“El pasado no es simplemente un lugar para ser visitado, sino un recurso del que podemos aprender y construir un futuro mejor”. (Eric Hobsbawm).
Dedicado a Carlos Pimentel y Milagros Ortiz Bosch, dos funcionarios que encarnan el honor, la dignidad, la templanza y la entereza en esta transición de los matices.
Nicos Poulantzas, ese gran sociólogo y politólogo, tan temprano como en 1968, escribió un libro que tituló Poder político y clases sociales, donde grafica el rol del Estado en esa complejidad de las relaciones sociales y su función relativa y el marco de autonomía. Las relaciones de poder y con ello, el grado de conflictividad y de disputas que se origina en lo que a partir de 1971 llamaría Bloque de Poder, que sería la conjunción de las distintas fracciones en el poder, su grado de heterogeneidad y de hegemonía al mismo tiempo.
Bloque de poder se constituye en el grado de relaciones entre las distintas fracciones del capital, la formación del grado de acumulación de capital, las tensiones que gravitan en el Estado. El calado de conflictividad, de distanciamiento entre las distintas fracciones, así como el peso de la autonomía relativa de quienes dirigen y de la dimensión en la construcción institucional determinarían los niveles en la conformación de cómo se fragua, se organiza el bloque de poder. El bloque de poder se define, según Nicos Poulantzas, como se dan las distintas mediaciones, contradicciones y coordinaciones de las clases dentro de la estructura del Estado.
En el bloque de poder el grado de interactuación es dinámica, evolutiva, zigzagueante, no lineal, pues expresa las relaciones de poder, su alcance, avance, retroceso y límites por el grado de hegemonía y dominación de la fracción dominante. El bloque en el poder determina, en gran medida, como se determina el consenso. El bloque en el poder puede condensar, no siempre ni necesariamente, una hegemonía económica, política, cultural y militar y/o una distribución en el aparato del Estado, en la construcción de la búsqueda de un equilibrio determinado. El grado de participación de los sectores populares o subalternos nos indican los niveles de cohesión política y por ende social, de una formación social dada.
En la sociedad dominicana, en los años 60 del siglo pasado, la fracción dominante en el bloque de poder era la comerciante, expresada en una economía primaria. El peso de las relaciones de producción capitalista era muy tenue, de tal manera que la fracción militar, religiosa y factores externos gravitaron para que la primera transición, después de la muerte de Trujillo, abortara, y, por lo tanto, las instituciones de esa transición, configurada en ese bloque de poder, eran cuasi inexistentes.
A partir de los años 70 del pasado siglo, la fracción industrial y financiera acusaron un avance vertiginoso. Sin embargo, el peso del Ejecutivo como articulador, vector, le daba un grosor de autonomía que hacía pensar que el Dr. Balaguer estaba por encima de la estructura económica- social que dimanaba de la configuración de ese bloque de poder. Hasta 1978, que se da una alternancia en el poder y que enmarca una transición hacia la democracia, la fracción dominante es la financiera, aunque justo y dable señalar que en nuestra formación social, todavía hoy 2023, no hay una clara diferenciación entre las fracciones, pues la elite burguesa se mueve en distintas áreas de la economía.
El relato de la transición democrática, a partir del ascenso de Antonio Guzmán Fernández, no tuvo una reconfiguración de hondo calado, pues dicha transición no significó ningún tipo de fractura, ni en el orden institucional ni procedimental, ni en la estructura económica social. El interregno que va del 1978-1986 no operó una disrupción que implicara un nuevo pacto y con ello, reformas estructurales. Las instituciones en que descansó el bloque de poder solamente cambiaron los actores políticos como columna vertebral en el diseño de un consenso democrático.
El bloque de poder naciente que eclosionó a partir de 1978 solo accionó a determinado nivel de la acción política: despolitización de las Fuerzas Armadas, retorno de los exiliados, libertad de los presos políticos y una apertura mayor de la libertad política. No hubo una profundización de los derechos fundamentales, que hubiesen impedido el retorno del presidente Balaguer. Sin mutar la estructura económica del antiguo bloque de poder y el contraste del viejo bloque, con dimensiones de más eficiencia en la acumulación de capital, la vuelta del octogenario líder reformista, gravitaba como opción.
El bloque del poder de 1978-1986 no creó nuevos límites que llevaran a reconfigurar y desdibujar las telarañas de las relaciones de poder creadas en el Estado bonapartista del tránsito dilatado 1966-1978. Las reglas del campo político y económico no acusaron nuevos alcances, nuevos avances, nuevos límites y con ello, una necesaria transformación institucional. La institucionalidad, como mecanismo de valor y estabilidad, no constituyó la estrategia distintiva y diferenciadora de la nueva elite en el poder.
A lo largo de 1978-1986 crecieron las zonas francas y el turismo comenzaba a decantarse. La economía del postre, agroexportadora (azúcar, café, tabaco y cacao), había quedado atrás como fuente principal de acumulación de capital, y, con ello, un nuevo modelo económico comenzaba a vislumbrase y solidificarse en la estructura económica de los nuevos bloques de poder al sumar nuevos actores. Como nos dice Eric Hobsbawm “La historia no se puede comprender sin tener en cuenta la economía y las estructuras sociales que la definen”. La fisonomía económica del país se expandió a partir de 1986 con una inversión en el gasto de capital, que en algunos momentos llego a representar un 56% del presupuesto general del Estado y un 6% del PIB, de ese tiempo, con una presión tributaria menor de 11. El costo social, seria enorme, con una pésima nimiedad en la inversión en el capital humano y una súper explotación de la fuerza de trabajo a través de salarios pírricos.
El bloque del poder instalado a partir de 1996 trajo consigo expectativas que iban más allá de la modernización del Estado, de su eficiencia, sobre todo, en el aparato de normativas, de reglas para conducir a una más sólida y eficaz institucionalización. Los nuevos jóvenes en el bloque del poder asumirían las reformas en la fisonomía del Estado, aprovecharían los grandes cambios que giraban alrededor del mundo y de las reformas estructurales del anterior gobierno: reforma laboral, 1992 y fiscal, que repercutirían a partir del 96. Estabilidad económica y cambios en la composición social, laboral y salarial.
El tamaño de la economía y los distintos estratos de la estratificación social acusaron nuevas reconfiguraciones, aunque la desigualdad siguió teniendo un pesado fardo en todo el tejido social dominicano. Como señala Jurgen Habermas “El poder, el dinero y más concretamente los mercados y la administración, se apoderaron de funciones integrativas que antes eran desempeñadas por valores y normas consensuales, incluso, por procesos de construcción de un entendimiento”. El bloque del poder, claramente hegemónico, no entendió la dinámica evolutiva de la sociedad que exigía un nuevo comportamiento en la dirección del Estado. La cuota necesaria de transparencia, la inobservancia de la decencia, se fueron hasta el paroxismo demencial en la corrupción y la impunidad. ¡Ese era el campo de su verdadera transición!
El ascenso del PRM trajo consigo una nueva reconfiguración, una oleada de expectativas, cuya esencia es el contenido de una transición bosquejada en la transparencia, en la rendición de cuentas. Como dirían “la transparencia resulta uno de los recursos básicos para procurar la despolitización del Estado, eliminar la deliberación, la negociación, la decisión, y que en su lugar haya mecanismos impersonales, criterios técnicos”. En el bloque del poder encabezado por el PLD, la corrupción constituyó un mecanismo institucional, que por un tiempo le dieron un caudal económico y político. Sin embargo, no advirtieron ni asumieron el desafío real de su momentum como expectativa histórica, como reto en la construcción institucional. No hicieron ninguna fractura ni disrupción, muy por el contrario, ampliaron la corrupción, la impunidad, en una creatividad sin parangón.
El bloque del poder actual, con la sola voluntad política del Ejecutivo, puede llenar la sala de la historia. La construcción institucional a través de la transparencia. Lo que acaban de hacer Carlos Pimentel, Director de Compras con respecto al INTRANT y doña Milagros Ortiz Bosch, Directora de Ética con relación al Director de PROMOPYME, bordea la ruta de la transición deseada. Esto con las mismas leyes del pasado. Recuerdo como la ex directora de Compras envió dos misivas a dos procuradores señalándoles que en la remodelación del ¨Darío Contreras había sobrevaluación y con indicios de delito penal” ¡Nada sucedió! Llegamos a ver estupefactos, todas las semanas, como los programas de investigación sacaban casos de corrupción a montón y nada pasaba.
El bloque de poder, su marca para asumir esta transición cargada de matices, tendrá que profundizar en reformas estructurales y en un mayor y más profundo adecentamiento de la vida pública. Ese es el principal desafío, más allá, de los factores externos que permean la poli crisis y la incertidumbre. La sociedad decente comprende y ha asumido el contexto. Estamos en presencia, en la antesala, de nuevas elecciones con nuevos bloques políticos, esto es, nuevas articulaciones de aliados para la contienda política. Todo ello, en gran medida, para hacer el proceso más competitivo y en otra perspectiva para evitar el control total del poder municipal y congresual. Dos grandes bloques políticos y nueve candidaturas presidenciales. Nunca antes habíamos asistido a un bloque político tan grande: 22 aliados a nivel municipal y 19 a nivel presidencial en el paragua del PRM. En el 2008 el PLD llevó 12 partidos de aliados. En el 2012 lo hicieron con 13, incluyendo al principal: PLD. En el 2016 fueron 15. En el 2020, el PLD llevó 9 aliados y el PRM: 7 aliados. El PRM sacó 44 y con los aliados: 52.51.
El reto de esta época es la dimensión ética moral que constituye la verdadera transformación institucional. Dicho de otra manera, allí donde la transparencia pasa a ser un ente institucional. Porque como decía el Premio Nobel de Literatura Albert Camus “La mayor tragedia es la indiferencia, la mayor locura, el conformismo”. Como profesionales, como académicos, tenemos que exigir el rigor de la objetividad, de la confiabilidad. Debemos en este tránsito empujar para que la sociedad marche hacia una construcción institucional que desborde a la persona y que ser funcionario no sea una oportunidad para enriquecerse y hacer desde el Estado “lo que le plazca fuera de toda legitimidad”.
Sea cual fuere el bloque político que llegue al poder, lo importante es si asumimos las necesarias reformas y que:
- La evasión del ITBIS de un 43%, no sea tan alta y nos coloquemos al menos en el promedio de la región.
- Que la evasión del Impuesto sobre La Renta no sea tan alta, alrededor de un 70%, muy por encima del promedio de la región.
- Que el gasto tributario no sea tan alto: 4.6% del PIB, esto es, más de RD$350,000 millones de pesos.
- Que no sigamos con un 65% de los ingresos tributarios no sean indirectos, esto es, vía consumo.
- Que no se invierta tan poco en el capital Humano. Debemos tomar en cuenta la región.
- Que el 56% del trabajo sea Informal.
- Que el 33% del empleo formal corresponda a la Administración Pública.
- Que despoliticemos la educación dominicana
- Que el promedio salarial no sea tan exiguo, donde actualmente es de RD$30,000.00
Este parteaguas nos lleva a la renovación de un nuevo relato de la transición democrática, que conduzca a la transparencia y rendición de cuentas para la construcción institucional que nos lleve a una mejor sociedad.