“La diferencia entre lo que estamos haciendo y lo que somos capaces de hacer solucionaría la mayoría de los problemas del mundo”. (Mahatma Gandhi).
No hay dudas de que asistimos a un mundo caracterizado por una verdadera disrupción, una transformación tan profunda, que podemos decir para graficar, que la humanidad requería 100 años, esto es, un siglo, para ver duplicado el conocimiento humano. Para 1982 se verificó la duplicación de conocimiento 13 meses después, y, hoy en apenas 12 horas, el conocimiento, la información, se duplica. Una disrupción abismal que el tiempo, entre una generación y otra, achicaba su dilatación entre 15 y 20 años. Hoy es de 5 a 10 años.
El liderazgo que ha de emerger en esta dinámica existencial, transformacional, es aquel apuntalado en la cimentación del futuro, aquel que cristaliza hoy, lo que inexorablemente vendrá, aquel que sabe conectar el presente en una perspectiva halagüeña de futuro. Con la imaginación logra el hoy, conjugando el pasado y el futuro. Se construye dejando atrás el liderazgo obsoleto e inefectivo, sin visión, que se auxilia del mismo libreto, sin darse cuenta que el mundo ha cambiado y la sociedad dominicana no es ajena a este inmenso proceso.
La naturaleza del mundo viene operando con una vastedad iconoclasta, cuasi inverosímil, que nos deja asombrados, sobre todo, a los Baby Boomer, donde la tecnología disruptiva impacta todos los ámbitos de la vida social, organizacional y política. Estamos en presencia de la biociencia, la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, la realidad virtual aumentada, la digitalización, la impresión 3D, el internet de las cosas. Es por ello que el tránsito actual, el cruce de la transformación mental, es inexcusable.
Una transformación que nos permita entrar en el puente del paradigma: pensamiento, acción, comportamiento, hábito, estructura, que derivan en carácter. Aristóteles señalaba “Somos lo que somos a través de lo que hacemos. La calidad no es un acto, sino, un hábito”. Ahora bien, el liderazgo reputacional, atemporal y de posteridad es aquel que, como decía la gran estadista alemana Ángela Merkel “La pregunta no es si somos capaces de cambiar, sino si estamos cambiando con la suficiente rapidez”.
El capital político solo se transforma de manera vital si hay en sí mismo, el caudal reputacional que viene en la mente y el corazón, con las características personales, de valores que encierra una persona. Dicho de otra manera, el capital político es coyuntural. Lo que lo hace atemporal, signado en la posteridad, es el hilo conductor del capital reputacional, que es la decencia, es la coherencia, es el ejercicio horizontal del liderazgo como una correa de transmisión en el que se convierte en el circuito sinérgico de todos los actores sociales. Es el intérprete y síntesis de los intereses colectivos de una sociedad.
En esta transición de los matices, el ejercicio de un liderazgo reputacional ha de crear una ruptura con el pasado para evitar retrotraer la sociedad a los liderazgos coyunturales, sin reputaciones del valor real que consagra la democracia. Tenemos que dejar de ver el pasado y de pensar en el futuro. De tener la capacidad y valentía de cerrar los candados del pasado, de sentir la necesidad del correr de la rueda en la historia. De asumir los desafíos de hoy con entereza, con la frente erguida, con el único propósito de servir y dejar un legado a nuestros hijos, nietos, a una vida en sociedad más inclusiva y con menos inequidad. Es el salto de un liderazgo político coyuntural, trilladlo, ajado, anticuado, hacia un liderazgo reputacional, relevante.
El liderazgo reputacional, atemporal y asimilado en la posteridad, se asienta, sin pretenderlo, en la simbología, en generar un modelo comportamental de referencia, entraña, por decirlo así, en la cantera de un comportamiento auténtico que niega, por su accionar, la simulación, el cinismo, la hipocresía y, en consecuencia, la doble moral, la bipolaridad como modus vivendi y modus operandi. El parecer para ese liderazgo coyuntural es más fuerte que el ser. El liderazgo atemporal es el que se bosqueja en la inmensa llanura, ve el bosque en toda su dimensión, otea e inspira, condensado el tiempo y el desafío de su época.
El liderazgo reputacional, cuasi atemporal y de la posteridad, derrama confianza en sí mismo. No se siente por encima de los demás, reconoce que es parte de la goma, al que temporalmente le ha cabido el honor de asumir un liderazgo político coyuntural. Pero, ¿por qué un liderazgo político coyuntural se relieva en el tiempo sin que se transforme en un liderazgo reputacional de referencia ética-moral?
Porque en República Dominicana, sobre todo, el liderazgo político que ha ocupado posiciones cimeras, queda con una “cuota” de seguidores para toda la vida, dado que no tenemos un Estado institucionalizado a nivel de la Administración Pública, resaltando la nómina pública. En la tercera década del Siglo XXI sigue existiendo el despojo político, esto es, el partido que accede al poder administra los puestos públicos, elemento superado en la mayoría de los países, penetrando en la profesionalidad y la categoría de funcionario de Estado.
Además, un presidente aquí tiene más poder, relativamente, que el presidente de Estados Unidos, que el secretario general del Partido Comunista Chino, que el primer ministro de Japón y de Alemania, pues existiendo la Ley de Seguridad Social, 87-01, jubila/pensiona a miles de personas, que incluso nunca han trabajado para el Estado, considerando, incluso, artistas que hicieron fortunas. Desde 2004 aquello ha sido demencial. Tengo la plena seguridad que esos seres humanos que recibieron esas pensiones, generalmente, si tienen que votar, lo hacen por el presidente que les dio el empleo, las jubilaciones, la casa, etc., etc. La gratitud “eterna” no es al Estado, sino al incumbente de turno que le facilitó ese “derecho”.
Por eso, mirando hacia el futuro, hemos visto con buenos ojos la Reforma Constitucional que traerá en el tiempo, mayor grado de gobernabilidad, pues la esencia de la mutación de la ley de leyes es auspiciar y ampliar el potencial de alternabilidad en el poder y con ello, generar mayor democracia interna al interior de los partidos. La ley de hierro de la oligarquía partidaria de que nos hablara Robert Michels, se achica con estos cambios. La selección del Procurador traerá consigo más transparencia y más diálogo al interior del Consejo Nacional de la Magistratura.
Un liderazgo reputacional, con visión de atesorar la atemporalidad, debe asumir, en este tránsito de lo que denomino la transición de los matices, de coadyuvar sin desmayar en las reformas que hoy son ineludibles, inexorables, como la Fiscal, la de Seguridad Social, la del Código Laboral. Reformas sin populismo que tengan que ver con el horizonte del futuro, con la pertinencia de aglutinar y potenciar lo mejor del colectivo social, de clarificar y empujar lo que hay de validez en el proceso de cambio. De responder con la firmeza en ese torbellino del pasado, que no alcanzaron a ver la dimensión de presente y el eclipse del futuro, de no hacer las reformas ahora.
Porque un liderazgo que trascienda la mera coyuntura el liderazgo político y que emerja hacia lo reputacional, a lo atemporal, se concretiza en la esfera de:
- El compromiso cierto.
- Asumir la eficiencia, trascendiendo a la efectividad.
- Trastoca lo transaccional y se vuelve transformacional.
- Se sumerge en la disrupción y ruptura con el statu quo para verse en la mirada cierta del cambio, de la destrucción creativa, de la innovación.
- Interioriza la mentalidad de la abundancia, del desarrollo y deja atrás la parálisis de la mentalidad fija, esclerótica, donde el pasado se reitera como copia, sin imaginación y sin contexto. El liderazgo político coyuntural es en su raíz, manipulador, dicen lo que tengan que decir en aras de obtener sus propósitos efímeros sin canteras de la historia. El liderazgo transformacional es genuinamente inspirador porque sirve de puente referencial, de punto medular ético-moral.
El liderazgo reputacional, con soporte atemporal, se cristaliza como decía Tim Cook “Asumimos riesgos sabiendo que estos abocarán a veces al fracaso, pero sin la posibilidad del fracaso no existe la posibilidad del éxito”. En el caso de la sociedad dominicana, la ausencia de las reformas estructurales traerá un mayor grado, nivel, de regresión social y política. Tenemos que impulsar la radicalización de la democracia que tiene como espina dorsal la canalización de los principios ético-políticos del sistema político del régimen democrático: democracia electoral, democracia económica y social, en la sombrilla de libertad e igualdad.
Tenemos que guiarnos hacia lo nuevo, que es duro, empero, es lo que hace la historia y encamina los surcos no andados. Como diría Byung-Chul Han en su libro la Tonalidad del Pensamiento “Sin el batir de alas, sin las alas del eros, el pensamiento no es posible. Quien piensa necesita despegar con las alas del eros hacia lo intransitado, hacia lo que aún no ha nacido o hacia lo venidero, en definitiva, hacia lo nuevo”. Lo nuevo es siempre renovación de la esperanza, arquitectura sin par de la singularidad del brote de las alas del mañana.