Digámoslo de otro modo. Hace una semana atrás -al margen del calendario- se estrenó por mi casa la primavera después de meses de un frío loco. Y, por fin, podría pasar mi Viernes Santo tendida al sol, leyendo. ¿Qué libro me acompañaría? Definitivamente, no estaba por leer Bestezuelas (Isla Negra, 2022). Primero porque la portada y el título ya sugerían que `los cuentecitos´ no serían de hadas. Y, segundo, porque no era cuestión de tener o no tener un presentimiento; es que ya tenía la certeza.
En cuanto recibí el libro por correo, esa misma noche, empecé a leerlo, pero no pude seguir. Se comprenderá que entre una jornada de trabajo (+ estudio + casa) y las noticias de la guerra en Ucrania, no estaba por la labor de irme a la cama leyendo un libro llamado Bestezuelas. Y dado que escribir es terapéutico, supongo que la autora se habrá sacado del hígado todos sus fantasmas. Pero yo no estaba por hacerle el favor de recoger esos fantasmas. ¡Y lo que hay que ver, lo hice! Me tendí al sol con Bestezuelas y me dejé invadir por los fantasmas que rondan nuestra época. Y vaya, como diría Marc Anthony, valió la pena.
Y es justo ahí donde quería llegar. En este libro, Kianny N. Antigua (República Dominicana, 1979) logra retratar una época. Así como hoy constatamos la increíble puntería de Jane Austen para meternos en la época que le tocó vivir, también la autora de Bestezuelas nos mete de cabeza en la psicología de los últimos 20 años de aquí y de allá. Y lo hace con diálogos interesantísimos y creativos que contrastan y sorprenden.
Los cuentos reunidos transmiten con acierto la forma de procesar la realidad de toda una generación (dividida por el sueño americano) y logran dar sentido al comportamiento inesperado de familias en el que el tío que `se fue´ es el padre, la abuela que se quedó es la madre, y la madre ausente quién sabe qué cosa acaba siendo en el universo emocional de quien creció sin ella. ¿Un sociólogo lo habría logrado explicar (sin explicar) mejor?
Veamos dos fragmentos que han despertado nuestro interés:
«Hay diferencia entre una “querida” y una “amante”. A las queridas se les paga apartamento, se les compra ropa, se las saca a cenar, se les sacan los recibos de hospitales de su mamá, de su madrina, los celulares de ella y de su hermanito. Las amantes aman».
Del cuento «Expulsados del paraíso», p. 39
«El tiguerazazazo que me mandó mi tía, no dejó de darme muela y de ofrecerme playa, pero yo ahí, firme, que con todo lo que yo he pasado para llegar aquí, libro en mano, no era para yo andar emburujándome con ignorantes saltapatrás».
Del cuento «Ópera prima», p. 56
Claro que esos dos parrafitos no dan cuenta de la calidad del todo, pero sí nos sirven para señalar cómo se cuentan las vidas en Bestezuelas: con ojos de mujer. Porque no sería lo mismo si la historia que nos contó Cristóbal Colón en sus diarios, nos la hubiera contado Anacaona. ¿Verdad?
Antigua no solo nos presenta situaciones en diferentes escenarios de la República Dominicana, sino de ese mundo en soledad de los inmigrantes asentados en Estados Unidos. La cosa es que no lo hace desde la grandilocuencia, sino desde la aparente sencillez del muchacho que sueña con que un tío lo pida o que una muchacha del barrio le dé amores. O le dé otra cosa, vamos. Pero que le dé algo. Entonces, ríes y no esperas la emboscada: un final devastador. Y así se nos presenta un cuento detrás de otro. Pero aclaremos: cada cuento no es devastador porque sí, sino porque la vida real es un conjunto de vidas con las que estamos relacionados como constelaciones: la vida de quienes se quedan en la isla o se la llevan dentro, no es tan chilin como la que sale representada en las postales turísticas.
Y hablando de inmigrantes, vamo´ al bollo: de este lado europeo del charco, vemos cómo todo lo que suene a dictaduras latinoamericanas, vende. Y vende porque quizá logra meter al lector -desde su sitio seguro- en el pico y pala, en los restrojos, del realismo mágico. Y es muy loco que suceda así porque mientras en Latinoamérica hubo dictadura férrea en la década de los 60, los 70 y los 80, en España la hubo desde 1939 hasta 1975. Y bueno que con la muerte de Francisco Franco y la constitución del 78 empieza una época democrática. Pero no creo que en Latinoamérica interese mucho una novela a la inversa: sobre la dictadura que se impuso en España gracias a Paquita, la culona (amiguito muy leal de Trujillo, por cierto, y a quien le dedicó una calle de Valencia en los años cincuenta).
Profundizo `innecesariamente´ en las dictaduras porque los hechos políticos suelen situar y/o marcar una época en la literatura latinoamericana. Sin embargo, salvo una breve mención al insoportable de Trump, durante la lectura de Bestezuelas la autora nos presenta una opresión y una violencia distinta: la de la pobreza, el desarraigo, la soledad. En esta sucesión de relatos cada mundo político, pero sin `política´, sale redondo. En los relatos hay marcapáginas imaginarios donde nuestra época sale pintaíta como en un retrato: el temperamento de los jóvenes del barrio y de la provincia, por fin están presentes.
«Ya alejados de las cuatro calles que representaban el centro, le pregunté si tenía algún lugar en mente y entonces fui yo quien le dejó caer una mano en los muslos descubiertos. Ella llevaba un pantaloncito corto blanco de algodón.
─¡Dale pa´ allá, hasta que el motol tosa!»
Del cuento: «Timberland», p. 75
Quizá hubo un par de cuentos en los que la realidad narrada podría no acabar de cuajar en el imaginario personal. Por ejemplo, en el caso de una secuestrada en sus 30, costaría mucho aceptar el personaje de una mujer tan brava en un contexto que -por regla- pone al secuestrado en un estado de vulnerabilidad e indefensión que no concuerda con la imagen que presenta la autora. Pero hemos de aceptar que la visión que individualmente tenga de una secuestrada no tiene que coincidir con la presentación de esa mujer poderosa que acaba reconociendo que está jodida, y que está jodida en serio y a largo plazo. La acompañamos en ese momento donde ella descubre cómo será su vida. Y eso es un logro extraordinario: logra contrastar el antes y el después; entonces queda justificado el perfil emocional que resultaría chocante en otras circunstancias.
En fin, bébase su infusión de valeriana porque Bestezuelas es un jarro de agua fría detrás de otro: como si no hubiera forma de escapar de los estadios de agresión que nos cae por los cuatro costados. Este libro podría ser un compendio útil para analizar la violencia de una época en el contexto escolar de secundaria. La religiosa, la intrafamiliar, la capitalista, la comunitaria, la del sicópata, la del mundo infantil.
En contrapeso, hemos de reconocer que el conjunto de relatos también está lleno de amor. Algún cuento que funciona como un testimonial sobre el vínculo de la abuela que hizo de madre, y que solo necesitó un par de líneas para dar sentido al género que honra. No me sorprendería que alguien, en un momento del relato, podría preguntarse ¿esto es un cuento o no es? Pero sí, sí es. Y cada cuento, el que guste más como el que guste menos, dará sin duda en el mismo medio del corazón. Por eso, quizá para leerlo es buena la ayuda del día. En Erredé eso no se entiende porque el sol y, por ende, la luz no son algo que cueste obtener. Pero cuando vives en un país donde llega el frío y donde se puede pasar semanas con una oscuridad en la casa que parece eterna, se valora mucho la oportunidad de echarte al sol como un lagarto. Y claro, solo así, con un estado de ánimo regocijado en el día, se puede leer (sin llorar y de un tirón) Bestezuelas.