El miércoles pasado tuve el privilegio de presentar, ante una audiencia selecta compuesta por autoridades del MESCYT y del sistema universitario nacional, científicos destacados y representantes de los medios de comunicación, algunas reflexiones bajo el título ambicioso de “Estado de la ciencia en la República Dominicana: Tendencias y perspectivas” Su texto está disponible en internet.

No me sorprendió que la atención de los medios de comunicación, tal como se la percibe en internet, se concentró sobre aspecto coyunturales, cantidad de proyectos aprobados, porcentajes de los presentados etc.

Reflexiones de esta naturaleza merecen ser socializadas. En primer lugar, porque implementarlas conlleva costos. Es cierto lo que afirmaba el premio Nobel argentino Bernardo Houssay: "No es cara la ciencia, sino la ignorancia", pero el mensaje de que invertir en ciencia no es un lujo, sino una prioridad, debe llegar y ser compartido, antes incluso que a los tomadores de decisiones políticas, a otros actores. Debe alcanzar a la sociedad civil, que espera beneficios inmediatos, y al sector productivo, que debe comprender las perspectivas y los tiempos de retorno de esa inversión. Ellos deben ser los primeros destinatarios de un tal mensaje.

Espero con esta nota contribuir a ampliar el espectro de los actores de un tal debate, especialmente actual en un momento de incertidumbre de la ciencia dominicana, en espera de la definición de la reubicación de la sede decisional de la política científica tras la fusión de los ministerios de Educación y Educación Superior.

Sin embargo, este es un problema de naturaleza estructural y no puede distraernos de los desafíos de fondo.

La experiencia de los últimos veinticinco años ha demostrado la eficacia de instrumentos como la financiación de proyectos de investigación a través del programa FONDOCYT y la Semana de la Ciencia Dominicana, que no solo sirve de vitrina para los resultados de esos proyectos. También fortalece las relaciones internacionales y sería un oxímoron abogar por una ciencia autárquica y autorreferencial.

Gracias a esas iniciativas y a otro mecanismo de éxito comprobado, el programa de becas internacionales para maestrías y doctorados, la comunidad científica dominicana ha crecido tanto cuantitativa como cualitativamente, como lo demuestran los datos sobre su producción y el aumento en las solicitudes de financiamiento FONDOCYT.

Son logros que sugieren que se deba continuar con esta política exitosa, pero sin ignorar la existencia de problemas que deben ser abordados si se quiere seguir avanzando y garantizar que los científicos del mañana tengan el nivel que el país necesita.

La deserción, secundaria y universitaria, y la prolongación de los estudios más allá del tiempo previsto tienen raíces profundas. Algunas se remontan a la época colonial, mientras que otras reflejan barreras socioeconómicas aún vigentes.

El país debe aprovechar el potencial de todas sus clases sociales, sin desequilibrios de género que, aunque aparentemente superados, siguen manifestándose en sesgos en la elección de carreras y en el desarrollo profesional.

Esto requiere un diseño de políticas científicas que no solo permitan a los científicos de hoy que realicen sus investigaciones, sino también construyan el sistema científico del país de mañana. Para este fin sería útil fomentar la creación de grupos de investigación capaces de abordar, desde una perspectiva científica, grandes problemas nacionales: desde los desafíos coyunturales, como el sargazo, hasta los estructurales, como la industrialización, el plan energético y la seguridad alimentaria, en toda la magnitud de sus implicaciones y las tierras raras, por supuesto.

Esto es imposible si no se garantiza una formación de alto nivel, a través de la promoción de doctorados nacionales, siempre que sea posible, y cuando no lo sea, del fomento de iniciativas regionales. No solamente la región tiene una antigua vocación regional, sino también, dentro del SICA, ya existen los programas CSUCA de doctorado regional. En esta óptica, la región podría beneficiarse de creación de un programa como Erasmus, que en Europa ha sido catalizador de cambios profundos en la juventud.

Hace dos años, con motivo de mi nombramiento en la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, afirmé que el rol de mero usuario de la ciencia es inaceptable para América Latina. Afirmación valedera a muchas escalas. En primer lugar, individual: el a hacer ciencia es un derecho humano fundamental.

Y vale a escala de países, a nivel regional centro americano-caribeño y nacional dominicano, ya que lo que está en juego es la soberanía real, si se quiere, como decía hace dos siglos el primer presidente de Costa Rica, una libertad no ilusoria.

No hay atajos. Ningún país puede dejar desperdiciar su mayor recurso, el potencial de su capital humano. Para ello, la inclusión, tanto socioeconómica como de género, es esencial. Sin embargo, estas políticas serán ineficaces si no se reduce sistemáticamente la fuga de cerebros y no se aprovecha el talento de la diáspora. Es significativo que, en esos mismos días, una delegación de rectores dominicanos discutiera este tema en Washington.

Es imprescindible fortalecer la infraestructura científica en todos sus niveles: centros de investigación universitarios, interuniversitarios y regionales, así como grandes infraestructuras, como una Ciudad del Conocimiento. ¿Fue Silicon beach solo un sueño visionario del presidente Luis Abinader? ¿Me equivoqué al afirmar en este mismo espacio que no era una utopía y cuando imaginé el impacto futuro que podría tener sobre la economía dominicana? En ella podría establecerse, si no el proyecto específico de un segundo sincrotrón latinoamericano, que surgió justamente en las Semanas de la Ciencia Dominicana, una de esas fuentes de luz compactas con innumerables aplicaciones y un costo relativamente bajo.

¿Son estos sueños imposibles debido al bajo nivel de inversión en ciencia? En realidad, son proyectos perfectamente viables con un ligero aumento en la inversión, insignificante en comparación con otros grandes proyectos que el país ya ha realizado. Si no se enfrenta el problema de la baja inversión en ciencia y tecnología, no solo se ampliará la brecha con los países desarrollados, sino que también surgirá una nueva brecha con muchas economías emergentes, relegando a la región al mero papel de usuaria de tecnología, justo lo que comentaba que habría que evitar.

Un primer paso, a escala menor, podría ser aprovechar la ratificación del Acuerdo de asociación con la Unión europea para finalmente aprobar la propuesta de Guatemala pendiente desde hace algunos años de crear un Fondo regional de ciencia y tecnología.

¿Ser optimista o pesimista? En América Latina, estos debates son recurrentes, el tiempo pasa y los problemas persisten. Se celebran soluciones parciales como la reducción de la urbana, para un resultado neto que no puede satisfacer, mientras los indicadores económicos justificarían otras expectativas.

La ciencia no resolverá todos los problemas del continente, la región, la isla o el país, pero, como escribió hace 80 años Vannevar Bush a Eisenhower, su impacto puede ser transformador.

Las acciones que considero necesarias requieren cooperación de parte de las universidades, el reconocimiento del intrínseco carácter de política de estado de la política científica, y es innegable que la declaración de Bush se refería a un ecosistema muy diferente, pero apostaría, como Faraday, a que una visionaria política científica, en treinta años, se reflejaría en nuevos y mayores ingresos fiscales de un futuro presidente, con un impacto social que se traducirá en mayor equidad y bienestar.