El 14 de agosto de 1954 la bestia regresó al país con pilas nuevas. Había sido recibido en España en olor de multitudes, había sido recibido por el papa en olor de santidad y había sido recibido como de costumbre en el imperio con la mayor deferencia. Regresó, pues, transfigurado. Como tocado por un ángel, o por lo menos un santo.
Dice Crassweller que en cuanto Trujillo volvió a poner pie en Ciudad Trujillo se enfrascó en una serie de frenéticas actividades en honor a sí mismo. Hizo que el pueblo le rindiera, en efecto, los más variados tributos de adulación. Hubo paradas militares en celebración de las últimas grandes hazañas de Trujillo, hubo manifestaciones en las ciudades y pueblos a favor de Trujillo y hasta actos religiosos en los que se pedía la presencia de Trujillo para que santificara el suelo que pisaba. Gracias a Trujillo la República Dominicana se había convertido en el primer país latinoamericano en firmar un Concordato en el siglo XX y había que celebrarlo y celebrar sobre todo a la bestia.
Alguien se inventó incluso un canto de alabanza (uno de tantos), un cursilísimo canto que decía que Trujillo es como un himno que cae entre nosotros, decía que Trujillo es como lluvia de pétalos fragantes, Trujillo es como alada mariposa blanca y otras cosas parecidas. Cosas tan desproporcionadas y disparatadas que se hubieran podido prestar a interpretaciones retorcidas si alguien le hubiera soplado en el oído palabras malignas a la bestia. Pero el generalísimo estaba encantado consigo mismo y ninguna alabanza le parecía demasiado, parecía no hartarse nunca de las adulaciones ni de los aduladores. Alguien había dicho en alguna ocasión: Trujillo es como el sándalo, que perfuma el hacha que lo hiere, y Trujillo seguramente se lo creía.
Aparte de su ego, también sus energías estaban renovadas y se mostraba híper activo. Un día estaba en San Cristóbal, otro día en Baní o Constanza, Santiago, Puerto Plata, Dajabón, San Francisco de Macorís, La Vega o Moca.
Estiraba el tiempo para supervisar obras en construcción y ordenar otras nuevas, para saludar y dar apretones de manos y recibir ramos de flores o asistir a te deums o estar presente como padrino en ceremonias de bautismos. Le encantaba apadrinar y tenía cientos o tal vez miles de ahijados en el país.
Nada humano le era ajeno. Todo lo averiguaba, todo lo inspeccionada, se interesaba y escudriñaba inquisitivamente los más nimios detalles y noticias. Estaba al tanto y al día.
A finales de septiembre volvió a viajar a los Estados Unidos para reunirse con su mujer y sus hijos y explorar oportunidades de negocios, pero no sin antes destituir y meter preso y ultrajar a Anselmo Paulino, a su hombre de confianza, el hombre en quien (como le había dicho venenosamente Francisco Franco en Madrid), podía delegar el poder durante su ausencia, el que podía sustituirlo.
Mientras tanto, los acuerdos y disposiciones previstas en el Concordato (tomando como modelo el que había firmado Francisco Franco en 1953), ya habían empezado a implementarse y las relaciones con la iglesia se fortalecieron.
En virtud del Concordato: “El Estado Dominicano reconoce la personalidad jurídica internacional de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano”.
En virtud del Concordato: “Para mantener, en la forma tradicional, las relaciones amistosas entre la Santa Sede y el Estado Dominicano, continuarán acreditados un Embajador de la República Dominicana cerca de la Santa Sede y un Nuncio Apostólico en Ciudad Trujillo. Este será el decano del Cuerpo Diplomático, en los términos del derecho consuetudinario”.
En virtud del Concordato: “El Estado Dominicano reconoce a la Iglesia Católica el carácter de sociedad perfecta y le garantiza el libre y pleno ejercicio de su poder espiritual y de su jurisdicción, así como el libre y público ejercicio del culto”.
En virtud del Concordato: “El Estado Dominicano garantiza la asistencia religiosa a las fuerzas armadas de tierra, mar y aire y a este efecto se pondrá de acuerdo con la Santa Sede para la organización de un cuerpo de capellanes militares, con graduación de oficiales, bajo la jurisdicción del Arzobispo Metropolitano en lo que se refiere a su vida y ministerio sacerdotal, y sujetos a la disciplina de las fuerzas armadas en lo que se refiere a su servicio militar”.
En virtud del Concordato: “En todas las escuelas públicas primarias y secundarias se dará enseñanza de la religión y moral católicas —según programas fijados de común acuerdo con la competente Autoridad eclesiástica— a los alumnos cuyos padres, o quienes hagan sus veces, no pidan por escrito que sean exentos”.
En virtud del Concordato: “El Gobierno Dominicano se compromete a construir la Iglesia Catedral o Prelaticia y los edificios adecuados que sirvan de habitación del Obispo o Prelado nullius y de oficinas de la Curia, en las Diócesis y Prelatura nullius actualmente existentes que lo necesiten, y en las que se establezcan en el futuro”.
En virtud del Concordato: “El Gobierno asegura a la Arquidiócesis de Santo Domingo y a cada Diócesis o Prelatura nullius actualmente existentes o que se erijan en el futuro una subvención mensual para los gastos de administración y para las iglesias pobres”.
En virtud del Concordato: “Los eclesiásticos gozarán en el ejercicio de su ministerio de una especial protección del Estado”.
En virtud del Concordato: “Los eclesiásticos no podrán ser interrogados por jueces u otras autoridades sobre hechos o cosas cuya noticia les haya sido confiada en el ejercicio del sagrado ministerio y que por lo tanto caen bajo el secreto de su oficio espiritual”.
“En caso de que se levante acusación penal contra alguna persona eclesiástica o religiosa, la Jurisdicción del Estado apoderada del asunto deberá informar oportunamente al competente Ordinario del lugar y transmitir al mismo los resultados de la instrucción, y, en caso de darse, comunicarle la sentencia tanto en primera instancia como en apelación, revisión o casación”.
“En caso de detención o arresto el eclesiástico o religioso será tratado con el miramiento debido a su estado y a su grado”.
“En el caso de condena de un eclesiástico o de un religioso, la pena se cumplirá, en cuanto sea posible, en un local separado del destinado a los laicos, a menos que el Ordinario competente hubiese reducido al estado laical al condenado”.
En virtud del Concordato: “El Gobierno Dominicano, cuando sea posible, confiará a religiosos y religiosas la dirección de los hospitales, asilos y orfanatos y otras instituciones nacionales de caridad. La Santa Sede, por su parte, favorecerá tal proyecto”.
El régimen de privilegios, del que disfrutaría y disfruta todavía la Iglesia católica en el país no podía y no puede ser más irritante, sobre todo en la medida en que disminuye cada vez más su feligresía y se produce su desplazamiento por parte de las iglesias evangélicas.
Resulta inaceptable que a estas alturas se otorguen a la Iglesia católica exoneraciones y prebendas incalculables, que se les pague dinero a los obispos y se financien las diócesis, que se permita la existencia de un vicariato castrense, que se le otorguen rasgos de militares a los obispos y rango de general y escolta al Cardenal. El mismo cardenal que vive en un palacio de lujo fortificado a expensas del estado dominicano, a costillas del pueblo.
Resulta inaceptable, desde luego, que se permita la injerencia de la iglesia en asuntos de Estado, que se reconozca a la Iglesia católica como religión oficial de la nación en detrimento de otras confesiones religiosas.
Más indignante es el privilegio que establece que las acusaciones penales contra miembros del clero pertenecen a una especie de limbo jurídico. En el año 2013, el nuncio papal Josef Wesolowski, investigado por las autoridades dominicanas por fundadas acusaciones de pedofilia, fue simplemente destituido y enviado de castigo a Roma, donde permaneció varios meses en libertad.
Algo positivo, sin embargo, y lamentablemente descontinuado, fue el poner el manejo de la alimentación y medicinas y administración de hospitales públicos en manos de monjas, órdenes religiosas de monjas que trabajaban como hormigas en los hospitales públicos y los mantenían bien provistos.
Pero el Concordato no salió gratis. El precio todavía lo estamos pagando. Unos veintiséis millones se cobró el Concordato en la era gloriosa y el presupuesto actual destina más de seiscientos millones. Pero en realidad no se conocen los datos. Es un presupuesto abierto, sujeto a las necesidades y caprichos de la iglesia, y sobre todo de los príncipes de la iglesia. Es un barril sin fondo.
Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator