La utilidad de la demografía como ciencia social radica en que permite explicar los hechos sociodemográficos relacionados con la reproducción humana (nupcialidad, nacimientos, defunciones), la movilidad espacial (las migraciones internas e internacionales) y la produccion de bienes y servicios sociales requeridos por una población cada vez más longeva (actividad e inactividad laboral, pensiones, salud, educación y otros).
La riqueza de la produccion de datos y estadísticas poblacionales -una de las mayores fortalezas de la ciencia demográfica- permiten hacer proyecciones para prever el comportamiento de las variables demográficas que rigen la reproducción humana, situándolas en el contexto de las necesidades de la produccion de bienes y servicios requeridos para el desarrollo de sus poblaciones y, sobre esta base, plantear las políticas demográficas y socioeconómicas más adecuadas que, en principio, su marco de referencia estaría orientado al logro del bien común, en el marco de los derechos humanos establecidos.
La bomba demográfica del siglo XX no explotó. Ahora, en este siglo XXI se ha convertido en su contrario: el invierno demográfico con un declive poblacional anunciado, producto de un envejecimiento poblacional que, según opiniones, hasta puede conducirnos a la extinción humana y sus civilizaciones.
De más en más, profesionales de la demografía y, en general, de las ciencias sociales, ponen en cuestión la llamada teoría de la transición demográfica, considerada por algunos como una generalización abusiva de datos empíricos europeos, que ha fallado en la identificación de los determinantes del cambio poblacional y dudan de la validez de sus predicciones catastróficas y hasta cuestionan su fines de instrumentalización política.
En efecto, salvo el acierto de la transición demográfica en la descripción y clasificación del cambio poblacional pre-transicional, transicional y post-transicional, sus fallas en la identificación y el orden de la acción de sus factores determinantes y, por consiguiente, las predicciones de los comportamientos poblacionales futuros son hoy evidentes. No todas las variables demográficas implicadas en el cambio poblacional han sido tomadas en cuenta de manera adecuada -fecundidad, mortalidad, migración y la nupcialidad, integrada posteriormente en la llamada segunda transición demográfica. Por demás, esta variables presentan variaciones de un contexto social a otro. Y sobre todo: es de relevancia destacar que todas estas variables demográficas están inextricablemente ligadas los procesos de desarrollo socioeconómico y político de los países del mundo, cuyo impacto en sus poblaciones ha sido muy desigual.
En este sentido, es destacable como los determinantes causales que la conceptualización de transición demográfica han sido invertidos: inicialmente planteaba al desarrollo como causa del cambio poblacional, como parecía evidenciar el comportamiento de los países europeos; posteriormente se postuló que al cambio poblacional seria el determinante del desarrollo, en referencia en los países del Tercer Mundo. Ambos postulados y sus proyecciones han fallado y si bien el cambio poblacional avanza en los diferentes países del mundo, el subdesarrollo socioeconómico continúa y se ha estado agravando con el aumento de la desigualdad social en todos los países del Norte y del Sur Globales.
Al respecto, datos del Banco Mundial que han calificado el año 2023 como el año de la desigualdad, muestran que el desarrollo es cada vez más desigual entre países, al interior de los países y entre regiones del mundo. Por su parte, datos de las Naciones Unidas, recientemente reseñados por el demógrafo Jose Miguel Guzman (2024) muestran que la población desciende en la mayoría de los países del mundo, salvo en algunos países pobres, a la par que disminuyen la fecundidad y la mortalidad y aumentan la longevidad y la migración internacional y, esta última, hasta muestra señales de masificación creciente entre regiones y países, que se hipotetiza aumentará con el cambio climático.
Es importante destacar que el aumento de las migraciones internacionales acontece en un contexto de creciente rechazo y malestar, protagonizado por parte de las elites de países receptores, cuyo temor a la mezcla entre poblaciones ricas y pobres -heredado de la estratificación colonialista jerarquizadora de los países en favor de los colonizadores- continua vigente. Al parecer se ha olvidado que la historia de las poblaciones humanas ha sido una historia de migraciones, desde África hacia todos los confines de la tierra.
En este contexto, de más en más, profesionales de la demografía se cuestionan sobre cuáles serían las proyecciones poblacionales para este siglo XXI. Unos apuestas hacia la estabilización poblacional, producto de un cambio en estructura poblacional por edad, otrora con predominio de la población de jóvenes y adultos y hoy con el predominio de la población de adultos y mayores. Este cambio ha sido calificado como el más importante cambio demográfico actualmente en curso y, según Perez Diaz (2003), significa el arribo hacia la madurez poblacional de masas a través del aumento de la longevidad poblacional a todas las edades y a escala planetaria.
Este demógrafo, conjuntamente con John MacInnes (2005), proponen nuevos marcos teóricos sobre el cambio poblacional de las sociedades modernas, a través del concepto de revolución reproductiva. Su finalidad es mejor identificar los determinantes del cambio demográfico y prever las tendencias poblacionales desde la perspectiva de una totalidad social compleja, donde la reproducción y produccion biológica y social de las poblaciones humanas están inextricablemente ligadas y deben ser tomadas en cuenta en sus interrelaciones reciprocas, a través de políticas públicas de desarrollo que integren las variables demográficas y una orientación hacia la construcción de sociedades de bienestar.
En este nuevo enfoque, las esferas de la reproducción y la produccion social no pueden ser analizadas de manera aislada de su contexto. Se plantea que, desde la ciencias sociales, se requiere la integración de marcos teóricos multidisciplinarios, donde las evidencias de la ciencia demográfica constituyen un gran aporte empírico para sustentar las explicaciones causales y las predicciones propias de toda ciencia. Al respecto, destacan que los cambios metodológicos de la demografía, desde estudios transversales a longitudinales, han permitido relacionar fecundidad y mortalidad y medir la tasa de reproducción de los años de vida. Esta tasa ha permitido comparar el número de años vividos por la generación de las madres con el número de años vividos por la generación de las hijas.
Esta comparación ha visibilizado el aumento de la eficiencia reproductiva de las mujeres de una generación a otra: hoy las mujeres no necesitan tener tantos hijos y pueden alargar los espacios entre nacimientos, pues al contrario que en el pasado, tanto las madres como la mayoría de sus descendientes sobreviven. Como resultado, ha aumentado la duración de la vida humana, visible a través de aumentos de la longevidad de todas las personas y se ha hipotetizado que la población podría estabilizarse y hasta podría aumentar sus efectivos, en función de las características de sus estructuras de edades.
Desde estas nuevas conceptualizaciones teóricas, se plantea que la humanidad ha logrado un gran triunfo con el aumento de la duración de la vida humana, que está vehiculando la convivencia entre hasta cuatro generaciones – padre y madres, hijos e hijas, abuelos y abuelas y nietos y bisnietos de ambos sexos – cuyas consecuencias en el fortalecimiento de los lazos familiares y del intercambio de aprendizajes sociales intergeneracionales deben ser tomados en cuenta en sus previsiones sobre las esferas reproductiva y productiva.
En este mismo sentido, también se destaca el debilitamiento del orden patriarcal en curso, con la integración creciente de las mujeres en la fuerza de trabajo remunerada, posicionándola junto a los hombres como proveedora del sustento personal y/o familiar, a la par, aunque de manera más lenta, que avanza la integración de los hombres en las tareas del trabajo doméstico y el cuidado familiar.
¿No estarían estas tendencias demográficas y sociales perfilando cambios profundos en la organización de la sociedad y en las relaciones humanas, que van a requerir cambios en el modelo económico, donde el trabajo y el ocio humanos se equilibren y sean compatibles con el disfrute de las tareas de la esferas reproductiva y productiva, sin distinción de sexos, dando lugar a una mayor interacción intergeneracional, que permita avanzar en la construcción de sociedades de mayor bienestar y solidaridad?
Una visión contraria, es el catastrofismo demográfico que se hipotetiza que se avecina, conceptualizado como invierno demográfico. Sus proyecciones son el declive poblacional producto del aumento de la duración de la vida humana y el consiguiente envejecimiento poblacional resultante. Sus consecuencias serían la disminución de la población activa, el aumento de la población envejeciente y la insostenible el sistema de pensiones de vejez. A este panorama se agrega el descenso de la fecundidad, que al igual que en el pasado, responsabiliza a las mujeres, antes por tener muchos hijos y ahora por no querer tenerlos, sin tomar en cuenta las variables del contexto cada vez más desigual del desarrollo .
El predominio del punto de vista unilateral masculino de sesgo sexista, que aún perdura en las ciencias y en la conducción política de los Estados, ha históricamente impedido o limitado que las mujeres coloquen su punto de vista en la agenda pública. Los reclamos de las mujeres sobre la necesaria responsabilidad conjunta de los hombres y mujeres de las familias, de las comunidades, de las empresas y del Estado, a través de políticas públicas orientadas a compatibilizar el trabajo de las esferas de la reproducción y la produccion humanas, apenas comienza a ser tomado en cuenta.
La teoría del punto de vista feminista de la filósofa Sandra Harding (2003), plantea la necesidad de la integración de la visión y experiencias de sujetos colocados en posiciones de subalternidad social y sus luchas políticas -como es el caso de las mujeres y el feminismo entre otros – como necesarias para una comprensión científica de la realidad. Solo así, se integraría al mundo de la ciencia la totalidad de la experiencia humana, que no debe ser solamente masculina y elitista. Por el contrario, debe incluir el sentido común, las experiencias vitales y una objetividad fuerte, que parta de la explicitación de los puntos de vistas y experiencias vigentes en el contexto científico de cada época y de sus actores protagonistas, mujeres y hombres.
En términos más generales implica la decolonialidad de la ciencia, en ruptura con un pensamiento de colonialismo político, geopolítico y racializado, propio de la historia de la colonización europea, basado en la organización del poder colonial como desigualdad, discriminación, explotación y dominación de los países del tercer mundo. Al respecto, Lara Delgado (2015) plantea que las prácticas e ideologías políticas colonialistas continua siendo hegemónicas bajo el ropaje de la globalización actual y, en este sentido, plantea que para transgredirla, la decoloniedad de la ciencia desde el Sur Global constituye una herramienta fundamental.
Por su parte, Canales (2021) plantea que el problema fundamental de las sociedades contemporáneas es la gran desigualdad social que afectan a sus poblaciones y plantea la necesidad de un abordaje demográfico que traspase los límites de la medición y descripción empírica sobre la población y desarrolle un análisis crítico del origen, consecuencias y manifestaciones de las desigualdades observadas, para poder fundamentar las políticas públicas orientadas a su superación.
Esta demografía crítica partiría de la premisa de que las desigualdades sociales observadas no son naturales, sino originadas a través de la construcción de categorías sociales basadas en clases, géneros, origen étnico, nacionalidades u otras categorías, erigidas históricamente en base a relaciones de dominio, explotación y discriminación de quienes las integran, vía una desigual distribución de las retribuciones en recursos, prestigio, privilegios, bienestar, etc. En síntesis, según Canales se trataría de pasar de la demografía tradicional a una demografía critica de la desigualdad social de la vida y de la muerte, evidenciada en todas las variables demográficas, sea esta fecundidad, mortalidad, nupcialidad, actividad e inactividad laboral y migraciones.
Es importante destacar que este panorama catastrófico del llamado invierno demográfico, esta inserto en el contexto del Siglo XXI, donde la migración internacional es cada vez menos apreciada por las elites, a pesar de que la historia de las poblaciones humanas ha sido una historia de migraciones. Iniciada en África hacia todos los confines del planeta, ha poblado toda la tierra adaptándose y adaptando lo hóspito y lo inhóspito.
Al parecer se quiere obviar que los determinantes del crecimiento y del no decrecimiento de las poblaciones está determinado por tres variables demográficas: los nacimientos, las defunciones y las migraciones. Todas estas variables están mediadas, a su vez, por la política y la cultura y tienen que ser tomadas en cuenta en el trazado de las diferentes políticas públicas.
La ruptura con una visión científica fragmentada de la totalidad social, debería ser la base para la revisión del devenir poblacional, que requiere que la demografía y la economía sean orientadas a la construcción del bien común, para poder encaminarlas a la construcción de sociedades de mayor bienestar humano
Una última preocupación que planteo es, ¿cómo podríamos aprender a deslindar cuando la ciencia demográfica es utilizada como ideología en pos de intereses alejados del bien común y cuándo como una ciencia social, que puede apoyar la identificación de las necesidades poblacionales? Es sobre esta base, que podremos hacer proyecciones y políticas de población y desarrollo, que abordadas desde su multidimensionalidad, provean insumos científicos para mejorar la reproducción biológica y el desarrollo y bienestar socioeconómico de las poblaciones humanas.