Quizá, la principal característica de este año preelectoral que iniciamos, con relación a los anteriores, es que tiene como contexto un sistema de partidos sin la estabilidad y fortaleza como el que por décadas tuvo el país, y sin señales de invertir su tendencia hacia la debilidad e inestabilidad. También, porque carece de esa carga emotiva que generaban anteriores procesos electorales, sobre todo el ultimo, que se desarrolló en medio del más dilatado movimiento de condena al continuismo y la corrupción. Por consiguiente, esa circunstancia, conjugada con las no pocas controversias en torno a algunas posiciones del gobierno determinan una atmósfera de incertidumbre sobre el nuestro futuro político mediato e inmediato.

Por el momento, al interior de esos partidos no se registra esa intensa lucha de facciones por el control de sus direcciones o candidaturas de otros tiempos ni estamos ante un tipo gobierno que por ser continuidad de otros del mismo partido generaba un clima de rechazo que aglutinaba una diversidad de voluntades en su contra.  El que actualmente tenemos, si bien no genera ese sentimiento y su presidente goza de una significativa aceptación, tiene el hándicap de que surgió con esas altas expectativas que casi siempre generan los gobiernos que suceden a otros que, como el pasado, tenía un vastísimo rechazo. Pero, objetivamente, por su inconsistencia en el manejo de temas nacionales claves, en algunos sectores se expresa cierta decepción.

Ninguno de dos partidos que, en términos electorales, son sus mayores adversarios hasta el momento no dan señales de poder crear un estado de generalizada subjetividad a su favor con capacidad de suceder al actual gobierno. Los llamados alternativos no dan muestra inequívoca de superar sus problemas para definir una propuesta suficiente y sustantivamente alternativa. Se mantienen dando vuelta a la noria de la agregación/dispersión. A pesar de esta circunstancia, no creo que el deseo de cambio en esta sociedad se haya extinguido. Todo lo contrario, este se manifiesta de diversas formas: en el deseo de que el brazo de la justicia sea fortalecido y llegue a hasta los más encumbrados prevaricadores de la cosa pública.

Igualmente, en las luchas en defensa del medio ambiente, de los recursos naturales, del patrimonio público amenazado por el sector privado, por el reconocimiento del carácter laico del Estado y la separación de las esferas públicas y privadas, contra un crecimiento económico excluyente que crea nuevas formas de pobreza en los grandes centros urbanos etc. Esas demandas no sólo son de activistas y grupos políticos, sino también de sectores medios, productivos, de colectivos e individualidades de esferas eclesiales que se oponen al conservadurismo de algunos de sus altos dignatarios, en centros académicos y de peñas de amigos o profesionales, etc. Pero abruma la falta de una acción política articule esas luchas.

A pesar de eso, en diversas esferas de esta sociedad, incluyendo sectores del gobierno, existe la percepción de una falta de norte, de esa subjetividad que produce el saber hacia dónde y con quienes debe dirigirse el destino de esta nación. Mientras más tiempo permanezca esa percepción menos clara se verá una perspectiva, más se agudizará esa paralizante incertidumbre que impide que el país aproveche todo el potencial de sus atributos materiales y humanos. En ese estado de cosas iniciamos este nuevo año preelectoral, y si por lo menos a mitad de este se revierte esta situación, de la incertidumbre podríamos caer en la postración y los costes sociales, políticos y económicos serán incalculables.

Eso es posible, no sería la primera ni la única sociedad que toque fondo y pague su precio, pero ninguna sociedad se suicida. Todas, llegado el momento, sacan sus garras y se levantan no por simple inercia, sino por la acción de quienes no sueltan, no se postran. En ese sentido, urge no sólo determinación para enfrentar esta fecha del calendario político, sino imaginación. No existe una única forma articular el descontento, pero lo que sí indica este tiempo es que, además de las luchas arriba señaladas, hay que ensayar nuevas vías para recuperar la subjetividad impulsando reformas tales como: las políticas debatidas en el Consejo económico y Social, las leyes de Seguridad Social, de Partidos, del Agua, el Código Penal con las tres causales.

También, un acuerdo público/privado sobre migración y mano de obra extranjera, sobre una Comisión de la Verdad Histórica y contra la impunidad, entre otras. Se pueden articular las fuerzas que quieran y puedan hacerlo, pero no pensar que sólo siendo gobierno se puede hacer cambios, los que se logren antes de serlo, por tener un consenso más amplio, suelen ser más sostenibles. Es una forma, entre otras, de asumir este año preelectoral para recuperar una subjetividad indispensable para evitar que el inmovilismo, la fragmentación, el cinismo y la desesperanza sigan ganando espacio en nuestra sociedad.