El pasado domingo, las izquierdas española e italiana, sobre todo la primera, acaban sufrieron un contundente batacazo electoral. En España, el fantasma de la derecha y de extrema derecha avanzaba inexorablemente durante el discurrir en este último año, mientras la izquierda sacaba a flote sus peores lastres: infantilismo, sectarismo y su irrefrenable propensión a la división. El resultado ha sido que en las elecciones autonómicas y municipales del pasado domingo ha sido aplastada por el conservadurismo que se apoderó de las principales ciudades y de la casi totalidad de los gobiernos autonómicos. En Italia, las izquierdas sufrieron una inapelable derrota electoral y las fuerzas del neofascismo consolidaron su control del Estado. Esto obliga a una reflexión más allá de esos dos hechos.
En España, después de mucho titubeo de los fieles del Partido Socialistas sobre cuál sería el resultado de un gobierno compartido con las colectividades que le están a su izquierda y de éstas con los socialistas, se formaron la coalición izquierdista hoy en poder. Pero, ha sido una cohabitación por momentos tensas en extremo. A esto se suma las interminables disputas internas de Podemos y de éste con otras corrientes de izquierda, que han deteriorado la imagen del gobierno, y de la izquierda toda, en un contexto de incremento de la fuerza de la ola conservadora que anega a España y a toda Europa. No les importó ese contexto y siguieron sus disputas hasta recibir el garrotazo del pasado domingo.
Pudieron más la soberbia de los egos, del infantilismo y el culto a la irresponsabilidad (vendida como ética de los principios), que la urgencia de acogerse a la ética de los resultados y sellar una unidad en la diversidad como única forma de evitar que la onda ultraconservadora anegue su país. Ahora tienen solo 10 días para hacerlo de cara a las elecciones extraordinarias de julio próximo para intentar frenar la derecha. Lo de Italia es peor. Cuando ese país tenía un partido, el comunista como referencia moral, intelectual y política de primer plano, y otro, el demócrata cristiano que totalizaban más del 70% del electorado, los neofascistas eran un puñado de nostálgicos marginales y repudiados. Hoy son gobierno en franca labor de desmonte de las mejores tradiciones democráticas de ese país.
Allí, como en la generalidad de los países, ante el peligro del ultra conservadurismo, la izquierda vacila y exhibe sus perores demonios: egos, broncas e irresponsabilidad. El pasado domingo sufrieron una enésima derrota y el neofascismo consolida y alarga su poder diversas regiones y ciudades. Cierto es que es no son sólo los incontrolables demonios internos de la izquierda lo que producen sus malos resultados electorales y la consolidación de las derechas. Existen otros factores sobre los cuales hay que reflexionar seriamente. Entre otros, la limitada compresión de los profundos cambios producido en la sociedad moderna, algo no sólo privativo de la izquierda; también la dificultad de producir cambios sociales o políticos, sean graduales o por ruptura etc.
A ese propósito, viene a cuento las recientes experiencias de cambios intentados por las izquierdas chilena y colombiana. La primera, luego de su resonante triunfo electoral que los llevó al poder, ahora ve cómo se esfuma la amplia aceptación con que lo asumió, encajando dos contundentes golpes electorales que catapultan una ultraderecha trumpista/pinochetista. En esas condiciones le resulta cuesta arriba producir los cambios prometidos. En Colombia, Petro se lamenta de la sistemática obstrucción de la ultraderecha a sus más importantes iniciativas de cambio, a esa obstrucción se suman sectores de una insurgencia guerrillera, de dudosa impronta de izquierda, que sabotean el proceso de paz del gobierno mediante execrables actos de violencia armada.
Y es que hoy, más que nunca, resulta imprescindible una reflexión y búsqueda de respuesta a la cuestión de la lucha entre continuidad y cambio, una cuestión que plantea E.H. Carr en su voluminosa Historia de la Revolución Bolchevique, de 14 tomos. En ella, nos dice que el triunfo de las fuerzas del cambio, lejos de eliminar las de la continuidad (ideas, valores del pasado) hace que estas luchen con mayor ferocidad para mantener el viejo orden y que, a la postre, generalmente termina imponiéndose la continuidad sobre el cambio. Eso nos obliga a plantearnos temas que son cruciales: ¿cómo proponernos e impulsar un proceso de cambio siendo formados en el contexto del viejo orden? ¿Cómo producir un cambio sin los recursos humanos imprescindibles para hacerlos?
¿Cómo defender los recursos naturales de los depredadores sin tener los recursos humanos y materiales suficientes para hacerlo?, cómo lograr una revolución cultural que haga sostenible un cambio, con maestros de escasa o nula formación? ¿Cómo superar las feroces luchas internas de las fuerzas del cambio? ¿Cómo cambiar este mundo del siglo 21 con las ideas del siglo 18? No creo que alguien tenga las tenga. Pero sin planteárnoslas jamás se encontrarán. Mientras tanto, la ola conservadora se expande y sin un cambio de actitud esta no se detiene. En definitiva, no solo es la izquierda la que recibe batacazos electorales, como los del pasado domingo en España e Italia, también lo reciben determinadas fuerzas liberales o de centro.
Es la lección que debe extraer todo aquel que entienda que el mundo del odio y la intolerancia que propone el neofascismo es absolutamente inaceptable.