La Real Academia de la Lengua Española indica que el concepto de opuesto, entre otras acepciones, implica aquello que se muestra completamente diferente. Todos los seres que pueblan el universo viven y participan de acontecimientos y tiempos disímiles. Puede parecer algo trivial el planteamiento de los acontecimientos y tiempos contrarios entre sí. Y no lo es, por la incidencia que tienen, al menos en esta coyuntura histórica. Este lunes, los católicos continúan la celebración de la fiesta de la Resurrección de Jesús. Este acontecimiento cada año suscita emociones y prácticas nuevas en los seguidores del Maestro. Su Proyecto despierta, cada vez más, esperanzas y compromisos a favor de un mundo donde la equidad y la libertad se fusionen de tal manera que el bienestar colectivo y la paz impacten la vida de las personas y de los pueblos. Vivimos acontecimientos y tiempos opuestos. Esto se evidencia en un mundo fragmentado en el que aparecen la luminosidad de la Resurrección y la barbarie de las guerras. El acontecimiento y los tiempos de la Resurrección comunican vida y profundo gozo. Resucitar es pensar y hacer a favor de los otros. Desde esta perspectiva, supone una ruptura con las actitudes egocéntricas y excluyentes. Esto marca la diferencia con los demás tiempos; por ello es un período marcado por la alegría de servir, de ser útil para que los entornos personales y sociales celebren y disfruten el gozo de compartir y de poner los talentos al servicio de los más vulnerables, a la vez que toman en cuenta a todos. La Resurrección es, además, un hecho que renueva el espíritu de las personas para que asuman el bien como lógica permanente en las relaciones y en las acciones.

A esta fiesta de la Resurrección se oponen las guerras que se libran en África, Asia  y Europa del Este. Los problemas de carácter económicos, geopolíticos y étnicos provocan situaciones que degradan a la humanidad. Son acontecimientos y tiempos opuestos por la violencia con las que arrasan la vida de miles de personas, de animales y del medioambiente. Además, por la ferocidad con la que destruyen el patrimonio de los pueblos y el derecho a la convivencia pacífica. El horizonte de las guerras es la destrucción, la pulverización de la alegría y de la esperanza. Arribar a este estado es quebrar la vida y abrirse al vacío social, político y económico en los territorios que sufren la guerra directamente y en los que, aun estando distantes, reciben su impacto en la vida cotidiana. Por ello la guerra es un sinsentido que no permite descubrir las bondades de la Resurrección de Jesús. Estas guerras a gran escala se reproducen en la vida cotidiana de los pueblos y se convierten en factores que reducen la capacidad de desarrollo y de resiliencia de las personas y de la sociedad. Estos acontecimientos y tiempos opuestos requieren una reorientación, de tal forma que tengan una sola dirección: paz, justicia y libertad para todos. Esta tríada forma parte integral del Proyecto del Resucitado. No solo se ha de implorar la necesidad de la tríada indicada. Es necesario actuar y hacerla realidad desde la cotidianidad en cualquier lugar o escenario del mundo donde estemos. El compromiso  de erradicar este tipo de oposición no espera más. La savia que brota de la Resurrección no puede verse diluida por la fuerza de las guerras. Estas han de finalizar para abrirle paso a la primavera del espíritu de los pueblos y a la seguridad de todos los ciudadanos del mundo. No, a las guerras. Sí, a la vida nueva que propone y regala la Resurrección de Jesús.