Terminaba el artículo del pasado viernes señalando el tema de la religión en el proceso de surgimiento del capitalismo. Los cambios que ocurrieron en la Europa Occidental entre el siglo XVI y el siglo XIX, tanto en el orden político, como económico, tuvieron un trasfondo religioso, sobre todo como reflejo de los elementos materiales. En el siglo XVI hubo dos rupturas eclesiales significativas, la separación de la Iglesia de Inglaterra que generó el Anglicanismo, como el caso de Lutero que les brindó a varios príncipes alemanes la posibilidad de independizarse del dominio político del romano pontífice. A partir de ahí surgieron movimientos eclesiales diversos y el catolicismo quedó apoyado en el Imperio Español, Portugal y Francia, como grandes actores a escala mundial, sobre todo por sus proyectos coloniales en América, África y Asia. La revolución francesa al finalizar el siglo XVIII fue un gran revés para el catolicismo y durante todo el siglo XIX Europa fue un campo de batalla política y religiosa.

Ese siglo también fue el escenario de los grandes conflictos sociales, sobre todo por las reivindicaciones obreras que no encontraron expresión religiosa que les respaldaran, diferente al caso de la emancipación de los africanos esclavizados en las colonias americanas que si tuvo un fuerte movimiento religioso del lado del protestantismo. La cuestión obrera que políticamente sirvió para el impulso del marxismo desembocó necesariamente en una generalización del discurso ateo al considerar a las estructuras eclesiales comprometidas con los explotadores. Un primer gesto desde el Vaticano aconteció al finalizar el siglo XIX, cuando el Papa León XIII publicó su encíclica Rerum Novarum, sobre la cuestión obrera, en 1891. A partir de ese momento casi todos los obispos de Roma han publicado textos donde evaluaban y criticaban los temas sociales de la humanidad.

En América Latina a partir de los años 60 se fraguó una reflexión teológica conocida como Teología de la Liberación que tomaba como centro de su interés a los más pobres: campesinos, obreros, indígenas, afroamericanos y mujeres. Este quehacer teológico tuvo en la Segunda Conferencia del Episcopado celebrada en Medellín, en 1968, un gran impulso. Era la adaptación del Concilio Vaticano II a la región.

Volviendo al siglo XVI y XVII Bosch cita a Engels explicando como la lucha política de la burguesía naciente se expresaba en términos religiosos en una confrontación frontal contra la Iglesia Católica. “…la Iglesia católica era el resumen ideológico del sistema feudal al cual deseaban destruir sin que supieran cómo hacerlo. Por eso dice Engels en Del socialismo utópico al socialismo científico que “por aquel entonces toda la lucha contra el feudalismo tenía que vestirse con un ropaje religioso y dirigirse en primera instancia contra la Iglesia”, y explica que “el gran centro internacional del feudalismo era la Iglesia Católica Romana. Ella unía a toda la Europa occidental feudalizada, pese a todas sus guerras intestinas, en una gran unidad política (que había rodeado) a las instituciones feudales del halo de la consagración divina” (Bosch, v. XIV, p. 70). Esa herencia de ser el árbitro político en la Europa Occidental marcó el curso de la Iglesia Católica durante toda la modernidad, reculando constantemente y lanzando diatribas contra la modernidad, la economía del mercado y la democracia, refugiándose en el poder de los reyes absolutista y sus estructuras arcaicas.

El modelo eclesial reflejaba como espejo la estructura del modelo feudal, en formas y discursos. Por eso en la cita de Engels que usa Bosch se refiere a la Iglesia Católica en los siguientes términos. “También ella había levantado su jerarquía según el modelo feudal, y era, en fin de cuentas, el mayor de todos los señores feudales, pues poseía, por lo menos, la tercera parte de toda la propiedad territorial del mundo católico. Antes de poder dar en cada país y en diversos terrenos la batalla al feudalismo secular había que destruir esta organización central santificada” (Bosch, v. XIV, p. 70). De hecho la Iglesia Católica no fue destruida en ese proceso, pero quedó muy reducida, a nivel de cardenales y obispos, de influencia social. Hubo sacerdotes y laicos que se comprometieron de diversas maneras con la suerte de los más pobres, especialmente los hijos de los obreros. Un buen ejemplo son los Salesianos de Don Bosco fundados en 1815, y existen otros casos semejantes.

El siglo XX el conservadurismo de la jerarquía hizo alianzas formales o de hecho con el fascismo de Mussolini, el nazismo y el franquismo. A nivel de América Latina las alianzas con dictaduras civiles y militares produjo una historia que avergüenza a quienes somos católicos comprometidos con el Evangelio. Sin exagerar podemos afirmar que es con Francisco en la actualidad que cambios profundos se han dado en la Iglesia respecto al compromiso con la justicia y está tomando distancia respecto a los poderosos. Sobre la democracia, el mejor ejemplo es el énfasis en la Sinodalidad que anuncia cambios más profundos a partir de octubre. Incluso recientemente el Vaticano emitió un documento donde rechaza la postura de legitimación de la esclavitud de algunos Papas del siglo XV.