Desde el momento que el presidente Macron decidió de manera sorpresiva disolver la Asamblea Nacional y presentarse de nuevo “frente al pueblo”, la amenaza real de un gobierno de extrema derecha comenzó a flotar sobre Francia. Amenaza que provocó una participación electoral de un 66,7%, muy alta comparada con las últimas elecciones legislativas de 2022.

Como resultado de la primera vuelta de las elecciones, el peligro se ha vuelto una realidad y el país está a centímetros de tener un gobierno de extrema derecha. El Rassemblement Nacional (RN) ha ganado terreno en todas las regiones y estratos de la sociedad. Casi once millones de franceses fueron sensibles a su propaganda y parecen dispuestos a convertir en primer ministro a un joven político de 29 años, Jordan Bardella, que no ha acabado sus estudios, nunca ha trabajado y se sitúa más a la derecha que su mentora Marine Lepen, líder del partido.

¿Cómo explicar este entusiasmo por un partido de extrema derecha o, mejor dicho, fascista, en el país de los Derechos Humanos? La sociedad francesa de hoy es una sociedad de clivajes y antagonismos que han ido creciendo: centro y periferia, franceses de pura cepa y migrantes, y muchos otros.

También es un país cuyas tres opciones políticas mayoritarias generan sentimientos extremos. Jean-Luc Melenchon, líder de la France Insoumise, que se ha convertido en una de las figuras preminentes de la izquierda, genera controversia en su propio campo por su estilo y propuestas.  El partido de Marine Le Pen y sus acólitos intentan esconder con mucha dificultad su verdadera naturaleza autoritaria. Y el presidente Macron  no oye al pueblo de abajo, es percibido como soberbio y es rechazado por las grandes mayorías.

Francia está harta. El voto a favor del Rassemblement Nacional es el voto del resentimiento y las frustraciones, de los que tienen miedo de perder, del menosprecio y de los reprobados. Y a pesar de fundamentar sus políticas xenófobas y racistas en el odio, este partido extremista ha ido creando progresivamente la ilusión de una familia que integra en su seno a todos los franceses.

Desde su perspectiva, primero está la familia Le Pen (padre, hijas, sobrinas) y sus ramificaciones, que entiende la Nación como una familia, lo que puede tener su importancia en la segunda vuelta donde una buena parte del electorado podrá querer hacer parte de la familia ganadora y de la nueva ola que (en realidad) amenaza a Francia.

De ahí que la segunda vuelta de las elecciones sea tan importante para el porvenir de Francia, de Europa y del mundo. Al final de cuentas se trata de un referéndum, de un sí o no, a un posible gobierno del partido de Marine Le Pen y a la consiguiente apertura de un proceso de instauración del fascismo.

Si con su voto los franceses brindasen la mayoría absoluta a un partido de extrema derecha esto se habría producido en gran medida porque el presidente Macron, en un gesto inútil, le ofreció esta oportunidad en bandeja de plata a ese partido. Pretendiendo clarificar la situación política de su país sembró la confusión. En esta jugada   arriesgó el futuro de la democracia y destruyó la unidad de su propio partido.

Ahora bien, una cosa es constatar el alza de las fuerzas de extrema derecha y otra ver con indiferencia su ascenso al gobierno y sentir el desamparo de una parte de la población que se resiste a creer en la posible pérdida de los valores democráticos, del vivir juntos y de la solidaridad.

La consigna debe ser clara y franca: ni un voto más para los candidatos del Rassemblement National, Reconquête o Renaissance. No hay que equivocarse de combate, hoy el enemigo no es la izquierda ni el señor Melenchon.

¡Francia no debe llevar la extrema derecha al poder!