Son cada vez más los cubanos que abandonan la isla, y es que el argumento que tanto sirvió a don Quijote para consolar a su desanimado escudero: “Habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”, hoy de nada le sirve al gobierno cubano para contener el éxodo de su gente.

En el curso de los dos últimos años, al menos 533 000 cubanos han llegado a los Estados Unidos. Esto es el 4.8% de una población de 11.1 millones de habitantes.

Según Jorge Duany, director del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de la Florida, esta cifra representa el mayor número de migrantes cubanos jamás registrada en dos años consecutivos después de las primeras migraciones posrevolucionarias.

En los tres años que siguieron a la revolución castrista, 300 000 personas abandonaron la isla, esencialmente por razones políticas. En los años siguientes, 130 000 en 1980 y 35 000 en 1994.

El destino de estos migrantes fue siempre los Estados Unidos. Pero de más en más los cubanos diversifican sus destinos. Según cifras recogidas por AFP en diferentes países, en el curso de los últimos dos años, 36 000 cubanos demandaron asilo en México, 22 000 llegaron a Uruguay, y varias centenas a Chile. En Europa, España sigue siendo la destinación privilegiada, sobre todo después de la promulgación en 2022 de la ley sobre la memoria histórica, que permite la obtención de la nacionalidad española a cercanos descendientes de españoles.

A medida que se hunde la economía del país, empujada por el recrudecimiento de las sanciones americanas y la pandemia, se agravan los desequilibrios estructurales, inflación incontrolable, estrepitosa caída de la producción agrícola y anémico repunte del turismo.

En la vida diaria de los cubanos, esto se traduce en la imposibilidad de satisfacer las necesidades más elementales, insoportables apagones, comida cara. En fin, un progresivo deterioro de las ya muy difíciles condiciones de vida.

Pero hay algo más que choques externos, y es que el modelo económico cubano nunca ha funcionado. El mismo Fidel Castro, en una entrevista acordada a la prensa norteamericana en 2010, admitió las fallas de su sistema económico, profundamente debilitado después de la desaparición de la URSS (creo que lo sabía desde hacía ya mucho tiempo, pero no lo decía). “El modelo cubano no funciona ni siquiera para nosotros”, confesó el líder de la Revolución Cubana en aquella ocasión.

Desde entonces, el régimen viró hacia un modelo de modernización y de economía más abierta. La ley de modernización económica de Raúl Castro en 2014 favorece las inversiones extranjeras en la isla. El gobierno también ha favorecido la emergencia de un sector privado. Pero estas reformas no han sido suficientes para sacar a la economía cubana de su marasmo, lo que hace cada vez más difícil preservar las conquistas de la revolución, el innegable desarrollo en educación y la salud.

El pecado original

Cuba paga el precio de su osadía: instalar un régimen marxista a cien kilómetros de Key West, que trajo consigo un embargo total sobre el comercio y la circulación de capitales, medidas que se mantienen hasta hoy.

Hay que admitir que en la Cuba de Batista había razones de sobra para hacer una revuelta. Estados Unidos poseía el 90% de las minas del país, el 50% de las tierras, controlaba el 67% de las exportaciones (90% de las de azúcar), el 75% de las importaciones y había medio millón de desempleados.

Lo que no calcularon los lideres de la revolución fue el elevadísimo precio que pagarían por su osadía y el enorme y prolongado sacrifico que impondrían a su pueblo.

El castigo

El costo acumulado del embargo desde 1962 hasta hoy es muy difícil de precisar, porque no solo paraliza la circulación de capitales y el comercio de la isla con otros países, sino que también le impide acceder a los créditos a largo plazo garantizados por las grandes instituciones financieras internacionales, obligándolo a financiarse a corto plazo e intereses elevados. La exclusión del FMI y de la OEA imposibilita también acceder a los créditos de la Banca Mundial.

Y este embargo, particularmente el unilateral de los Estados Unidos, lejos de atenuarse, se refuerza. En 1992 impone la Cuban Democracy Act, que extiende el embargo a las filiales de empresas americanas instaladas fuera de los Estados Unidos, en 1996 la Cuban Liberty and Democratic Solidarity Act, mejor conocida como ley Helms-Burton, que prevé sanciones a las empresas extranjeras que invierten o comercian con empresas cubanas. Esta vez el embargo unilateral es contestado por la Unión Europea y Canadá.

El impacto del desplome de la URSS

El derrumbe de la Unión Soviética pone de manifiesto que la economía cubana y su socialismo se sostenía gracias a su subsidio. Tras su desplome, el PIB de la isla se reduce en un 35%, entre 1990-1993. Esta combinación del desplome de la Unión Soviética y el embargo obliga a los dirigentes cubanos a hacer algunos esfuerzos para rearticular el país con el sistema internacional.

No había otra alternativa. En 1991 se pone en marcha “el período especial”, consistente en una serie de medidas económicas y restricciones draconianas. Desde entonces, el turismo pasa a ser la principal prioridad económica del gobierno.

En 1993 se procede a la legalización del dólar, creando así dos economías cubanas: un circuito de dólar para los productos importados y una economía en pesos que funciona sobre el principio del racionamiento. En 1994 se autoriza la creación de microempresas (pequeños restaurantes, actividades artesanales o profesionales), pero los impuestos son tan altos que se les dificulta a los cubanos instalarse por cuenta propia.

Sin embargo, estas tímidas reformas permitieron una modesta recuperación del crecimiento económico entre 1991 y 2000. Pero al constituir una amenaza para los duros del PCC (Partido Comunista Cubano) se quedaron en eso: en tímidas reformas, insuficientes para recuperar el tiempo perdido.

En noviembre de 2004 se pone término a la dolarización, no más circulación de dólares. El dólar es reemplazado por el peso convertible, que se cambia a la tasa de uno por uno para las transacciones en especies, pero que no es convertible en el extranjero (una especie de moneda pijama, que solo sirve para la casa). El otro peso, utilizado como moneda corriente, pasa a cambiarse a la tasa de 24 pesos. Un buen negocio para el gobierno, que le permite recuperar una parte de los dólares atesorados por ciertos sectores de la población, en un contexto de penuria de divisas, pero negocio de capa perro par los cubanos.

Finalmente, el 1 de noviembre de 2021, en plena pandemia, el gobierno cubano se resigna a unificar su moneda; fini le CUC (peso convertible) atado al dólar americano, le CUP (peso cubano) pasa a ser la única moneda nacional. Pero es también el retorno legal del dólar americano sobre el mercado cubano. De los 24 pesos por un dólar del pasado, se pasa en octubre del recién pasado año a 250 pesos por un dólar en el mercado negro, ilegal solo teóricamente.

La devaluación del peso cubano y la inflación galopante tienen un efecto desbastador para quienes viven de un salario o de pensiones. La pensión mensual de un retirado se ha reducido a una veintena de dólares. Solo los que poseen un comercio o reciben remesas de sus familiares logran arreglársela un poco mejor.

Nada pues extraño que sean cada vez más los cubanos que pongan en práctica su dicho “huye pan que te coge el diente.”

La obligación de reestablecer lo dejado atrás

No hay otra opción, para salir a camino, Cuba tiene que hacer grandes esfuerzos para vincularse más estrechamente al resto del mundo.

Duele hacer una revolución para “derrotar” el capitalismo y siete décadas más tardes implementar reformas para regresar a él (en buen dominicano, comerse su propia M). Pero en el mundo de ayer, de hoy y de mañana (no sé hasta cuándo se extenderá ese mañana) es imposible progresar sin estar estrechamente vinculado a la economía mundial, sin hacerse un espacio en el mercado internacional.

Para ello, Cuba tiene que transformarse en una sociedad abierta y pluralista en una economía de mercado. Esto no implica necesariamente adoptar una política económica neoliberal, la capacidad del Estado de regulación y un cierto sentido social de la economía pueden ser mantenidos.

¿Se hará esto de arriba para abajo o a la inversa? No lo sé. Pero el statu quo es insostenible.