Debo ser una soltera bien rara, o me he llegado a sentir tan cómoda con la idea de mi soltería, que a veces pareciera que hago esfuerzos por quedarme así. La primera vez que supe de Tinder fue en 2017, por referencia de una muy buena amiga que me contaba de su interesante cita con un chico inglés al que conoció por esa aplicación.
El tipo, joven como ella, estaba en el país por negocios propios de su oficio y mi amiga y él quedaron tan encantados después de aquella noche de ensueño que, aunque le tocaba irse en los siguientes días, el contacto se mantuvo de manera más cercana vía WhatsApp. Y sé, porque ella misma me lo dijo que, aunque aquello no se dio más que de manera casual, surgió un vínculo de amistad bajo la plena certeza de que el día que ella esté por Londres, así sea de paso, él será la primera persona a quién ella va a llamar; y él, por igual, si llega a República Dominicana, a ella siempre hará su primera llamada.
De la misma aplicación supe también por un amigo casado al que una amiga de la esposa lo delató y le descubrieron su perfil de soltero en Tinder. Con el tiempo, y escuchando las experiencias de muchas otras mujeres, me enteré que los casados osados abundan en Tinder. A mi amigo le tocó dar muchas explicaciones, pero a fin de cuentas la mujer lo perdonó.
Debo confesar que nunca he usado la aplicación. Creo, si la memoria no me falla, que una vez la bajé y ni siquiera alcancé a crear un perfil. Esto, a pesar de la insistencia hasta de la doña del salón en que una, como soltera al fin, debe agotar todos los recursos posibles para encontrar el amor. Son interminables las historias de amistades que la han pasado muy bien y han conocido gente interesante con la que han hecho match, incluyendo conocidos -casos de la vida real- que más que pasarla bien terminaron casándose con su matchde Tinder. Esa, sin lugar a dudas, es una gran motivación.
Pero aun así, lo de Tinder y las aplicaciones con las que Instagram insiste en que yo descargue, la motivación y la fe en ellas no me alcanzan. No han valido las fotos de hombres bellísimos, con canas interesantes y actitud de autoridad para yo finalmente descargar y usarlas.
Hace un par de semanas, una muy buena amiga, de esas que te conocen tan bien que son capaces hasta de predecir una reacción tuya ante cualquier situación, me habló de Bumble. Es una aplicación igual que Tinder, pero con un perfil distinto. Menos carnal y con unas connotación muchísimo menos sexual y casual.
Y como dicen, un número bonito y un billetero que insiste, yo, que estuve negada todo el tiempo, acepté, descargué Bumble y empecé a crear mi perfil junto a ella, como si se tratara de un examen colectivo. Ella, más joven y con más experiencia usando la aplicación y yo, como discípulo y aprendiz escuchando a su maestra. Entre copas y cuentos, sin darnos cuenta olvidamos la lección del swipe y algunos detalles de la bio en mi perfil y mi cuenta de soltera en Bumble quedó como en el aire.
Durante la semana, aunque me ocupé con hijos, trabajo y cotidianidad, el seguimiento a mi actividad en Bumble fue tema en el grupo de amigas y motivo de decepción porque les dije que yo no había ni abierto la aplicación.
Para colmo de males y como para echarle leña a la desgracia, justamente en esos días y por la tendencia en redes, vi “El estafador de Tinder” en Netflix. Un documental que relata la historia de tres mujeres que fueron estafadas con muchísimo dinero por un personaje que se hacía pasar por un adinerado hombre del negocio de los diamantes y al que conocieron en Tinder. No les diré que aquello influyó, porque en mi cuenta de banco no hay mucho para ser estafada, pero uno lo asume hasta como una señal cuando uno no está en algo.
Días más tarde, en medio de una pausa en el trabajo, abrí mi teléfono y borré Bumble. Mi buena amiga sabrá cuando lea este artículo que no llegué ni hacer swipe y muchísimo menos hacer match con alguien.
Lo cierto es que, cuando algo no es para ti, todo se complica y los pies nos vuelven el paso como de plomo. Porque la verdad es que yo pensé que estaba dispuesta a darme la oportunidad y abrir mis posibilidades a nuevas experiencias, pero a fin de cuentas, no. No les voy a negar que, reflexionando en ello, me he sentido más doña y arcaica de la cuenta. Pero de igual forma, también me refugio en el carácter, la personalidad y los gustos. Los míos, igual que los de mi amiga, están bien definidos.
No me cierro a nada, pero tampoco me permito forzar nada, ni siquiera en nombre del amor. Bumble puede esperar.
Digamos mejor que, por el momento, por ahora, no estoy tan lista para Bumble y mucho menos para Tinder. Por ahora, esta soltera seguirá apostando a la manera tradicional y romántica del amor. A mí que me dejen, por ahora, con los swipe en vivo y que sean los ojos, una sonrisa y la picardía los que se encarguen de hacer match.