Cuando hablamos de intelectuales nos referimos a los intelectuales públicos, es decir, a aquellos cuya conducta profesional opera como referente en el debate y en la formación de la opinión ciudadana.
Hablamos de los que se niegan a pertenecer a una generación perdida, o al menos una “generación invisible". De los que están alejados de todo tipo de estilo de vida que tiene su efecto perverso: la debilidad de una intelectualidad de derecha.
En momentos el que el país está siendo repensado, sumarse a esta tarea tiene que convertirse en mandato ciudadano que nos involucra a todos. Gracias a los aires democráticos que se respiran en el país ningún asunto está quedando oculto o en manos de unos pocos que pretenden secuestrar el debate y la verdad.
¿Quiénes deben repensar el país? Entre los que deben asumir este serio desafío se encuentran los intelectuales. A ellos por definición, les toca ser actores de un debate decisivo en la lucha por la democracia que los convierte en “hombres públicos", en actores visibles que se expresan no sólo a través de la escritura y de la representación, sino a través de la “movilización” y la convocatoria, como formas típicas de la protesta de los intelectuales.
El silencio de los intelectuales de aquí llama a preocupación. También creciente en torno a los aspectos prácticos de la política o a la intervención política de los intelectuales, se produce justamente en un momento de enormes tensiones en la redefinición de su papel y la búsqueda de su identidad. En consecuencia, sin su participación no había debate público ni político.
El bien decir y el bien escribir de los intelectuales no es suficiente. Deben asumir también el debate que hace fluir el buen gobernar, más allá de la mirada elitista sobre la sociedad, la cultura y la política, y más allá de ser simples ordenadores simbólicos de la política y la cultura. .
Chomsky excita estas voces libertarias y llama a acabar con el silencio cuando afirma que “la responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la verdad y denunciar la mentira. Se hallan en situación de denunciar las mentiras en cualquier escenario de donde provengan, de analizar las acciones según las causas y los motivos y, a menudo, según sus intenciones ocultas”.
Todo indica que los intelectuales dominicanos guardan silencio sobre el quehacer político nacional e internacional. Que están ausentes del debate de los grandes temas de la política, la educación, la economía, la cultura y elaboración y aprobación de muchas leyes que lucen poco pensadas.
Se requiere acabar con su silencio porque también la política nacional e internacional deben ser repensadas, reflexionadas, revalorizadas y reorientadas para que recuperen su capacidad de crear opciones que generen nuevos proyectos colectivos realizables sin que hayan vencedores y perdedores..
Nada justifica el silencio de los intelectuales de la arena política. Su voz y su presencia se tornan mucho más necesarias en momentos que urge diseñar una pedagogía socio-política transparente e inclusiva para educar al pueblo sobre la vida democrática en todas sus manifestaciones, para desentrañar el “secretismo político” y las componentas al margen de la representaividad delegada.
En estos momentos el país requiere escuchar voces claras, portadoras de verdad y valentía. Necesita la voz de los intelectuales. Requiere que acaben con su silencio. Para vigorizar las esperanzas democráticas del país.
Voces, debates y declaraciones para reconstruir ideales realistas del país. Como dirá Pierre Bourdieu: “en estos momentos en que las grandes utopías del pasado han entregado toda su perversión, se necesitan voces se atrevan a gritar que urge crear las condiciones de un trabajo colectivo de reconstrucción de un universo de ideales realistas, capaces de movilizar las voluntades sin mistificar las conciencias”.
¡Que se acabe el silencio! ¡Que se escuche la voz de los intelectuales dominicanos!