El mundo se polariza cada vez más y las redes sociales son el hábitat idóneo para que las posiciones más extremas se publiquen al calor de la inmediatez y la rapidez de los exiguos caracteres, y la extrema facilidad de reenviar vídeos o mensajes, sin que muchas veces los reproductores siquiera los lean o analicen para advertir sinsentidos o falsedades, convierten cualquier noticia falsa en cierta para muchos, y generan una atmósfera cargada que contribuye a alterar los ánimos y a nublar el raciocino.

Esa ventana al mundo nos muestra situaciones adversas y complejas en muchos lugares, abatidos por la guerra, el hambre, el irrespeto a los derechos fundamentales, el autoritarismo o la negación de los principios democráticos, pero a la vez también nos exhibe escenarios de ensueño, derroches de abundancia de unos cuantos, historias de vidas que parecen fascinantes, que ya no precisan del estreno de una película o de la publicación de una novela o cuento para difundirse y poner a fantasear a los espectadores pues están a la breve distancia de un clic.

En este siglo XXI las migraciones constituyen uno de los mayores retos mundiales, entre otros factores porque la gente conoce en tiempo real lo que ocurre en otras partes y busca la forma de emigrar para encontrar mejores condiciones y oportunidades, aunque esto los haga víctimas de traficantes, arriesgando sus vidas y recursos en el intento, pues las historias de los que lo logran seducen más que el espanto que provocan las de quienes perecen intentándolo, y cada país busca las vías de frenarlas, de lograr aliviar las tensiones sociales que generan y que algunos atizan para su beneficio, de hacer malabarismo entre las necesidades de fuerza laboral barata, la resistencia de locales, y las exigencias de la ley y la moral.

La República Dominicana tiene una diáspora importante y dinámica que con sus remesas le hace una invaluable contribución, que ya tiene distintas generaciones en países como los Estados Unidos de América y que ha sido capaz de insertarse en múltiples espacios ocupando posiciones tan altas como un escaño en la Cámara de Representantes, pero sin perder nunca el vínculo con sus raíces. Al mismo tiempo recibe una numerosa inmigración del vecino Haití, que si bien inició con la utilización de braceros para el corte de la caña de azúcar, desde hace tiempo fluyó al ritmo del crecimiento de nuestra economía hacia la construcción, el turismo, la agricultura y otros servicios, la cual fue aumentando conforme se deterioraban las condiciones del otro lado de la frontera, lo que también hizo que nuestros productos fueran exportados masivamente a Haití, convirtiéndolo en nuestro segundo socio comercial, después de los Estados Unidos de América.

La gravedad de la situación que se vive en Haití ha superado lo imaginable, pero lamentablemente las soluciones siguen sin presentarse, pues ese desastre tiene dueños que no quieren aceptar su responsabilidad y beneficiarios que no tienen el menor interés en que lleguen, y manipulan a una población ignorante y pobre, pero demasiado rica en orgullo, jugando a presentarnos como villanos, sin evaluar objetivamente lo bueno y lo malo de nuestra relación, pues siempre es más fácil encontrar culpas ajenas que aceptar las propias.

Más que nunca es necesario que los dominicanos tengamos nuestras cabezas frías para no dejarnos llevar por las naturales pasiones, haciendo conciencia de todo lo que hay en juego, para ejercer soberana, cauta y justamente todo lo que sea necesario y conveniente a nuestro país, pero con el mayor rigor y respeto del marco legal, recordando siempre que de nada vale tener derecho a algo si haciéndolo de mala forma lo perdemos.