(El libro Ashkénase blues, de mi autoría, fue publicado en francés por ediciones Atlande. Esta es la traducción de las palabras que pronuncié en la presentacion de mi libro en la Alianza Francesa de Santo Domingo, en ocasión del mes de la francofonía).
Este libro es una de las múltiples obras sobre la Shoah que han escrito y siguen escribiendo hijos y nietos de sobrevivientes del genocidio perpetrado durante la Segunda Guerra Mundial.
Después de un largo periodo de silencio estas generaciones han empezado a producir, alrededor del mundo, obras vinculadas a la memoria bajo la forma de biografías, relatos, investigaciones, ensayos o novelas que abundan hoy y que aún nos permiten descubrir partes desconocidas de la tragedia de la Shoah y de sus repercusiones en la vida actual de los autores.
Deberíamos preguntarnos a qué corresponden esta necesidad y estas investigaciones por parte de quienes hoy son hijos, nietos y a veces bisnietos de las víctimas. Estos escritos tienen un denominador común que es el de los vacíos que hay en nuestras historias familiares.
Nuestros padres y abuelos permanecieron a menudo como petrificados por el horror y guardaron silencio a su regreso de los campos, del gulag o de sus escondites, sobre todo porque se encontraban en un estado de salud precario y hallaron una sociedad cansada de la guerra que veía a los sobrevivientes como aguafiestas.
Como muchos de ellos no encontraban palabras para expresar el horrror y la culpa por haber sobrevivido (que de hecho resultó en numerosos suicidios), quisieron creer que con el silencio protegerían a las jóvenes generaciones del espanto. Durante varias décadas, una capa de plomo cubrió el pasado de los sobrevivientes. Sus hijos y nietos vivieron en lo no dicho que eran tanto acto de amor como de autoprotección.
Sin embargo, la ciencia ha demostrado desde entonces, gracias a la epigenética y a los estudios sobre la transmisión intergeneracional, que las cosas no salieron como previsto. Lo “no dicho” y los traumas tomaron forma en las vidas de sus hijos, quienes asumieron la culpa y la angustia de sus padres bajo múltiples formas.
Nosotros, los hijos de los sobrevivientes, teníamos frenos y más culpa que los demá al hacer las travesuras que hicimos cuando éramos niños y adolescentes: habían sufrido tanto que teníamos que protegerlos y cuidarlos. ¿Cómo podríamos hacerles esto? Pero un día todos estos obstáculos implosionan y resultan en trastornos de conducta y/o opciones de escape, o para otros en creaciones artísticas.
Como la mayoría de estos autores quería saber el por qué de algunas de mis elecciones, de mis depresiones y mis ansiedades, de los períodos de anorexia y bulimia que había experimentado y explicar a mis hijos este pasado singular que de alguna manera estaba siempre presente.
Quería hacerles entender a través de nuestra historia familiar que el trauma causado por las violencias genocidas y bélicas pueden repercutir a lo largo de varias generaciones. Por mucho que queramos escapar de nuestra historia, ella siempre nos alcanza y para ser resiliente hay que deshacer los nudos que conectan el pasado con el presente y hacer de ello algo positivo.
Esta historia nos lleva de Ucrania a Rusia y Polonia, de Francia a Estados Unidos y República Dominicana mientras nos desviamos por Siberia, Asia Central e Israel. Implícitos a lo largo de las páginas están algunos rasgos de estos países por los que transitaron los miembros de mi familia en sus peregrinaciones hacia un mundo mejor o hacia la muerte. Este texto pretende reconstruir la vida para enlazar la historia de dos familias judías asimiladas que vivieron bajo el Imperio ruso, luego en la Polonia independiente y algunos de cuyos miembros afortunadamente habían ya emigrado más allá de las fronteras de Europa del Este.
Para reconstruir sus vidas, fui de descubrimiento en descubrimiento, de pista en pista, siguiendo siempre lo más fielmente posible el hilo de un recuerdo, el eco de una palabra o de algo no dicho que tenía un significado. Viejas fotos, cartas antiguas e imágenes extraídas de Internet fueron mis pistas. El texto analiza las heridas que la historia deja a su paso. Quienes sobreviven a la destrucción y a la negación de los hombres cargan, a pesar de sí mismos, el peso de rostros y mundos sumergidos. Nuestros antepasados nos acompañan, muchas veces en silencio, en el camino de la vida y la transmisión del horror pesa de generación en generación. Romper este silencio me permitió trasladar a los miembros de mi familia materna del reino de las almas errantes e inquietas al de los ángeles tutelares. Así me reconecté con mi rama materna: mis abuelos, mis tíos, mis tías, mis primos que se esfumaron y que nunca recibieron entierro. Tuve que admitir que no solo habían muerto durante la guerra como lo decía, de pequeña, sino que habían sido asesinados en condiciones terribles. Cada recuerdo, cada mención encontrada fueron victorias sobre el olvido. Escribir fue mi forma de reinscribir a mi familia en el Libro de la vida y recitar el kaddish, esta milenaria oración a la gloria de Dios, cuyo objetivo es ayudar al alma del difunto elevarse.
El dolor causado por la violencia humana debería haber conducido, gracias al nuevo orden internacional, a una era sin conflictos. Sin embargo, está claro que más de setenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad nunca ha podido vivir en paz. A raíz de los recientes acontecimientos en Oriente Medio: el ataque terrorista de Hamás y la posterior guerra en Gaza, se han vuelto a realizar numerosas confusiones que están provocando un resurgimiento del antisemitismo, no solo en los países árabes sino también en Europa.
Soy francesa, originaria de Polonia y Rusia porque fue Francia, tierra de los derechos humanos y del ciudadano, que mi madre eligió deliberadamente como su hogar, y soy judía no practicante. Como migrante, hubiera podido convertirme en estadounidense y bien podría haber sido un sabrá israelí que ataca a civiles en la Franja de Gaza. Resulta que soy una francesa para quien una vida judía y una vida palestina tienen el mismo valor.
Se ha dicho a menudo de manera reduccionista que los judíos se habían dejado llevar al matadero, es decir, sin resistencia, hacia los hornos crematorios, y muchas personas en todo el mundo se alegran hoy al comprobar que los israelíes quieran ir hasta el final. No participaré en este doloroso debate que intenta medir cosas incomparables que, si bien no son el tema de mi libro, no pueden evitarse porque cada ser humano hoy debería llevar dentro de sí la vergüenza de la masacre de los habitantes y de los niños de Gaza que desde hace cuatro meses se viene produciendo ante la indiferencia prácticamente generalizada de todas las naciones.
Finalmente, si tuviera que ponerle hashtags a este libro estos serían: #transmisión #migraciones, #guerras, #genocidio, #resiliencia #Ukraine, #Israël, #Palestina. Todos, desgraciadamente, de una candente actualidad.