-Porque: “Aprendí a no luchar con un cerdo, tú te ensucias y al cerdo le gusta” .
-Solo es sabio quien sabe que no sabe, no quien se engaña creyendo saber e ignora, incluso, su propia ignorancia. 

Se hace bien difícil desarraigar algo cuando la profundidad de sus raíces logra segmentarla cual si fuese en un concreto indestructible.

En una ocasión expresé que muchas veces la cuestión no es buscar ayuda, sino… un grupo de personas, o mejor dicho de políticos, se encariñaron tanto con las mieles del poder que estructuraron un intrincado entramado para permanecer, por siempre, ejerciendo determinada influencia detrás del poder político. 

Fue así como se dio inicio al perverso lugar que se le dio por el nombre “la Máximo Gómez”, lugar de peregrinaje de todos aquellos en busca de algún beneficio personal   dentro del Estado dominicano, y, por igual, mantener una vigencia increíble dentro de este estamento.

Todo aquel que -sin importar el partido, civil o militar que fuese- conocía ese camino y los resultados positivos que el mismo dejaba. En tanto, el viejo caudillo y su séquito proseguían haciendo y deshaciendo dentro del Estado dominicano, aún y no pertenecieran al partido que ejercía la primera magistratura del Estado. 

Muchos ingenuos llegamos a creer, que “la Máximo Gómez” desaparecería con la ausencia del caudillo, pero, vaya usted a ver qué equivocado estábamos. No pasó mucho tiempo, cuando nos dimos cuenta de que solo había cambiado la dirección, pero el centro de manipulación del Estado continuaba operando desde otros lares y con los mismos fines, perversos todos. Ese fatal peregrinaje, ha convertido a este pueblo, en algo irreconocible, un pueblo pendejo, que mantiene la posición de manyouk sin que en esencia sea homosexual. 

Políticos, militares, policías, empresarios, compadres o compañeritos, todos conocen el camino para obtener sus apetencias personales, y un gran porcentaje lo logra. Ya el poder no se ubica en un solo lugar y, por demás, si ya uno sabe la respuesta, por igual, es capaz de, al menos, deducir la pregunta: ¿existe la Máximo Gómez? La respuesta, habría que darla a lo Sherlock Holmes y decir que después de eliminar lo imposible, lo que quede, por improbable que sea, debe de ser la verdad. 

Todo esto ha acarreado que, poco a poco, la enfermedad del gigantismo se apodere del Estado. Son pocos los meses que pueden pasar sin que surja una nueva dirección, agrupación o cuerpo cuya creación viene acompañada con una obsolescencia programada por la falta de consistencia profesional en su creación. Ya el desmembramiento organizacional de las Fuerzas Armadas ha llegado a la locura y a un nivel inconcebible de desprecio por la institucionalidad. 

El “nuevo” cuerpo creado para actuar frente a los desastres naturales es lo último que se le ha ocurrido a un grupo de teóricos disfuncionales, obsesionados en obtener un falso protagonismo frente al poder político. Si hubiese sido lo contrario, en vez de crear, se hubiesen dedicado a entrenar un batallón -tal y como se hizo para volver a activar la Policía militar-, manteniendo, sobre todo, la organización táctica de una brigada. ¿Por qué, en vez de crear ese mamotreto no se destinan los recursos a los bomberos a nivel nacional para hacer frente a esas operaciones? Porque no era eso lo que se buscaba, más bien, como ha ocurrido tantas veces, es la creación de nuevos presupuestos e independencias para administrarlo.  

Y es que, no solo existen los creadores de vacuencias, perdón, de “contenido”, en las redes sociales, sino que, en las instituciones, estos son peores y por eso vivimos de conjeturas y fantasías donde nos ponen a todos a conjeturar sobre si son intereses particulares o para alabar en busca de prebendas, haciendo un imposible el conocimiento de la verdad y hasta de la propia realidad.

Y esto, porque no es la creación de nuevas unidades o dependencias lo que necesitan las fuerzas armadas o la policía nacional, más bien, es la capacitación de las unidades ya existentes par or! a hacerle frente a las nuevas amenazas o retos. Así de simple, aunque parezca vulgar. ¡Sí señor!