“…que fácil es suspirar ante el gesto del hombre  que cumple un deber…” Silvio Rodríguez Domínguez

 

De vez en cuando,  el autor de Canción en Harapos encabeza nuestras entregas de Arquitectura y Energía.  En esta ocasión, un fragmente muy corto de la misma canción nos lleva a reflexión.

 

Suspiramos esperanzados en un mejor porvenir para la ciudad en la que vivimos, Madrid,  cuando vemos gestos que fomentan la reducción de emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero); o mejor dicho obligan a esa reducción.

 

El Ayuntamiento, dirigido por el centro derecha, insiste en políticas más propias de litorales progresistas, y todo esto por una razón fundamental: Somos miembros de la Unión Europea y dentro de ese contexto debemos cumplir las directivas y/o acuerdos vinculantes a todos los estados miembros.

 

José Trigueros, presidente del Instituto de Ingeniería de España, nos recuerda lo que ha quedado en negro sobre blanco con respecto a los objetivos de reducción de GEI: " En 2019 la Comisión Europea aprueba el Pacto Verde y dice que tenemos que ser neutros en carbono en 2050”.

Esto se traduce en que una sección de vía, para tráfico rodado, que antes podía tener 7,00 metros y contar con circulación en doble sentido, hoy remodelada,  tiene 3,00 metros y una circulación en un sentido. También se traduce en que los estacionamientos lineales o incluso en batería, para vehículos turísticos, ya no lo sean más y se conviertan en aceras o estacionamientos para bicicletas de alquiler municipal o privado.  Otro fenómeno es la actitud de persecución con la que los controladores de las zonas de estacionamiento regulado acosan al conductor; o la prohibición, que desde hace años ya está en vigor, de acceder al Madrid central en coches no autorizados (no residentes o no eléctricos).

El autor reconoce y apoya moralmente dichas iniciativas, aun cuando al entrar a ese dichoso Madrid central, por razones laborales, debe estacionar en un parking soterrado en menos de 10 minutos para evitar la odiosa multa de 90 euros.

Pero también, y a modo de autocrítica, ese apoyo se resquebraja y deja de producir el suspiro de Silvio cuando finalmente dicha multa llega o cuando el controlador de parking de la zona de San Valeriano no perdona una. Ese mismo apoyo moral se tambalea cuando toca estacionar el coche en la idílica Ciudad Universitaria (Ver: https://acento.com.do/opinion/zonas-aledanas-9132886.html), para evitar multas y tener que volver andando al despacho, con lluvia o con el frio propio de enero.

Luego, nos percatamos de nuevo de que la cuenta atrás hace años se inició y la real necesidad de reducción de emisiones hay que acogerla en posición de apoyo total…Aunque se nos ocurra pensar – quizás sumidos en el error del usuario y no la lucidez del técnico- que debe haber mejores opciones que la de provocar atascos por reducción de secciones de vías (dado que el flujo vehicular casi es el mismo para una calle que ahora es más estrecha).

 

No se nos quita el cargo de conciencia, ni se nos van de la mente las letras del trovador: “Desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir la caravana en harapos de todos los pobres. Desde un mantel importado y un vino añejado Se lucha muy bien…”  y pensamos en que valdrá  la pena todo esto aunque afecte nuestra comodidad cotidiana de conductores contaminantes.

Tendremos que pasar a ser, por necesidad imperiosa, una ciudad sin emisiones. ¿Lo podrán ser otras ciudades del mundo?