces, más allá del juego de intereses, no cambia. Su fisonomía de la temporalidad es predecible porque el contoneo de sus sonrisas es la reflexión de su contenido. Los años transcurren, pero las dimensiones del hacer, de su mirada con visión, de sus manos arrugadas y sus ojos cuasi cerrados por el tiempo, no aminoran su certeza del acontecer y su arribo.

La coherencia anula, evita y neutraliza la parálisis paradigmática, sintetizado en el trasnochado “una cosa es con violín y otra con guitarra”. Frente a un mismo hecho, escenarios que se replican, marcos regulatorios del ayer no impugnados hoy, que hoy se reivindican. La falta de coherencia lleva en su seno, de manera intrínseca, la ausencia de carácter, de firmeza, de oportunismo aberrante, de falencia de pulcritud en el sentido de la entereza y el honor. La coherencia es la entidad de la virtud que trae consigo el compromiso cierto, la certidumbre que fragua y crea el alcance de las interactuaciones de las relaciones. Es el desprenderse en medio de una agua cálida y armoniosa para dar a cada quien lo que en justicia es dable otorgar.

La carencia de coherencia empuja la miseria, el cinismo y la simulación, granulada en un coctel de hipocresía que impide la pedagogía social del avance real de una sociedad. Este valor es tan meridianamente fundamental que frente a su ausencia los pactos políticos-sociales se esfuman y las expectativas nobles se nublan y derivan en tormentas y terremotos sociales. Sin coherencia decimos cosas como si el tiempo no transcurriera. Nos olvidamos de la Era de la Tecnología de la Información: Google, Facebook, Whatsapp, Instagram, Twitter, Youtube y otras aplicaciones de internet. Tratando de jugar a la memoria, olvidando el clic y su discurso.

Es como si abrieran la boca… y no lo sienten. Su sentido tautológico, encasillado en el mismo libreto lo va descalificando, aun cuando pongan sus caras de personas “serias”, creyendo que el statu pretérito le da el paso de la historia. Veamos algunos ejemplos de faltas de coherencia de actores públicos:

  1. Don Hipólito Mejía dijo más de 27 veces que no se postularía a una reelección. Cambió la Constitución para ello y dividió su partido.
  2. Danilo Medina dijo que quería gobernar un solo periodo y que, aunque la Constitución se lo permitiera, no lo haría.
  3. Danilo Medina habló de la corrupción y que aquellos que se roban el dinero público no quieren que le digan ladrón. Ejemplificó como son los países nórdicos en materia de corrupción.
  4. En el propio Palacio Nacional, con una cara enjuta, Danilo Medina preguntó “cuál corrupción. Yo le he dicho a ellos que me digan cual es la corrupción”. La tenía entre sus familiares y en el propio Palacio, cerca de su espalda. Hubo una verdadera cleptocracia.
  5. El PLD y el Boschismo, la praxis política de los peledeistas (Leonel y Danilo) fueron la negación más significativa al Boschismo, que tienen como su doctrina y “base” teórica. La honestidad y la honradez, valores primordiales de Bosch, fueron la ausencia execrable de “sus discípulos”. Ni siquiera fueron consecuentes con su líder real: Joaquín Balaguer, quien dijo: “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”.
  6. Leonel Fernández pidió vista pública y un nuevo marco regulatorio con respecto al Fideicomiso de Punta Catalina (démosle razón por ello); empero, sucede que el Fideicomiso RD Vial se originó con los Decretos 277-13 y 301-13, sustentado el 18 de octubre por el Congreso, mediante la Resolución 156-13. Nada dijo Leonel siendo presidente del PLD hasta el 7 de octubre de 2019.
  7. Con el informe de la economía dominicana del Banco Central, Leonel Fernández expresó que “había una manipulación, pues lo que ha habido es un rebote estadístico”. El crecimiento de la economía del 2021 fue de un 12.3%, sin embargo, la entidad líder de la política monetaria y financiera subrayó que comparado con el 2019, fue de 4.7%. Algo muy halagüeño. Explicito los dos crecimientos. Hay países que tuvieron un crecimiento en el 2021, no obstante, cuando se compraba con el 2019 el crecimiento era negativo y a menudo cero.
  8. Héctor Valdez Albizu fue Gobernador del Banco Central los 20 años del PLD en el poder. Ese ha sido su comportamiento.
  9. El PRM, en su Programa de Gobierno y sus líderes más conspicuos hablaban a favor de LAS TRES CAUSALES. Sin embargo, a casi dos años en el poder, niegan en el Congreso la aprobación queriendo hacer del Código Penal un esperpento, de retroceso democrático y participación. ¡El Barrilito y los cofrecitos, siguen su agitado curso!
  10. El 16 de agosto el presidente Abinader juramentó a Winston Arnaud, siendo este abogado, para dirigir INAPA, cuando la ley establecía que tenía que ser ingeniero.
  11. En la Junta Monetaria, de hoy y del anterior gobierno, hay personas que no cumplen los requisitos para ser miembros de este importante órgano de la política monetaria y financiera. ¡Imagínense médicos!

La integridad es la armonía entre el decir, el pensar y el hacer. Guarda una estrecha relación con la coherencia que, en gran medida, constituye un corolario de la decencia. La integridad es cuando “nuestras palabras concuerdan con los hechos y las conductas reflejan los valores que nos sostienen. Las personas integras honran sus compromisos. Son dignos de confianza. Se les conoce por hacer lo correcto, por los motivos correctos, en los momentos correctos”. La integridad es la decisión de hacer lo correcto, pues lo correcto es correcto, aunque nadie lo esté haciendo. Lo incorrecto es incorrecto, aunque todo el mundo lo esté haciendo. Valorar la integridad es la búsqueda de la verdad en función de los intereses comunes, colectivos. La integridad es el salto dialéctico del ser humano como animal al ser humano como ente social.

La integridad es la forja que nos traza los límites, que nos toca en la conciencia para decirnos: NO — SI. Cuando la internalizamos se nos hace la vida más fluida, más placentera, signos vitales de la felicidad, pues actuamos con convicción en el ejercicio de los valores. No tartamudeamos cuando estamos en presencia de ella como fuente inagotable de nuestro modus vivendi y modus operandi. La integridad es el fragor que nos da luz interna y externa, que nos amplía el horizonte y achica todo lo difuminado, los vaivenes. Ella nos impulsa a decantar, a diferenciar y a poner cada cosa en su lugar, sin miedo, sin dubitaciones. El foco de su luz no niega el podernos equivocar, empero, no deliberadamente, bajo el amparo del desazón, del engaño y la mentira.

Cuando actuamos con coherencia e integridad, preguntamos para tomar una decisión que dicen las normas, que establece el marco normativo con relación a lo que queremos hacer y/o cambiar. Nos dan fortaleza y autoridad moral. Es lo que verdaderamente otorga trascendencia. La coherencia y la integridad, asumidas con pasión, desarrollan la institucionalidad y aleja a aquellos que solo van a servirse de las funciones públicas. La institucionalidad es el baluarte pétreo donde se cimenta la integridad, para cubrir el cuerpo físico de la persona en la construcción en una nueva historia, que hace posible el verdadero desarrollo. Allí donde existe el fortalecimiento institucional, los atajos y fraudes sociales disminuyen significativamente. Es un axioma: a más fortaleza institucional se crea un Estado más fuerte y un Estado fuerte minimiza más la corrupción, la delincuencia, el crimen organizado y los costos de las transacciones se realizan más expeditos, con menos costos.

La sociedad dominicana es otra que tiene en su mochila la piedra, el pico y el hacha para sembrar un nuevo surco social; allí donde los objetivos comunes de los hombres y mujeres que conduzcan la función pública no se caractericen por la doblez, la simulación, el cinismo y la perplejidad ante el asombro de ausencia de coherencia, integridad y el miedo al imperio de la ley.