Desde que nos iniciamos en la “vida escolar” y esto puede suceder desde los dos, tres o cinco o seis años, si el criterio fuera el de la ley de la educación, nuestras vidas entran en un mundo que conlleva ciertas complejidades desde el punto de vista biopsicosocial. Del contacto familiar y de cercanos, pasamos a la interacción con otras muchas personas provenientes de otros contextos y realidades personales. Y aunque la escuela tiene unos propósitos muy bien definidos en función del proceso enseñanza y aprendizaje, no se sustrae a las características de las relaciones que en ella se producen como consecuencia incluso de factores externos a ella.

Hoy se habla mucho del llamado “bullying” o “maltrato o agresión entre iguales”, como también “acoso escolar”, no importa el concepto, se trata del comportamiento agresivo, repetitivo y prolongado que una persona o un grupo, lleva a cabo contra otra persona o grupo que muestra dificultades para defenderse del mismo”. En la literatura se identifican varios tipos de bullying: físico, verbal, social, psicológico, gesticular, sexual, racista, económico, cyberbulling, etc.

Por supuesto, las consecuencias de este comportamiento pueden manifestarse de múltiples maneras, tanto en el ámbito de la salud física como mental, además de la marginación como del aprendizaje. No es un problema nuevo, pero si cobra nuevos matices con el uso de las redes sociales, medios a través del cual se ejerce todo tipo de acciones, sobre todo psicológicas, contra quien es el objeto del abuso.

Berenice Pacheco-Salazar realizó una investigación muy completa sobre este fenómeno de violencia en el contexto escolar que se publicó con el título “Estar, ser y convivir en la escuela. Una mirada profunda a la violencia escolar en la República Dominicana[1] en que pone de manifiesto la complejidad de ésta pudiendo ser la expresión de un comportamiento aprendido, un fenómeno complejo, multicausal y multidimensional, una forma ilegítima de confrontación de intereses y de resolución de problemas, como la expresión de las desigualdades de poder, generando sometimiento, discriminación y exclusión, control, imposición y manipulación. De ahí que es obvio considerar también que son múltiples los factores que lo explican y que se mueven desde los factores individuales, los familiares, los escolares y los sociales. Cada uno de estos factores ha sido objeto de investigaciones poniendo de relieve su incidencia en el fenómeno.

En este fenómeno hay roles diferenciados que al momento de intervenir en procura de su superación deben ser considerados. Además de la víctima y el agresor, es importante señalar además los espectadores, los ayudantes del agresor y los defensores de la víctima, sin dejar de mencionar quienes se mantienen “al margen” o más bien “indiferentes” de la situación.  Todo ellos son una amalgama de roles que al momento de intervenir deben ser considerados.

Además de las necesarias normas de convivencia que deben existir y ser conocidas por todos los miembros de la escuela, se hace imprescindible trabajar de manera sistemática y con ahínco en el desarrollo de un clima escolar positivo fundamentado en la solidaridad, el respeto, la bondad y la compasión, como el fomento del comportamiento basado en el bienestar común, entre otros valores fundamentales.

Un aspecto distintivo que viene fomentándose hoy día, es aquel que se deriva de la necesaria “resiliencia” como actitud de vida frente a los problemas que se enfrentan día a día. Recordemos aquellos cuatro pilares de la educación planteados por Delors: aprender a aprender, aprender a conocer, aprender a ser y aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás. En este último aspecto, se trata de la enseñanza y el aprendizaje del “descubrimiento del otro” como condición del “reconocimiento de uno mismo”. Así: “el fomento de esta actitud de empatía en la escuela será fecundo para los comportamientos sociales a lo largo de la vida”.

Este proceso de aprendizaje nos envuelve en las múltiples dimensiones humanas cognitivo-emocionales, pues apela no solo al conocimiento y las emociones, sino también a nuestras actitudes y comportamientos.

Se hace imprescindible que, en el marco de la escuela, con el involucramiento activo de las familias, los estudiantes aprendan modos distintos de afrontamiento de los conflictos y las situaciones que envuelve la dinámica de las relaciones en la escuela. Que vayan construyendo relatos distintos y positivos que los anime y comprometa con el buen vivir y aprender a vivir con los demás. El análisis de los hechos y situaciones en que se puedan establecer causas y consecuencias de los hechos, como también explicaciones alternativas de los hechos vividos, pero, sobre todo, el compromiso de actuar de manera distinta, basados en valores fundamentales para la convivencia, deberán generar nuevas maneras de enfrentar, comprender y actuar en el presente y en la vida futura.

En una perspectiva como esta la familia debe preguntare así misma ¿cuáles valores y cuáles comportamientos modelamos los padres y que son los referentes de nuestros hijos e hijas? ¿con qué frecuencia y de qué modo conversamos con nuestros ellas y ellos, escuchándolos atentamente y recordando que también fuimos niños, niñas y adolescentes? ¿en qué medida estamos realmente presentes en la vida de nuestros hijos e hijas? ¿somos nosotros ejemplos de cuánto le pedimos a ellos y ellas? ¿a qué me comprometo como familia para el desarrollo de comportamientos respetuosos en mis hijos e hijas?

De la misma manera la escuela tiene que estar dispuesta a responderse así misma ¿en qué medida modelo lo que espero de mis estudiantes? ¿como maestro o maestra soy modelo para ellos en mi manera de relacionarme con los demás y enfrentar la vida? ¿promuevo un clima de respeto en la escuela y en el aula? ¿los escucho, les doy participación? ¿tenemos las competencias para desarrollar nuevas maneras de manejar los conflictos?

Se trata de hacer del conflicto una oportunidad de construir nuevos relatos y nuevas maneras de comportamientos, personal-colectivo, vinculados al bienestar de todos.

[1] Pacheco-Salazar, B. (2019). Estar, ser y convivir en la escuela. Una mirada profunda a la violencia escolar en la República Dominicana. Santo Domingo: Organización de Estado Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) e Instituto de Formación y Capacitación del Magisterio (INAFOCAM).