El mundo clama esperanza ante el auge de la tristeza.
El país demanda personas esperanzadas.
Urge exhalar brisas de esperanzas
para resurgir de circunstancias difíciles,
para esparcir lucidez en los entornos,
para suscitar curiosidad en las comunidades.
Apremia avivar brotes de esperanzas
para motivar experiencias de discernimiento,
para vencer la sequedad espiritual,
para derribar barreras personales,
para recuperar la alegría natural,
para construir nuevos aprendizajes.
El mundo necesita esperanza.
Las mujeres y los hombres necesitan esperanza.
Los estudiantes desean la esperanza en el seno familiar,
en la escuela,
en la sociedad.
Permítenos, Señor, emanar retoños de esperanza
que transformen la angustia personal,
que despejen las dudas del presente y del futuro,
que induzcan a una relación permanente con el Espíritu,
que reactiven una fe fuerte en el Dios de la vida,
que hagan de la solidaridad la savia natural de cada acción,
que potencien la unidad en una sociedad herida.
Emitamos brotes de esperanza
en tiempos de pandemia,
en momentos de vacío espiritual,
en circunstancias que enferman,
en experiencias desmotivadoras.
Compartamos nuestras esperanzas sin recortes y sin miedo.