No es casualidad que en el reciente discurso de rendición de cuentas pronunciado por el presidente de la República el tema de la política migratoria y la crisis en el vecino país de Haití haya sido dejado para la parte final y más inspiradora que provocó los mayores aplausos, y es que todo lo relacionado con este importante tema enciende los debates, pero penosamente se ha convertido en un instrumento utilizado con la finalidad de ganar capital político, de ahí su llamado a apartarlo “de la lucha partidista”, y su propuesta de trabajar por lograr un “Pacto de Nación”.
Lo primero que hay que admitir es que el tema está matizado por las pasiones que buscan dividir nuestra sociedad, en “patriotas y traidores”, acorde a las posiciones que cada uno exprese, como si ser patriota significara ser anti haitiano o estar en favor del respeto de derechos fundamentales de las personas de determinada nacionalidad nos hiciera traidores.
Lo curioso es que algunos que se autoproclaman nacionalistas, como si los demás dominicanos no lo fueran, en vez de haberse dedicado a reclamar que tuviéramos una política migratoria responsable y el cumplimiento de nuestro ordenamiento legal, se han limitado a luchar contra enemigos reales o inventados que conjuran contra nuestra nación, y peor aún se han hecho de la vista gorda frente a realidades incontestables como la alta dependencia de la mano de obra haitiana ya no solo en la actividad azucarera como fue hace décadas, sino en todas las labores agrícolas y la construcción, como si les bastara que los migrantes no estén regularizados, aunque sigan trabajando en estas y otras tareas.
Este tema como tantos otros está plagado de hipocresías, pues si el sector de la construcción, motor importante de nuestra economía tuviera que prescindir de golpe de la mano de obra foránea, o el agrícola, se generaría un serio problema para estos y el país, pero lo que no podemos seguir permitiendo es que no lo afrontemos, pues hay razones para que estos trabajos solo quieran ser realizados por los migrantes más pobres, así como las hay para que estos crucen nuestra frontera buscando mejorías, pues si nuestros nacionales arriesgan sus vidas para irse en frágiles embarcaciones a Puerto Rico pagando altas sumas de dinero a traficantes o para llegar a un país desde el cual poder llegar por tierra a los Estados Unidos de América, es lógico pensar que nuestros vecinos tratarán de seguirlo haciendo, y que nos corresponde controlarlo del modo más efectivo posible.
Algunos desean que las reglas se apliquen, pero solo para los demás, por eso desde que recientemente nuestras autoridades arreciaron las deportaciones, muchos salieron a buscarle soluciones a algún migrante que les sirve de conserje, mensajero, celador, obrero o empleado doméstico, en algunos casos porque eran injustas, pero en otros simplemente porque no se quiere la masiva inmigración, pero sí se desea mantener a sus migrantes favoritos.
La cada vez más crítica situación en Haití y la complejidad de su solución, así como el incremento de las migraciones a nivel mundial, hacen inminente que nuestro país tenga posiciones y políticas bien pensadas y firmes, pues tanto daño nos hacen posturas injustas y carentes de fundamentos de organizaciones y actores foráneos, como posiciones extremistas de algunos falsos patriotas, o actuaciones irresponsables y fuera de la ley que debilitan nuestra imagen y los sobrados argumentos que tenemos.
Será muy difícil unificar posiciones y lograr un pacto respecto del tratamiento de nuestra relación con Haití, y mucho más en medio de una campaña política que independientemente de lo que ordenen nuestras leyes hace mucho tiempo que inició, pero si no empezamos a definir con seriedad cuáles deben ser las acciones, posiciones, políticas y estrategias, así como a ejecutarlas, y seguimos dejándonos embaucar por cantos de sirena que solo apuestan a la división, pero que nada hacen por identificar soluciones, no solo no haremos lo correcto, sino que no habremos trabajado “por y para la Patria” como Duarte nos enseñara.