1. América para los estadounidenses. Supongo que hay cierto consenso en que las convulsiones que hoy vive el mundo son parte de un cambio de época, y que el mundo de un imperio en capacidad de imponer su ley universalmente está dando paso a una nueva distribución del poder mundial, cualquiera que sea la que resulte.
Parece seguro que Estados Unidos seguirá siendo potencia dominante por un buen tiempo, entre otras razones por su gran economía, su tecnología, su poderío militar, sus alianzas, su diplomacia del dólar y, sobre todo, su control de la narrativa a través de los medios, el cine, las universidades y las comunicaciones en general, para siempre presentar ante el mundo como bueno y como bello lo que conviene a EUA y como malo lo contrario.
Sin embargo, también parece que gradualmente se irá imponiendo la fuerza de la geografía, la demografía y la propia economía para que la región del Indo Pacífico lo vaya suplantando en el término de una o dos generaciones, cuando no de una década.
También podría ser que, en vez del Indo Pacífico, la recomposición pase al engrandecimiento de Eurasia, en la medida que los europeos se sientan empujados hacia el este. O más probablemente, de lo que tendríamos que llamar Eurasiáfrica.
En esa zona del mundo está el 67% de la tierra habitable del planeta, vive más del 85% de la población, está hoy el 76.5 por ciento del PIB mundial, medido en paridad de poder adquisitivo, aunque bajaría al 65% si dejamos de este lado a Europa Occidental, y a 55% si también dejáramos fuera de Eurasia a Japón, Corea y Australia, algo muy dudoso a largo plazo.
En el corto y mediano plazo no luce muy probable ver a los países de Europa Occidental desmontarse del tren que comanda Estados Unidos, considerando su mismo origen y lazos que los unen, pero a más largo plazo no es descartable al mirar como este imperio se aleja del multilateralismo y apuesta por una mezcla de proteccionismo y aislacionismo.
Para Europa, considerando el estado de postración en que la ha hundido su socio mayor, y que no tiene otra forma visible de recuperar su economía y volver a alcanzar cierta preeminencia en el mundo, se esperaría que, con el tiempo, el mediocre liderazgo actual vaya gradualmente dando paso a uno más lúcido dispuesto a hacer las paces con Rusia y China, que jamás debió haber roto por admiración y seguidismo a EUA.
La posibilidad de que esto ocurra se agranda al considerar que el mundo actual está agobiado por problemas que no tienen solución sin un esfuerzo global y, ante el vacío de poder que está dejando el imperio dominante, sus actuales aliados opten por buscar alternativas en las que se pueda confiar más, mirando, incluso, cómo es posible que una sociedad que se precia de ser el modelo a seguir es capaz de elegir como gobernante a un delincuente condenado y una seria amenaza para la democracia.
Y finalmente observando cómo el centro de gravedad económico se desplaza desde el Atlántico Norte hacia el Indo Pacífico, ver que hagan eso los países aliados de EUA en Asia y Oceanía resultaría menos extraño, debido a que la influencia económica y cultural de China es más patente por múltiples razones; y más que es por allá donde se aprecian las oportunidades económicas más sostenibles y lucrativas, como el caso de las energías limpias.
Contrario a las expectativas de mucha gente, economistas incluidos, tengo la impresión de que la gestión de Donald Trump que se inicia, puede contribuir a acelerar la decadencia estadounidense. Intento explicar eso en mi pasado artículo.
Por lo pronto, luce que del contexto actual resultará una especie de repartición del mundo, principalmente de zonas de influencia económica, cultural y hasta militar entre algunos grandes imperios y otros menores.
De lo que no me cabe ninguna duda, por mucho que le guste o le disguste a alguna gente, es de que Estados Unidos sea gran potencia, nuestro país y nuestra región van a quedar irremediablemente en su ámbito de influencia.
Eso adquiere mayor relevancia ahora, en que Trump viene crudamente reviviendo algo que nunca había muerto, pero estaba debilitado, como es la doctrina aquella de “América para los estadounidenses”, entendiéndose como tales, exclusivamente a la porción de personas que responden a las características siguientes: hombres, de raza blanca y origen anglosajón, nacidos en Estados Unidos y de religión cristiana (católica o protestante).
Aunque la traducción al español de la frase suele ser presentada como “América para los americanos” lo cierto es que esa nunca fue la acepción con que surgió la doctrina, pues en el concepto original no eran estadounidenses (American), los americanos originales (indios), los de origen africano, español y mexicano de los territorios conquistados, latinoamericanos y asiáticos.
Con el tiempo y algunas luchas democráticas los demás fueron adquiriendo ciertos derechos; podrían tener ciudadanía y algunas conquistas sociales, así como servir para guerras o cuerpos del orden, pero nunca ser “americanos” en el concepto de Monroe. Mucho de ello también aplica a las mujeres, pues en la acepción original también había que ser hombre. Solo hay que echar una mirada a las imágenes de televisión del acto de asunción de Trump para darse cuenta de que se intenta recrear aquello.
Ahora bien, ¿es eso lo que conviene a América Latina? ¿Tiene con ello más oportunidades de progreso? ¿Debería nuestra región sentirse halagada y orgullosa de quedar de este lado en la nueva repartición del mundo que se avizora? Pocos estarían en condiciones de responder a esta cuestión sin apasionamiento.
Como un juicio sobre lo que es conveniente o negativo no es algo que deba hacerse a la ligera, para poder evaluar más certeramente lo que a la larga conviene o no para América Latina, me vi obligado a revisar algunos textos de la historia y a las estadísticas que pudiera disponer.
Anteriores artículos de Isidoro Santana