En materia de turismo como de otros menesteres, la primera impresión al llegar a un país puede ser determinante. En ocasión de mi viaje a Azerbaiyán, donde acompañé a mi esposo a la COP29, nos tocó la dicha de ser atendidos por el embajador dominicano en Turquía y Azerbaiyán, un fino conocedor y amante de este país, particularmente de su capital Bakú. Él nos hizo compartir su visión de una ciudad que me pareció desconcertante a primera vista y donde el espacio y el tiempo se cruzan.

Situada en una bahía al borde del mar Caspio y cerca de lo que fueron las grandes rutas de las caravanas de antaño, la capital de Azerbaiyán, con una población de dos millones cuatrocientos mil habitantes, es una mezcla de oriente y occidente. Las múltiples corrientes que la atravesaron, sus sutiles raíces zoroastrianas, sus legados sasánidas, persas, otomanos, rusos y soviéticos, su identidad islámica, su influencia europea y su modernismo se reflejan en la arquitectura monumental de la ciudad donde torres futuristas contrastan con una antigua ciudad medieval.

El centro y el borde del mar ofrecen inmensos espacios y avenidas, magníficos jardines, parques, aceras amplias, paseos peatonales que dan a la ciudad un parecido a Monte Carlo, Niza o a Suiza por su ordenamiento y limpieza, garantizada por brigadas de agentes de aseo impecablemente uniformados.

Cohabitan al lado de la ciudad amurallada del siglo 12 edificaciones que se inspiran en las formas clásicas greco-romanas, junto a elementos Art Nouveau, sin dejar de lado las grandes estructuras de la era soviética y las construciones post modernas y contemporáneas respaldadas por los petrodólares de los que ha podido disponer el equipo en el poder desde hace más de medio siglo: los Aliev. Primero, el padre Heydar, luego Ilham, el hijo que controla los destinos del país desde 2003.

La expansión de Bakú ha estado intrínsecamente ligada al desarrollo de la industria moderna petrolera que hizo de la ciudad en su momento uno de los centros mundiales de producción más importantes. A principios del siglo XX la mitad del petróleo del mundo se producía en Azerbaiyán.  Esto transformó totalmente la ciudad. Los grandes barones del petróleo hicieron edificar palacios y edificios públicos contratando arquitectos europeos para realizar sus sueños. Estos sueños se reflejan en una parte de la ciudad con aires hausmanianos (1), diseñada por un arquitecto polaco, que dan a este sector un cierto aire parisino.

Algo de lo que los azeríes están orgullosos es de la presencia en esa época de los hermanos Nobel, Alfred, Ludvig y Robert, que fundaron la primera empresa extranjera en Bakú. Adquirieron áreas vinculadas al petróleo y con su empuje permitieron la construcción de refinerías, fundidoras de cobre y hierro y de puentes.

En la era soviética, la imagen arquitectónica de la capital del país se enriqueció con una serie de proyectos significativos, como la construcción del histórico edificio Ismailiyya, que hoy es la oficina del Presidium de la Academia Nacional de Ciencias de Azerbaiyán, el Palacio de Lenin (ahora Palacio Heydar Aliyev), así como estaciones marinas, de ferrocarril y un inicio de metro.

A la caída del gobierno socialista, los petrodólares fueron utilizados en proyectos de infraestructuras que han sido el motor del desarrollo del país y han permitido cambiar, en apenas 10 años, el paisaje de la ciudad y su skyline con la construcción de centenares de edificaciones dotándola de equipamientos modernos y de inmensas avenidas. Entre las más notables se puede destacar el centro cultural Heydav Alieyev, realizado por la arquitecta iraquí Zaha Hadid, las Flames towers que iluminan la ciudad de noche o el Museo de la Alfombra con su forma de alfombra enrollada.

Una sutil política de edificaciones de inmensos muros en las grandes avenidas que llevan al centro de la capital oculta a la vista lo que no se debe ver en una ciudad que tiene aspiraciones de ser la Doha o la Dubái del mar Caspio. Estos muros pueden esconder tanto barrios acomodados como excluir visualmente las categorías sociales más pobres de la ciudad.

Aunque no se vea a primera vista, la pobreza existe. Las estadísticas oficiales indican que solo el 5% de la población vive en condiciones de pobreza extrema, pero se supone que esta cifra podría ser en realidad mucho mayor tomando en cuenta que el salario mínimo interprofesional para el año 2024 ha quedado fijado en 183,8 euros por mes.

(1) Del nombre del prefecto Georges-Eugène Haussmann, que supervisó la transformación y renovación de París en el siglo XIX, con el  objetivo de transformar el París medieval en una ciudad moderna, bonita y con una mayor higiene y circulación.