Los humanos temen el contacto con otros seres desconocidos. La presencia inesperada de otra piel, de un movimiento, de un susurro o una palabra, puede llegar a convertirse en pánico. En el libro “Ermitaño de la montaña-Pensamientos”- (Editora Búho, 2022) de Amadeus Belliard García (2005), las palabras se presentan muy llanamente, sin adornos, ni adjetivos innecesarios, para que puedan alcanzar ese fondo humano que él intenta ver siempre. La puesta en escena en el lenguaje de estas ideas hace que no las visualicemos como una crítica moral únicamente, pues en ellas se lee abiertamente el punto de vista singular con el que Belliard García las plantea y eso les da fuerza y una profundidad que las desplaza más allá de la circunstancia en que son pronunciadas.

 

Estos pensamientos, sensaciones y aforismos, en donde nos proyectamos sobre la materia con la imaginación, son la naturalidad de los vínculos humanos. Ese ser que normalmente somos, que razona lógicamente con base en las circunstancias, no sería nuestro fondo sino la nueva forma que hemos adoptado. Con estos pensamientos, Belliard García vuelve a rastrear ese fondo gastado por los hábitos cotidianos y aborda el mundo con esa misma fidelidad mental, pero sin ninguna finalidad de tipo solemne o trascendental. Lo hace más bien para ponerse en la piel de todos esos seres humanos que hemos sido en el tiempo, para combatir esos instantes en los que, por ejemplo, algunos se quedaron viviendo largamente el pasado o llorando el camino recorrido, obviando “el pequeño umbral entre la ignorancia y el conocimiento…inmensa diferencia entre las ganas y la dejadez”(Pág.”28).

Desde esta entraña de los seres, entes y cosas que nos revelan estos pensamientos, todo se vuelve más visible, real, relativo. Podemos sentir lo que pensamos y no sólo ser el pensamiento, y esto es, a mi parecer, lo que tiene de emocionante y  liberador este libro. Estos pensamientos nos permiten vernos sin esa razón con pretensiones épicas con la que tenemos que identificarnos. En este libro de Belliard García están también nuestras mentes especulando y divirtiéndose como en un comienzo que pudo haber sido; con esa libertad envidiable que solo otorga el gran juego en que consiste la literatura con su libre asociación de ideas y de sueños.

Este libro tiene también un tono delirante, humorístico, suspicaz y rebelde ante la sensatez, que obliga a su autor ver el paso de los días sin el personaje que se abandona a ellos. Entonces los días son también un desierto y un campo de exploración. Se van volviendo un mapa desordenado e inmenso que trata de abordar en sus minucias: la soledad, el éxtasis, la muerte, la felicidad,  la naturaleza, la guerra, la libertad, el ego, el mundo, la lluvia…. Y entre todas las minucias está su pensamiento sobre Dios porque es donde realmente cabe, en esa inmensidad aburrida de la rutina diaria, en la que para vivir siempre ha habido que reinventarlo todo con metáforas.

“La serenidad te separa. Una parte de ti se eleva hacia el mundo fantástico y la otra se queda como señuelo físico”(Pág.13).

de izq a derecha Jean Paul Belliard, Plinio Chahín, Carmen Heredia y Basilio Belliard.

Sólo poniendo la imaginación al ras, sin que medien entre la realidad y nosotros un centro o una idea, hallaremos, según Belliard García, esa fusión desinteresada e imaginativa  con el universo,  que verdaderamente nos redima, pues así podremos enfrentar la realidad tal cual somos y tal cual es ella misma, y entonces le podremos preguntar libremente quienes somos. A propósito oigamos lo que expresa el autor al respecto: “Un fracaso es el mejor mentor para una promesa, ya que le enseña a evitar todos los caminos en los que falla, dejándole abierta la puerta de la imaginación al infinito”(Pág. 26).  En la página 23, y siguiendo el mismo camino, pero esta vez en tono irónico, Belliard García dice,  “después de sentarme en el banquete del mundo, y acabarme mi comida, me di cuenta que nunca me serví”.

La imaginación, la fantasía, la ensoñación permiten a Belliard García apropiarse del tiempo, hacerlo real para sí mismo y no vivir sujeto del todo a la fría determinación de la materia. Paradójicamente, esto lo logra apegándose a ella para después ampliarla y avivarla en su espíritu.

de derecha a izquierda Basilio Belliard, la ex ministra de Cultura Carmen Heredia y el autor del libro Amadeus Belliard García

Existir ha sido, en todos los tiempos y en todas las culturas un combate contra el paso del tiempo, contra la enfermedad y contra la muerte. Es verdad que hay mundos en los que esa lucha se lleva mejor que en el otro. Ello se debe, sin duda, al importantísimo papel que desempeña “lo imaginario”, el universo simbólico, las formas más antiguas y más persistentes, de entenderlas con la finitud que son los mitos y los ritos. Según estos, la vida presente es un simple “paso”; hay otra vida después de la muerte, y que sea mejor o peor dependerá, en buena medida, de lo que hagamos en esta. La “felicidad no es una meta o un logro en la vida,  como señala Belliard García, sino más bien el camino por el que deben prosperar los momentos bellos de la vida, para recordarlos con alegría al llorar,  y en cada lágrima, bajando tu triste y melancólica cara; divisar pequeños destellos donde desfila alguien que no sabía que era feliz”(Pág.27).

No se trata ni de un mero estado de ánimo ni de un sentimiento, sino de una formación de relación y de ser. O, mejor todavía, de una forma de estar-ahí, de un trato con el mundo, de una manera de ocuparse de él, de cuidarlo. Es la cordialidad lo que está ausente en el sistema tecnológico. Hay fascinación en él, pero no cordialidad.

“Los robots en el futuro se encargarán de convertirlo todo en el infierno humano”(Pág.22).

Ni el mundo está en mí ni yo estoy en él, sino que me formo inseparablemente en esa relación, siempre incompleta, siempre incómoda, de respuestas a sus presencias y a  sus ausencias. La cordialidad nunca es del todo estable. Al tratarse de un tono, la amenaza de la disonancia está presente. Podría decirse que la música del mundo suena algo desafinada; vive entre la llegada y la despedida. Uno no puede existir instalado en la coherencia.

“El mundo se acabará cuando exista la libertad”(Pág.20).

La relación cordial con el mundo no puede interpretarse en términos de intencionalidad, de reconocimiento o de comunicación; lo que caracteriza en este libro el modo de habitar el mundo que necesitan los cuerpos finitos es una relación de “reposo”, una relación de respuesta a una demanda extraña, una respuesta que es, al mismo tiempo, disonante y ambigua.

“Un día le pregunté a Buda, a Alá y a Jesucristo si ellos existían. Los tres se quedaron en silencio, y me lo tomé como un tal vez”(Pág. 45).

Estos pensamientos de Belliard García parecen herramientas muy pulidas con las que pareciera levantar solamente el polvo requerido. Con ellos no hay devaneos, no hay caprichos; él quiere ver cómo aclaran, cómo es que permiten mirar lo que nos están diciendo. Pareciera que al encontrarlas y ponerlas en el lugar exacto, Amadeus Belliard García se hubiera alejado de puntas a mirarlas, para no entorpecer la visión ni siquiera con su sombra, porque para él son también un hallazgo, un descubrimiento.