Desde hace algunas décadas se ha ido afirmando la necesidad de que el desarrollo sea sostenible. Hace unos días, el Boletín de julio del Foro “Física y Sociedad” de la Sociedad Americana de Física, de la cual me honro ser fellow, ha presentado una excelente revisión de eventos y fechas, hitos cuando se habla del nexo entre Desarrollo sostenible y Ciencia, Tecnología e Innovación. Esta revisión es accesible por la liga https://engage.aps.org/fps/resources/newsletters/july-2022, y su autor es William Colglazier, quien fue asesor de dos Secretarios de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton y John Kerry, y copresidente de un grupo de trabajo de la ONU, muy importante en este contexto.

Una premisa es necesaria. La contextualización del tema Ciencia, Tecnología e Innovación en un país en desarrollo no puede pasar por alto lo que en República Dominicana nos ha recordado dos veces, en los Congresos Internacionales de Ciencia del MESCyT de 2016 y 2021, el Premio Nobel David Gross. La innovación requiere la tecnología y la tecnología requiere la ciencia. Natura non facit saltus, tampoco en el campo de la política científica, aunque la política pueda sugerir la rentabilidad electoral de promesas que ignoran este principio, lo cual explica el éxito, en muchos países, del mantra de la innovación, desvinculándola de sus premisas necesarias.

Dejando por un lado este aspecto, considero oportuno presentar algunas reflexiones sobre las luces y sombras del marco de referencia del desarrollo sostenible para las políticas de ciencia, tecnología e innovación en nuestro país y nuestra región.

El reenvío a la fuente original me exime de la necesidad de detallar la evolución del concepto de desarrollo sostenible. Recordaré solamente que los primeros llamados de atención fueron acerca de los límites del crecimiento (Club de Roma, 1968), y que, unos veinte años después, el informe Brundtland afirmó el principio del derecho de las futuras generaciones a recibir un mundo en el cual sus exigencias básicas pudieran ser satisfechas, negando a la presente el derecho de comprometer este futuro.

¿Qué significa básico? La atención se centró sobre el medio ambiente, y su nexo con el crecimiento económico y la equidad social. Tres temas importantes, algunos de los cuales ya habían sido puestos en evidencia por el Club de Roma. Es la aproximación usual de los economistas, sociólogos y tecnólogos. Un ejemplo, el examen de las políticas dominicanas por la UNCTAD, con un equipo de expertos que ha hecho énfasis sobre la puesta en marcha de estrategias que promuevan el crecimiento y la diversificación productiva y la competitividad, siempre atentos a los problemas sociales y medioambientales.

Sin insistir en la diferente visión de Gross y antes de él de otro Premio Nobel, Abdus Salam, de entrada, hay que poner en evidencia un límite de ese enfoque, tema al cual volveré en las conclusiones. En él, en el mejor de los casos, el tema de la formación de recursos humanos es considerado de manera instrumental para estos fines, y esto conlleva dos consecuencias. Se ignora el derecho individual a la ciencia, y a este respecto quisiera recordar un reciente Foro del CILAC, sobre cómo sumar el derecho a la ciencia a los informes de derechos humanos, y se descuidan las acciones necesarias para que los recursos humanos formados no sean subutilizados respecto a su plena capacidad, ni terminen contribuyendo a la fuga de cerebros, internacional en el mejor de los casos, o interna, caso más doloroso.

Volviendo al desarrollo sostenible, los pasos siguientes fueron la definición de las metas de desarrollo del Milenio en el 2000 y, quince años después, la de las 17 metas y 169 submetas para el desarrollo sostenible actualmente perseguidas (2015-2030). Sin embargo, es demasiado fácil prever que los efectos de la pandemia y de la guerra en Ucrania no permitirán un cabal cumplimiento de estas metas. En condiciones menos duras, tampoco había sido posible alcanzar las metas en 2015.

El consenso internacional sobre las metas no debe engañar. Sería una ingenua ilusión esperar que las diferencias entre el primer mundo y los países de menor desarrollo puedan disminuir dentro de ocho años, y esto a pesar de los progresos, relativamente a las condiciones iniciales, que se puedan realizar. El aumento de la inflación, el crecimiento de la franja de pobreza extrema, que en nuestro país ha revertido la tendencia de los últimos quince años, los efectos indirectos de la enseñanza a distancia sobre los grupos más vulnerables no son solamente un freno al desarrollo esperado. En muchos casos son un retroceso respecto al 2015. Algunos de estos problemas afectan también los países avanzados, pero su impacto en países de menor desarrollo es mucho mayor.

Tal vez, fijarse unas metas menos amplias y ambiciosas hubiera sido preferible. Pero no fue así y la experiencia de la pandemia muestra que la lectura de desarrollo sostenible que se da en el Norte es diferente de la que se da en el Sur. La saga de las vacunas es ejemplar para mostrar que el “Nadie se quede atrás” (¿recuerdan el G20 de Abu Dhabi?) fue puro slogan. Y tiempos peores se vislumbran. El riesgo de una hambruna con consecuencias devastadoras en muchos países es objeto de muchas previsiones y las incertidumbres acerca de la gobernanza internacional amenazan la viabilidad de las acciones de protección del ambiente y de la biodiversidad, piénsese en los derechos de pesca en el Antártida.

Un balance de medio plazo de los 248 indicadores de las metas del DS sería deseable. Pero hay que tener claro que los indicadores no tienen el mismo peso en los países avanzados y en los de menor desarrollo. En éstos no es cuestión de hacer un análisis de varios indicadores. Hay una meta implícita con un solo indicador. La brecha con el mundo desarrollado no puede aumentar. Y, sin embargo, de hecho, muchas de las acciones previstas, a pesar de mejorar la situación, lo hacen con una rapidez menor que en los países avanzados, así que la brecha aumenta.

Esto hace inevitable analizar el rol de la ciencia y tecnología, tema álgido en nuestra región. Décadas de inversiones a nivel de por mil del PIB, imponen un cambio y que sea un cambio significativo. El último informe mundial de ciencia de la UNESCO confirma el retraso de nuestra región. Lleva casi siete años la propuesta de crear un Fondo regional centroamericano de Ciencia y Tecnología. Hace treinta años Federico Mayor recordaba que el tiempo era esencial para el progreso científico. Y vienen a la mente Cien años de soledad, y Úrsula Iguarán diciendo: “Yo esto ya me lo sé de memoria (…). Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio”.

Tal vez no sea exactamente así. La comparación del estudio UNCTAD de 2011 con el de 2021 muestra progresos, pero no como sería necesario.

El artículo mencionado merece atención porque pone en evidencia la diferencia de visión entre el Primer mundo y en nuestros países. Un informe de la Academia Nacional de Ciencia, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos abogaba por usar el conocimiento “de manera inteligente, definiendo metas, identificando indicadores e incentivos, produciendo y difundiendo innovación, considerando alternativas, estableciendo instituciones efectivas, favoreciendo buenas decisiones y tomando acciones oportunas”. Estas ideas fueron incorporadas en la Agenda 2030 de la ONU, en la cual los Mecanismos de Promoción de la Tecnología (MPT) previeron varias acciones entre las cuales una idea central fue realizar unos proyectos piloto en seis países (Etiopía, Ghana, India, Kenia, Serbia, y Ucrania) que incluyeran un plan de Ciencia, Tecnología e Innovación, fortalecimiento de los recursos humanos e identificación de metas prioritarias entre las de Desarrollo Sostenible.

Con la excepción de Serbia, las poblaciones de esos países son mayores que las de Centro América. En tres casos son comparables con la población total de la región, en dos mucho mayores. Esto no resta importancia a los resultados de esos proyectos piloto, pero, con referencia a nuestra región, obliga a considerarlos conjuntamente al tema de la integración regional. Es algo de lo cual quien escribe está convencido y que ha sido confirmado en el reciente Simposio sobre Megaproyectos, aceleradores de integración y desarrollo que, con el apoyo del MESCyT, él coordinó hace dos semanas, en el cual se destacó la ponencia del ex secretario general del SICA, Vinicio Cerezo.

Los primeros resultados de los MPT han sido unos informes disponibles en el web, “El mundo en 2050” y el primero de los Informes sobre Desarrollo sostenible Global, “El futuro es ahora: Ciencia para lograr Desarrollo Sostenible”

Y aquí se manifiesta en todo su alcance la diferencia entre el primer mundo y nuestra región. Aun dentro de los límites de esos informes, la valoración de la situación es esencialmente optimista, pero, mientras las razones de optimismo aplican a los países avanzados, dejan dudas cuando se quieran extender a países como el nuestro, a los cuales no se puede negar que tenga validez la consideración de que “La retórica de las aspiraciones es motivadora, pero políticas efectivas, acciones reales y financiamiento adecuado son difíciles de implementar y sostener”.

No se puede pasar por alto la reflexión de que el “increíblemente rápido progreso de la revolución científica y tecnológica, que produce un número creciente de tecnologías emergentes, es visto no solamente para crear nuevas oportunidades potenciales, pero también para posiblemente crear potentes perturbaciones y amenazas a la seguridad de la sociedad”.

Se necesitan políticas científicas de amplio respiro. Hace unos meses sostuve la necesidad de una diferenciación de la física dominicana. Esto requiere una acción conjunta de los sectores académico, privado y gubernamental. El reciente Congreso Internacional de la ciencia dominicana, me confirma esa necesidad, y mientras me conforta en esta apreciación la lectura del informe UNCTAD de hace algunos meses, me tranquiliza menos el caso del proyecto der un programa doctoral en física que recuerdo anunciado a finales de 2019 y todavía no activado. Y en estos tres años la región se ha movido y justamente sobre este tema de los doctorados regionales ha habido interesantes desarrollos, con el apoyo del SICA y de la cooperación canadiense.

El artículo que me ha inspirado estas reflexiones se concluye con unas palabras que lamentablemente no suenan iguales en los Estados Unidos y en nuestra región.

“Mi punto de vista personal es que nuestro mayor legado a las generaciones futuras … será haber construido sociedades basadas en el conocimiento y haber acelerado el desarrollo del conocimiento científico y de útiles tecnologías. Esto significa extender la definición del Informe Brundtland:  desarrollo sostenible es también balancear las necesidades del presente con la de que las nuevas generaciones puedan ser capaces de afrontar sus necesidades”.

Esto impone que nos preguntemos si una matriz económica basada en turismo, servicios, minería, maquila, agricultura de bajo contenido tecnológico, cuyas metas sean el crecimiento y la diversificación productiva y la competitividad, la solución de los problemas sociales y respetuosa del medioambiente sea la más adecuada para nuestra región. E insisto región, porque entiendo que acciones de amplio respiro pueden estar por fuera de nuestras capacidades nacionales, pero hay un interés común a ser partícipes y no simples espectadores y usuarios del desarrollo científico producido en el primer mundo.

Es necesario un Plan regional de Ciencia y Tecnología. Y debe ser un plan que, haciendo propia la filosofía de George Bernard Shaw: “El hombre razonable se adapta al mundo, mientras en irrazonable persiste en tratar de adaptar el mundo a sí. Por esta razón el progreso depende de los hombres irrazonables”, supere las diferencias innegables entre algunos países. El acuerdo firmado en la Cumbre de las Américas puede ser un punto de partida que podría involucrar también a Ecuador, pero el futuro de la ciencia en la región no puede ignorar los demás países centroamericanos y del Caribe anglófono.

Lo que está en juego es el futuro de nuestros jóvenes en las próximas décadas.

El derecho a la ciencia es un derecho humano que no podemos negarles y la soberanía científica regional un derecho político irrenunciable, sin el cual el presidente José María Castro Madriz diría que la misma soberanía nacional es ilusoria.